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Ecuador: La gesta heroica del 26 de mayo de 1971. “Deja vu” de la historia: ¡Con El Carchi no se juega! Imprimir E-mail
Lunes, 28 de Febrero de 2011 03:29

Elías Cuaspud para Insurrectasypunto

Esta rebelión rebasó al Estado, es claro, a los partidos políticos desde los conservadores, liberales, comunistas, maoístas, etc.. aunque muchos de quienes incluso empuñaran un viejo mauser hayan sido militantes de alguno de ellos pero que actuaron a título personal, es decir bajo el único mandato del pueblo sin más.

Sucedió el 26 de mayo de 1971. A pesar de que era parte ya de los “usos y costumbres”, de las verdades y mitos necesarios del Carchi vanagloriarse de ser un pueblo aguerrido que no se dejaba fácilmente avasallar cuando los poderes de turno lo tocaban; de que los bravos pupos fueran quienes rompieron el cerco que permitió al ejército del libertador Simón Bolívar cruzar al sur; de que fueran los únicos que se prepararon -aunque tardíamente-, para rescatar a don Eloy Alfaro de las hordas conservadoras, etc., etc. A pesar de toda esa memoria cultivada casi cotidianamente, el 26 de mayo de 1971 -uno de los últimos hitos donde este pueblo reveló como tal aquella potencia de autonomía y autodeterminación fuera del estado y los partidos políticos-, continúa siendo absolutamente desconocido, y, si acaso por quienes lo sobrevivieron, incomprendido.

Recuérdese que en aquellos años (la de la última dictadura de José María Velasco Ibarra), se quiso imponer un tributo de 2 sucres al cruce de la frontera, afectando con ello, sobre todo, pero no solo, a las personas que se dedicaban al comercio de menudeo y que por tal razón apenas si sacaban para su diaria subsistencia. Si bien al inicio, por la presión popular en la primera gran asamblea –una suerte de cabildo popular- se vieron las autoridades locales forzadas a asistir, los acuerdos que se tomaron de ahí en adelante fueron totalmente de consenso popular, lo cual quiere decir que dichas autoridades eran cada vez más y más rebasadas por el movimiento popular que crecía, al punto que su rol se redujo a ser en el inicio solo simples negociadores con el gobierno central, pero ya sin real representación y en condiciones en donde la gente, conciente o no, veía en su negociación un recurso de “a ver qué pasa”. Luego de esos intentos fallidos de contactos con la dictadura, el actor claramente fue el pueblo, y de manera especial las mujeres.

Esta revuelta que llegó incluso de manera espontánea y súbita a armarse de fusiles mauser maltrechos, tomados de las bodegas del estanco, más uno que otro rifle de cacería y al grito potente del ¡CON EL CARCHI NO SE JUEGA!, se enfrentó a la avanzada del ejército que por aire y tierra llegó con la pretensión de terminar con el paro general que se había decretado. Hubieron bajas de ambos lados y aunque militarmente se impuso el ejército, no concluyó dicha paralización, sino por el contrario, cobró formas inusitadas donde la imaginación, la solidaridad y el honor de este pueblo mostró su vieja data de dignidad.

La persecución que siguió después de que el ejército tomara posiciones en la ciudad obligó a que muchos tuvieran que buscar refugio en la vecina ciudad colombiana de Ipiales, encontrando entre sus habitantes muestras de solidaridad y la consabida fraternidad hecha realidad en dimensiones verdaderamente conmovedoras. La dictadura ofuscada y confundida no sabía qué hacer; todo se le salía de las manos, y hasta el proveerse de alimentos para su tropa le era imposible porque en el mercado las mujeres se rehusaban atenderles, recibiendo tan solo insultos bien ganados que los soldaditos debían soportar cabeza baja. Igual respuesta encontraron del lado ipialeño cuya población había acordado jugárselas todas en solidaridad con sus vecinos tulcaneños. En fin...

Cientos de anécdotas podrían contarse, todas con la impronta del valor, el honor, la solidaridad de estos pueblos en aquellos días donde el continum del tiempo del poder era roto y donde, como se sabe, los acontecimientos adquieren ese sentido de espacios en los que los códigos de la normalidad de arriba eran rotos, emergiendo esa suerte de “carnaval” o fiesta que toda rebelión conlleva (W, Benjamín). Sin embargo hoy lo que importa es tomar conciencia de esta revuelta local, especialmente de quienes son hijos de estas historias, porque el patrimonio más grande de un pueblo es su memoria, su memoria histórica de lucha, como única posibilidad de preservar su identidad de pueblo, siendo, claro está, la dignidad la que la fertiliza y mantiene viva.

Esta memoria(*) -que solo puede ser colectiva-, sabemos que a veces vive invisible sosteniendo en silencio al pueblo del siempre abajo, o a una cultura determinada; por ella vive y tiene proyección al futuro; por eso, reducirla a la imagen de individuos, personalidades, es negar esta memoria, así como al patrimonio digno que le permite a un pueblo ser. Memoria que como tal se teje siempre en el antagonismo. Es el caso de esta gesta heroica del 26 de mayo de 1971 que, se supone, todo carchense la debe conocer. Digo es el caso, porque lo que a esta gesta la hace heroica es precisamente porque el actor fue el pueblo llano, el de siempre, no el que hizo de este suceso capital político individual (me refiero a las autoridades de aquel tiempo que en realidad no fueron líderes de nada y solo asustados políticos esforzándose en varias ocasiones por conciliar, reluciendo su estrechez y sus cálculos para no quedar mal con los poderes más altos que ellos). Insisto, el mérito de ese movimiento es que rebasó a esos pequeños poderes locales que representaban al del Estado en su conjunto.

De hecho, el momento máximo que dignifica al pueblo carchense fue cuando de manera vergonzosa estas autoridades, desde el balcón del edifico de la gobernación de aquel entonces, fueron abucheados e incriminados duramente cuando anunciaron que nuestros presos no iban a ser liberados de inmediato, admitiendo con esto tácitamente que estaban sujetos a una ley de la dictadura de entonces y que ellos, como autoridades, se comprometían a "contratar los mejores abogados" para su defensa. Para cualquier lector atento es fácil percatarse que con esto dichas autoridades reconocían la legalidad de ese sistema del cual ellos eran de algún modo sus representantes locales y que, debido a ello, quisieron presentar una situación ambigua para que la gente aceptara terminar el paro y su movimiento espontáneo. ¿Pero qué pasó entonces?: pues el pueblo rechazó rotundamente semejante maniobra y decidió continuar el paro hasta que no estuvieran en su seno todos los presos sanos y salvos. Así, a despecho de las autoridades, el paro continuó y obligó a la dictadura a que regresara a nuestros presos que fueron recibidos y acompañados por el pueblo colombiano de Ipiales y entregados en una multitudinaria marcha a las fuerzas vivas del Carchi, Ecuador.

Quienes hayan vivido esto recordarán a ese pueblo tulcaneño haciéndose sentir una vez más en su tradición de valor y honor, pero que por desgracia hoy se hace invisible -tal vez porque en silencio esté macerando su rebeldía, madurando su memoria-, ante el avasallamiento de esa dinámica chocante y depredadora que el nuevo disfraz del neoliberalismo adquiere hasta en los lugares más remotos.

Esto, sin embargo, como tristemente ocurre cuando desde arriba -en todas las variantes de los arribas que se reciclan- usando los espacios y canales de que disponen y controlan, dan su versión de los hechos, distorsionándolos, o acaso ignorándolos por su incomodidad, y dando la apariencia de haber sido los únicos actores, borrando a los verdaderos, el pueblo al que solo lo reconocen como telón de fondo de sus cálculos políticos.

LECCIÓN PRESENTE:
Esta rebelión rebasó al Estado, es claro, a los partidos políticos desde los conservadores, liberales, comunistas, maoístas, etc.. aunque muchos de quienes incluso empuñaran un viejo mauser hayan sido militantes de alguno de ellos pero que actuaron a título personal, es decir bajo el único mandato del pueblo sin más.
Aquí emergió ese ethos rebelde colectivo con la dinámica de los de abajo, pero no solo..., hasta el encuentro trunco de estudiantes cual milicia de voluntarios que desde Quito, con el corazón joven de izquierda palpitando por el imperativo moral que quiso llegar hasta tierras carchenses, entre cantos, gritos y promesas de futuro solo detenidas por las patrullas del gobierno que a la salida de la capital les diría -con ese mismo tono oficial machista y patriarcal de siempre-, que no pasarían. Y en verdad no pudieron pasar, pero sobrevivieron al menos para contarlo...

(*) Tal vez esta situación permita reflexionar ya pasados estos casi 40 años (con la fortuna de que sobreviven quienes vivieron en carne propia esta gesta). Pero no recordar, sino hacer memoria, es decir, nutriente viva de la dignidad presente.

 

Última actualización el Viernes, 04 de Marzo de 2011 02:57
 
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