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Lo que cuesta subir los impuestos a los ricos Imprimir E-mail
Lunes, 15 de Febrero de 2010 00:27

Sam Puizzigatti / Sin Permiso

El nuevo plan presupuestario del presidente Obama no acabará con la plutocracia en Estados Unidos. Pero de aprobarse este nuevo presupuesto, se le creará algunas molestias.

Parece que a la Fundación Heritage, gabinete de expertos con una generosa financiación, no le ha gustado el plan presupuestario que presentara la Casa Blanca la semana pasada. Los consultores externos de Heritage están embistiendo contra el anteproyecto Obama para el año fiscal 2011 como el que consideran posiblemente “el presupuesto más irresponsable de la historia”.

¿Qué hace que se enfaden los ricos y sus más fieles seguidores? Seguro que no ha sido el déficit, la causa de preocupación que con tanto fervor profesan.

El aumento de los déficits presupuestarios, tal y como señalaba la semana pasada la economista Polly Cleveland, puede que incluso funcione en beneficio de los potentados, en especial porque los ricos ostentan una gran parte de esa deuda pública. Los intereses que los ricos se embolsan por esa deuda “inclina” la distribución de riquezas del país todavía más aún hacia su lado de la balanza.

Los ricos pueden vivir, y bastante bien, con presupuestos deficitarios. Pero los impuestos les ponen enfermos, y el segundo presupuesto del presidente Obama propone, para la próxima década, unos 970 mil millones de dólares en impuestos de reciente creación para las mayores fortunas de América.

¿Pero “se calan hasta los huesos” los ricos con estos aumentos fiscales tal y como piensan los críticos? A duras penas. De adoptarse el presupuesto de Obama, a lo sumo se le causaría algunas molestias, pero no se les llegaría a empapar demasiado.

Para los poderosos, puede que sea igual de malo. Los ricos simplemente detestan los inconvenientes. A diferencia de las personas con recursos limitados, ellos sí que pueden permitirse evitarlos, y el código impositivo de los EEUU, desde hace años, se lo hace todavía más fácil.

Cómo de fácil resulta evidente cuando se analiza con detalle la letra pequeña de los cambios fiscales propuestos por la Casa Blanca.

Un ejemplo: bajo la actual ley, los directivos financieros de las corporaciones pueden catalogar a sus trabajadores como “contratistas independientes” en una limpia maniobra que deniega a los trabajadores los beneficios que como tales les corresponden y que supone el ahorro de unas cantidades importante para las corporaciones, sumas que se verán reflejadas en los cheques mensuales de sus ejecutivos.

El presupuesto de Obama propone nuevas regulaciones que dificultarían acogerse a estas clasificaciones ambiguas.

La legislación actual también permite a los ejecutivos que pillan in fraganti engañando a los consumidores que la indemnización punitiva por daños y prejuicios demandada por los juzgados pueda ser deducida de sus impuestos. Muy oportuno. El nuevo presupuesto de la Casa Blanca hará posible que sean los ejecutivos y sus compañías los que apoquinen con estos daños, y esta vez por su cuenta.

Otra ventaja de la que se aprovechan y disfrutan los ricos: según la legislación vigente, la IRS (Servicios de Impuestos Internos por sus siglas en inglés) tan sólo cuenta con el beneplácito de 3 años para averiguar si sus contribuyentes acaudalados omiten en su declaración información referente a aquellos beneficios por activos en el extranjero. Pasados los tres años el IRS ya no tendrá autoridad para sancionar a estas grandes fortunas que evaden impuestos. El presupuesto de Obama propone que se extienda este estatuto de limitaciones hasta los seis años.

Mientras, bajo el presupuesto financiero de Obama, las ganancias de las rentas más altas se verán afectadas con un aumento de las contribuciones impositivas. En el año fiscal 2011, a las parejas con ingresos superiores a los 250.000 dólares y a los individuos con rendimientos por encima de los 200.000 dólares se les aplicará una tasa de retención del 39,6 por ciento de los beneficios ordinarios sobre los primeros 373.650 dólares.

Estos contribuyentes, bajo el plan Obama, tendrán además que pagar más impuestos sobre los dividendos y “ganancias de capital” por la venta de capital social y otros activos. La actual tasa impositiva del 15 por ciento para esta corriente de ingresos ascendería al 20 por ciento.

Algunos de los contribuyentes más ricos −los peces más gordos de los fondos de protección, sociedades de capital de riesgo y otras sociedades de inversión− pagarían más bajo el plan presupuestario de Obama. Estos potentados han estado declarando la mayoría de sus ingresos como “ganancias de capital”. El presupuesto de Obama, una vez aprobado por el Congreso, acabará de una vez con este argumento.

En 2008, 25 directores de hedge fund se embucharon como mínimo unos 57 millones de dólares. En 2011, bajo el nuevo presupuesto de Obama, los 25 más importantes pagarán impuestos sobre la mayor parte de esta cantidad a un tipo impositivo del 39,6 por ciento, más del doble de la actual tasa impositiva para ganancias de capital de un 15 por ciento.

Pero estos inversores “de riesgo” y sus amigos fantásticamente ricos no tienen en verdad que agobiarse por estas nuevas tasas. Siguiendo cualquier patrón histórico razonable, y de aprobar finalmente el Congreso el nuevo presupuesto, ellos continuarían sin tener problema alguno.

Hace medio siglo, en 1961, a aquellos ingresos por encima de los 400.000 dólares −3 millones de dólares a día de hoy−  se les aplicaban un impuesto del 91 por ciento. En el 2011, si el plan presupuestario de Obama se pusiera en práctica, la tasa impositiva máxima para beneficios por encima de los 3 millones de dólares se quedaría en un 39,6 por ciento, por debajo de la mitad del tipo más alto aplicado a las mejores fortunas de Estados Unidos a mediados del siglo XX.

La semana pasada, políticos y expertos pasaron por alto esta perspectiva histórica. En su lugar, el debate en el Congreso y aledaños se centró casi en su totalidad sobre las muestras de preocupación por el tamaño del déficit del presupuesto federal.

En un mundo un poco más lógico, los legisladores y comentaristas que tanto se preocupan por el déficit no pasarían por alto la historia estadounidense de grava-más-a-los-ricos, y las compañías que los engendraron, ya que subir los impuestos a los ricos podría ser una salida obvia para la reducción del déficit. Pero los analistas y estrategas de programas políticos más influentes de Washington han venido a vetar la subida de impuestos entre los ricos como una posibilidad estratégica para reducir ese déficit. 

La última evidencia de este rechazo: los principales expertos del Tax Policy Center (Centro de Política Impositiva) de la Institución Brookings en Washington presentaron la semana pasada un nuevo documento base que asegura probar que “subir los impuestos exclusivamente a los ricos no cubrirá nuestros déficits presupuestarios”

Este documento, titulado con condescendencia Se buscan ingresos desesperadamente, razona que el aumento de impuestos sobe los ricos tendrían que ser “enorme” para conseguir reducir el déficit presupuestario federal a niveles razonables para el 2019; tan importantes, que esta cotización podría poner en peligro el “funcionamiento económico” del país.

¿Cuán elevados habrían de ser los impuestos sobre las rentas más altas, según el aceptado análisis Brookings, para reducir el déficit significativamente para el año 2019?

Si sólo subieran los impuestos para las parejas con ingresos anuales de más de 250.000 dólares y los individuos con ingresos de más de 200.000 dólares, apunta el análisis Brookings, el porcentaje impositivo máximo tendría que ascender a un 77 por ciento para que el déficit bajara a un 3 por ciento del producto interior bruto para el 2019 (el objetivo marcado por el director del presupuesto de Obama, Peter Orzag). Para llegar al objetivo del 2 por ciento que favorece Brookings, esa cotización impositiva tendría que elevarse a “casi un 91 por ciento”.

El hecho de que los Estados Unidos  contara con un tipo del 91 por ciento para los tramos más altos por más de un cuarto de siglo tras la Segunda Guerra Mundial- y que le fuera tan bien-   pasa totalmente desapercibido en este análisis Brookings.

Una curiosa omisión. Durante la década de los 50 y principios de los 60, con el tipo impositivo más alto en un 91 por ciento, el déficit anual federal no llegó nunca al 3 por ciento del producto interior bruto y tan sólo una vez al 2 por ciento, déficit por el que aboga Brookings. Estos años fueron unos de entre los más prósperos para las clases medias de los EEUU.

Lo tipos impositivos para las rentas altas, se aprecia tras una lectura más atenta del estudio Brookings, no tendrían por qué llegar al 91 por ciento para que se desatara el hechizo de una sensible reducción en el déficit. Los expertos de Brookings, en sus análisis, han tomado como ciertos una serie de supuestos que, en su conjunto, exageran el tipo impositivo sobre las rentas altas necesario para la reducción del déficit, de manera significativa, en el transcurso de una década.

Estas suposiciones ponen de relieve lo increíblemente atrofiada que se ha vuelto la imaginación política dominante en lo que se refiere a las medidas impositivas sobre los ricos y poderosos.

Los analistas de Brookings asumen, en primer lugar, que el tipo impositivo para el tramo máximo propuesto por la administración Obama  no podría ascender  por encima del 39,6 por ciento de aquí al 2015. Y en segundo lugar, dan por hecho que no habría ningún aumento sobre el impuesto a la rentas de sociedades.

Pero de subir los impuestos de sociedades −hasta el punto de que el gobierno federal recibiera de los mismos la mayor parte de sus ingresos, como sucediera antes de la década de los 80− y si el tipo impositivo para el tramo fiscal mas alto subiera por encima del 39,6 antes del 2015, los impuestos a los ricos no tendrían que alcanzar el 91 por ciento de aquí a una década para reducir el déficit de manera considerable.

De hecho, el nuevo presupuesto Obama incluye una serie de subidas sobre los impuestos de sociedades, y más concretamente, sobre aquellas que usan sus operaciones en el extranjero para evadir impuestos en los Estados Unidos. Pero desde el año pasado, según apunta la experta en impuestos Linda Beale, la Casa Blanca, ha “recortado aquellas propuestas que afectaban a compañías que transfieren beneficios a los paraísos fiscales”.

¿Qué ha pasado? General Electric, Microsoft, Caterpillar y otras grandes corporaciones se han quejado. La Casa Blanca les ha escuchado.

Ahora la Casa Blanca tendrá que escucharnos a nosotros. Y mejor alzamos la voz bien alto para que se nos oiga.

Sam Pizzigatti edita Too Much, la revista electrónica semanal sobre los excesos y la desigualdad.

Traducción para www.sinpermiso.info: María Argueta

 

 

 
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