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Desmantelar la agenda neoconservadora y el totalitarismo (Parte I) Imprimir E-mail
Martes, 27 de Octubre de 2009 02:51

Juan Francisco Coloane / ARGENPRESS.info

La doctrina neoconservadora se puede atribuir dos victorias políticas de fundamentales consecuencias en un período que cubre apenas casi una década: 1982-1991.

La primera, a comienzos de los años 80, es la instalación del régimen económico del ajuste estructural a la economía mundial con sus tres ejes principales: privatizar servicios y recursos estratégicos; reforma institucional y reducir la regulación del estado hasta un límite máximo posible para la expansión de la libre competencia; e incentivación del libre comercio y apertura de los mercados.
Este diseño provino de la crisis económica de los años setenta que venía incubándose desde los 60. Los sistemas políticos adoptaron el régimen económico sin ofrecer mayor resistencia. En su momento consistió en un “todo o nada y en un ahora o nunca”, para un sistema económico y político en profunda crisis en sus expresiones locales y más globales.

En algunos lugares se impusieron con dictaduras militares cuyos casos más insignes fueron Chile, Ghana, o regímenes políticos autoritarios al límite del totalitarismo con los casos de los llamados tigres asiáticos.

En resumidas cuentas, donde anduvo pululando la doctrina conservadora encarnada en el ajuste estructural a las economías, se impuso con un giro político hacia el totalitarismo, que funcionaba a la perfección en un clima de guerra fría. Bajo un clima de confrontación y con un capitalismo debilitado, su rol transversal en las políticas de estado no se notaba, y la lucha contra el comunismo la hacía todavía más relevante. ¡Quién no se transformó en un neoconservador en esos años 80 para poder sobrevivir y manipular el poder!

La segunda victoria o logro, fue el desplome final de la ex URSS en 1991. A partir de este hito, surge automáticamente la “invención” o el decreto de que se llegaba al fin de la guerra fría, siendo que en el “interior” del proceso se preservaba la ideología neoconservadora que la sustentaba.

La agenda neoconservadora fue fundamental para detener la expansión de la Ex Unión Soviética y la idea del comunismo porque presentaba un filo más agresivo y punzante que el liberalismo degradado en su ambigüedad de contener el comunismo con cierto grado de tolerancia y aspiración pluralista.

La ideología neoconservadora en ambos frentes, en el político-bélico y en el económico, proveyó el sustento doctrinario que se movilizó transversalmente en las sociedades por el mundo con diferentes caparazones. Formó una simbiosis compacta con las elites del poder que intentaban contener al comunismo y combatir la expansión soviética por una parte y entregarle una vía operativa al capitalismo. Este se desbarrancaba en sus periódicas crisis que alguna izquierda acostumbra a señalar como terminales y que en el fondo no son más que reventones destructivos cíclicos del capital para su reconstrucción.

Estamos casi en 2010, y ha pasado un poco más de un cuarto de siglo, 25 años, de la instauración con fuerza y a la fuerza, de la doctrina neoconservadora para administrar las sociedades.

Y en ambos frentes señalados, por el estado actual de la situación global, se observa un resultado paradójico de doble punta: con todo el espacio de poder a su disposición la doctrina ha fracasado y aún así está vigente.

La pregunta es por qué.

La única razón plausible es el nuevo tipo de totalitarismo que acompaña a la doctrina neoconservadora que se hace invisible por constituir en su esencia una fórmula para detener el comunismo. Es decir, su absorción en la sociedad, y su popularidad en los círculos de la elite del poder, responden al mismo resorte: ha sido una doctrina eficaz para contener la desestabilización que supuestamente conlleva el comunismo y entregarle gobernabilidad a las sociedades.

Aunque sean sociedades enclaustradas con carencia de participación ciudadana en los diseños programáticos de los estados, son sociedades seguras y previsibles por el control que está detrás de una doctrina que funciona en base a la situación de la permanente amenaza de la desestabilización.

Es totalitaria al estar inyectando el miedo por anticipación, como si la seguridad estuviera funcionando bajo la acción preventiva permanente.

La falsa democracia funciona sólo para un lado: para el que acepta el sistema. Al disidente hay que aplicarle la acción preventiva para erradicarlo.

El neoconservadurismo contemporáneo comienza a incubarse rápidamente con el ascenso de la Unión Soviética como potencia mundial después de la Segunda Guerra.

Si bien surge a partir de la desacreditación de legiones de liberales y conservadores en su lucha contra el socialismo, que se une a la vertiente de liberales desencantados del socialismo estalinista, el germen proviene del triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 como una poderosa señal de la vulnerabilidad del sistema.

Es así que no hay dos lecturas. En el tráfico de regímenes políticos, desde el libertario al autoritario que sucede entre 1917 y la Segunda Guerra Mundial fuera de la órbita soviética, se destaca en el debate “cómo concebir una doctrina más eficaz para contener la ola bolchevique”.

Frente a la realidad de una revolución rusa dura, pragmática y al inicio eficiente, y un capitalismo mundial debilitado, la línea divisoria entre liberalismo y conservadurismo era inexistente o inocua. En la fusión, germina con más coherencia la idea conservadora de formar una oposición a ultranza al nuevo fenómeno de masas de asalariados fuera de la elite intentando dirigir y cambiar el sistema.

Por los fenómenos decantados en dos sociedades donde la ola bolchevique prosperó más, se podría postular que tanto Adolf Hitler en Alemania como Benito Mussolini en Italia, serían el epítome del conservadurismo ultra que se opone al liberalismo frígido en la lucha contra el comunismo.

Hoy día no se está en aquella situación límite del liberalismo desencantado con el bolchevismo en alza, aún así, frente a la actual crisis económica y política que no cede, el conservadurismo comienza a presentar sus rasgos más totalitarios, encarnado en su formato más contemporáneo al que se la tendido a llamar neoconservadurismo.

La agenda neoconservadora es preservar el aparato conceptual y operativo que le dio dividendos y que se corona con el desplome soviético y como extensión inmediata del fenómeno, la pérdida de credibilidad en el socialismo como sistema alternativo, aún en un plano de coexistencia de dos sistemas.

Para una definición integral de neoconservadurismo sugiero la que trabaja la historiadora Avital Bloch en “Política, Pensamiento, e Historiografía en el EEUU Contemporáneo; 2005.Universidad de Colima México.

Esencialmente el neoconservadurismo consiste en instalar en la sociedad un pensamiento ideológico cuyo objetivo primordial es contrarrestar el desarrollo de las ideas desestabilizadoras del sistema capitalista. Esto se hace a través de agentes multiplicadores y difusores de ideas ubicados en posiciones de influencia y no necesariamente en contacto con la comunidad.

En forma simple: estructurar a partir de un liberalismo muy tenue o contenido, un discurso de construcción social y política que permitiera contraponerse a la idea de la reforma al capitalismo por la vía que fuera, sea liberal o socialista, y que permitiera reforzar en la sociedad su ideario esencial de la libertad individual, el libre mercado y la desestatización del acto de gobernar

 
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