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Ninguna agresión sin respuesta: entre la raza y la pared Imprimir E-mail
Lunes, 05 de Enero de 2009 02:52

 

Por Luciana Sánchez – CoPaDi en Revista Baruyera*

Cualquiera sea el campo en que hoy nos planteemos la acción frente a la violencia de género, no podemos dejar de tener en cuenta dos cosas: la violencia de género sigue siendo considerada un asunto privado; la violencia de género es también una construcción racial.

A pesar de los años que han pasado desde el reconocimiento de la violencia contra las mujeres como un problema, incluso, de derechos humanos, sigue instalado entre nosotras/os, el paradigma que dice que se trata de un asunto privado.

Se reconoce que se trata de un asunto de todas y de todos, que no afecta a la mayoría sino a todas las mujeres, y a muchos varones. Incluso cuando comprobamos que la violencia de género se reproduce aunque se quiebren las tradicionales relaciones entre género, anatomía y sexualidad. La dirección de la acción se fija en la víctima, la o él agresor, y el vínculo entre ambas, sus opciones y responsabilidad individual. Poco o nada en la responsabilidad social o de acción colectiva.

Lo racial de la violencia de género se manifiesta en diferentes formas y ámbitos. La respuesta pública a la violencia de género está racializada, desde la intervención policial hasta las puebladas. La misma construcción de lo público y lo privado está racializada. Como profecía autocumplida, esto a su vez configura los límites y posibilidades del género, y vulnera especialmente los derechos de las personas y comunidades consideradas inferiores en el sistema de jerarquía que se construye desde la raza y la clase.

La dirección de la acción se instala en la categoría racial, étnica, cultural, educativa, y hacia aquí se desplaza la responsabilidad, de nuevo, tanto individual como social. La combinación de ambos factores genera indefensión personal y colectiva, y abre el juego transversalmente a las políticas de mano dura y de impunidad. O formás parte de la agresión, o sos víctima, o sos buchón/a. Si nadie interviene, si favorece al agresor, por algo será.

Las políticas de mano dura son ofrecidas como alternativa casi exclusiva porque favorecen a los intereses de la gobernabilidad tal como está: capitalista, neoliberal, biopolítica. Como epidemia, la violencia de género constituye un problema de población, de rebaño, de número de casos individuales. Lo único público de la violencia de género es que ahora el cuerpo y la mujer sujeta de derechos y obligaciones, fuerza de trabajo con valor comercial, es del mercado, hay sobre ella un interés público.

La única alternativa política actualmente comparable a la mano dura en términos de oferta –y de inefectividad frente a la violencia–, es la farmacológica. Allí donde no llega la policía más que esporádicamente –y nunca frente a casos de violencia de género–, llega el largo brazo farmacológico, que permite un control extendido del monopolio de la fuerza estatal y masculina a través de la intoxicación: si las mujeres decidieran rebelarse, estarían demasiado empastilladas como para poder hacerlo. Reclamar, como mujeres, al estado y los varones la fuerza para ejercerla por nuestros propios medios, erradicar la impunidad frente a la violencia de género, requiere considerar cuánto de ese reclamo está racializado, y qué vínculos pueden sostener esta fuerza y estos medios sin hacer el juego a la mano dura y otras técnicas de policía.

Frente a los casos concretos, requiere reevaluar las respuestas automáticas, como llamar a la policía, denunciar a las autoridades o confiar en la familia. Criticar desde este doble prisma de género y raza las propuestas de ley, las acciones de las oeneges, del sistema de salud, del sistema penal, de la protección social. Gran parte de los esfuerzos de las mujeres y, en general, de las personas que han sufrido violencia de género se gastan en muchos sucesivos intentos, por años, de generar algún tipo de acción a su favor en sus vínculos afectivos cercanos, comunitarios, o del estado.

Al final, por inacción o por delegación directa, estos se combinan mutuamente en una escalada jerárquica de revictimización, impunidad y más violencia. Revertir la inacción, pero también la acción delegativa y la razón intervencionista racista, para generar las superficies de agarre colectivas capaces de sostener las acciones contra la violencia de género. Actuar, por los propios medios, colectivamente, una agenda anti racista contra la violencia de género.  

www.baruyoaldia.blogspot.com

 

 
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