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La agonía de El Libertador Imprimir E-mail
Sábado, 30 de Abril de 2011 05:44
Los últimos momentos de El LibertadorLos últimos momentos de El Libertador

Carlos Rivero Collado / kaos en la Red

Notas sobre las acciones terroristas del Imperio y sus cómplices, la increíble deportación a Colombia de Joaquín Pérez Becerra, y El Diario de la Historia con la muerte de una figura inmarcesible. 

El pensamiento escrito es más importante que los pertrechos –Simón Bolívar.

1-. El imperio del fraude y el terror

A) En Guantánamo: de acuerdo a un informe del diario británico The Telegraph, el gobierno de Estados Unidos mantuvo a cientos de detenidos en Guantánamo que eran inocentes o no representaban peligro alguno, de acuerdo a archivos clasificados divulgados por Wikileaks. Las nuevas filtraciones revelan que los prisioneros fueron mantenidos sin juicio debido a falsas informaciones de otros detenidos. Al menos 150 prisioneros afganos o paquistaníes eran inocentes, incluyendo choferes, agricultores y cocineros … y el gobierno de Estados Unidos lo sabía.

Habían sido detenidos en sus hogares debido a falsas informaciones de inteligencia obtenidas en los países en guerra y mantenidos por años en Guantánamo, en muchos casos debido a confusión de identidades o, simplemente, porque en un momento dado se hallaban en el lugar en que no debían estar (hasta aquí la nota de The Telegraph)

Éste es el gobierno que se declara “campeón de los derechos humanos”, a pesar de que ha sido el mayor violador de esos derechos en la historia de la humanidad.

B) Otro ataque al hogar de Muamar Gadafi: este lunes fue atacado, una vez más, el complejo de edificaciones que forma el hogar y las oficinas del presidente libio, destruyéndose dos edificios, en uno de los cuales estaban las oficinas en las que Gadafi celebra, por lo regular, sus reuniones de trabajo.

Según un cable noticioso “dos grandes cohetes lanzados por aviones estadounidenses no tripulados explotaron en el complejo Bab Al-Aziziya justo después de la medianoche. Un segundo edificio que se usaba para ceremonias de Estado fue seriamente dañado”.

El 14 de abril de 1986, Ronald Reagan ordenó un bombardeo al hogar de Gadafi y asesinó a su pequeña hija adoptiva, de un año y medio de edad, y a decenas de civiles inocentes. ¿Fue juzgado el ignorante Reagan por este crimen de lesa humanidad? Por supuesto que no. Reagan es una figura venerada, sobre todo por los desvanecientes grupúsculos de la derecha de Miami.

Gadafi le está dando una formidable batalla al Imperio y sus secuaces. Si logra sobrevivir a los cobardes bombardeos de las potencias capitalistas y vencer a los traidores que se han puesto al servicio de los enemigos de su patria, pasará a la historia como un gran héroe.

Muammar Muhammed al-Gaddafi representa, en este momento, la punta de lanza de la lucha mundial contra el imperialismo y quien no lo apoye se estará solidarizando con el Imperio y su pandilla.

C) Víctimas del capitalismo, más que de la naturaleza: furiosos tornados arrasaron antier con muchas comunidades urbanas en varios Estados de este país ocasionando unas 300 muertes. En este mes de abril cientos de personas han muerto aquí víctimas de ese fenómeno, que no es del todo natural porque es influido por el cambio climático que, a su vez, es consecuencia del excesivo consumismo del sistema capitalista.

Cuando uno ve por televisión las imágenes de todas esas miles de casas destruidas y se da cuenta que estaban hechas de tablas, cartones y un material al que llaman shirrón o algo así, comprende que las víctimas lo fueron más del capitalismo que de los tornados porque si en este país se hicieran las casas de ladrillos y otros materiales resistentes no habrían sido destruidos tantos hogares ni hubiese habido tantos muertos. El problema es que los fabricantes de casas usan los materiales más baratos y las venden lo más caro que se puede para que la ganancia sea mucho mayor. Son casitas de muñecas, no de seres humanos. Son trampas mortales del capitalismo. Miles de hogares en todo el centro de Estados Unidos lloran hoy esta tragedia.

2-. Una acción que hubiese indignado a El Libertador

Este lunes, el periodista Joaquín Pérez Becerra, director de ANNCOL (Agencia de Noticias de la Nueva Colombia), sueco de nacionalidad y colombiano de origen, fue deportado de Venezuela a Colombia.

Juan Manuel Santos había llamado a Hugo Chávez para solicitarle su extradición. Setenta y dos horas después, rechazando, en silencio, o sea con arrogancia, el justo reclamo de muchas organizaciones de izquierda que en el mundo entero pedían que no se deportara a Becerra, Chávez lo puso en manos de Santos, culpable directo de numerosas masacres de las que se han descubierto inmensas tumbas colectivas, brazo ejecutor del régimen criminal de Uribe, cabeza de playa del Imperio en América.

El peor error que está cometiendo Chávez es que quiere ser aliado de sus enemigos y un líder revolucionario no puede hacer eso en un mundo abrumadoramente capitalista. Es una actitud suicida y la historia nos da muchos ejemplos. Gadafi es el más reciente.

Chávez, que se precia de tener cultura histórica, pudiera conocer la de varios países en épocas distintas, pero desconoce la historia del gobierno imperial de Estados Unidos, que es la que más debiera conocer porque es el único poder en el mundo que le puede asestar un golpe mortal.

En el momento en que Chávez dé la impresión que quiere ser amigo del Imperio –porque ya lo es de quien es más criminal que el Imperio--, se va a dar cuenta de su fatídico error. El Imperio jamás ha tenido compasión con quienes se le acercan, sólo ha respetado a quienes se le alejan. Por desgracia, no ha habido ningún país que, en casi un siglo, haya tenido más poder que el Imperio.

El día en que Chávez deje de enfrentarse al Imperio, lo van a aplastar como si fuese una hormiga. Como le tratan de hacer ahora a Gadafi, como le hicieron a Saddam Hussein. Como el Imperio ha hecho tantas veces en tantos países con tantos dirigentes por tantos años.

Se equivoca Chávez si cree que con estas concesiones al régimen criminal de Santos mejora su posición para ganar las elecciones del año que viene, porque sus muchos enemigos van a volver a votar contra él y muchos de los que lo habían apoyado antes, esta vez se van a abstener porque se han dado cuenta que se trata de un individuo en extremo voluble, del que no se sabe qué actitud va a tener no ya al día siguiente sino hasta en los próximos minutos.

Chávez cree que puede actuar sin respetar el noble deseo de millones de personas, sencillamente porque le da la gana. Así actúan los imperialistas, no los revolucionarios. Así actúa Obama, así actuaron casi todos los gobernantes de Estados Unidos.

Comencé a defender al teniente coronel Hugo Chávez Frías mucho antes de que llegara al poder, cuando, el 4 de febrero de 1992, trató de derrocar a Carlos Andrés Pérez, un ultracapitalista disfrazado de socialdemócrata. Vivía, entonces, en México y recuerdo que hice unas declaraciones en El Heraldo apoyando el fallido golpe del grupo de militares que se oponía a la corrupción demoliberal, como se había opuesto a la sangrienta represión oficial de El Caracazo.

Arguía en aquellas declaraciones que el golpe era necesario en un país al que las potencias capitalistas –sobre todo Gran Bretaña, Holanda y Estados Unidos-- habían despojado de una gran parte de su producción petrolera desde que Juan Vicente Gómez se las entregara, en 1908.

Venezuela fue, desde la primera hasta después de la segunda guerra mundial, el segundo y después el tercer productor mundial de petróleo y el primer exportador. Se cree que más de un 85% de la ciclópea riqueza que generó el petróleo fue sacada del país por las compañías transnacionales, desde 1908 hasta que, en los años 70, Pérez lo nacionalizó. Después se la robaron los políticos, funcionarios, militares y empresarios y el pueblo siguió siendo pobre en medio de una fabulosa riqueza.

Por la defensa que hice de Chávez hace casi veinte años, estuve a punto de ser expulsado del Club Cubano de México, y sólo la intervención de mi amigo Eduardo Borrell Navarro (que en paz descanse), lo evitó.

No soy de esos fanáticos que se hacen enemigos de quienes tengan opiniones políticas contrarias. Tengo amigos en la acera opuesta, pero no son arrastrados del Imperio ni ciegos a las visibles injusticias del capitalismo. Uno de ellos es el reverendo Marco Antonio Ramos, una de las personas más cultas y brillantes que haya nacido en nuestra patria, al que admiro a pesar de que tenemos ideas opuestas en política y religión.

Me crié en un ambiente de abierta camaradería política. Recuerdo que a nuestro hogar habanero del viejo Pueblo Nuevo, en los años 40 y a principios de los 50, concurrían a menudo Blas Roca, Lázaro Peña y Salvador García Agüero, máximos dirigentes del Partido Socialista Popular, de filiación marxista-leninista. Y recuerdo los fuertes abrazos que le daban a mi padre, quien nunca fue comunista ni socialista, ni siquiera de izquierda, como saben los cubanos de cierta edad o aquéllos que conozcan la historia de nuestro país en el siglo pasado.

A partir de aquel golpe fallido de 1992, he defendido a Chávez en muchos foros: tribuna, televisión, radio, prensa escrita y desde hace varios años en internet. Cualquiera puede chequear en el archivo de Kaos mi colección de artículos en que lo he defendido cientos de veces; pero mi largo apoyo a Chávez recibió un duro golpe cuando Pérez Becerra fue puesto en un avión rumbo a Bogotá.

Como lo recibió cuando puso en manos del régimen de España –violador de los derechos humanos y hasta torturador con Aznar y Zapatero--, a los heroicos vascos y, luego, cuando le dio un abrazo al esbirro Santos y dijo que era “su mejor amigo” y después el fuerte apretón de manos al usurpador Lobo, cipayo del Imperio.

Lo que más molesta de esta acción de Chávez es su arrogancia en no haber dado ninguna explicación sobre nada de esto, como si fuera un imperialista. Su silencio descubre, no incubre, su mala acción.

El camarada Joaquín Pérez Becerra no es un asesino, no es un criminal. Es un revolucionario de talento, consecuente con sus principios, que aspira a que su patria tenga un sistema socio-político-económico justo, no como el que ahora tiene.

Asesino fue Francisco de Paula y Santander que traicionó a El Libertador y fue cómplice del asesinato del mariscal Sucre, héroe máximo de la gran Batalla de Ayacucho que puso fin a la dominación imperial española en América del Sur. Criminales han sido casi todos los gobernantes de Colombia. Criminales son la oligarquía y la burguesía colombianas, las más explotadoras e insensibles que ha habido en la historia de América.

Ahora bien, camaradas, a pesar de todo lo dicho hasta aquí, es muy importante que no caigamos en una probable trampa del Imperio y sus cómplices y vayamos ahora a demonizar a Chávez y convertirlo en nuestro enemigo.

Unos errores, por graves que sean, no echan abajo la gran obra social de la Revolución Bolivariana, aunque ésta tenga más de reformista que de revolucionaria. Ahí están los millones de venezolanos que habrían muerto o estarían ciegos o postrados en la tierra si no les hubiese llegado a tiempo la ayuda médica, y los millones que aún no sabrían leer ni escribir. Ahí está la dignísima actitud de Chávez frente al monstruoso crimen del Imperio en el Oriente Medio y su apoyo actual al héroe amtimperialista Muamar Gadafi.

Ahí está su íntegra solidaridad con los grandes movimientos populares de América que llevaron al poder a Daniel, Evo, Correa, Lula, Kirchner, Funes, Lugo, Colom y Mujica.

Ahí está su apoyo a Irán, que el Imperio y su pandilla estuvieron a punto de agredir –aún lo están--. Ahí está su condena a la sangrienta invasión de los sionistas de Israel a Gaza en diciembre del 2008. Ahí está su apoyo integérrimo a la Revolución Cubana, desde los años en que el Imperio empeoraba el embargo económico contra el pueblo cubano.

No nos engañemos, camaradas, nuestros enemigos son el Imperio y su pandilla, sobre todo los sionistas que tienen el poder en Israel y dominan la política exterior del Imperio y tienen gran influencia en países que ayer fueron grandes potencias y hoy sus gobernantes sirven de esbirros y verdugos al solitario imperio.

Debemos condenar las malas acciones de Chávez, pero no se puede caer en la trampa del enemigo y hacerlo blanco permanente de nuestros ataques. Ése sería un error peor que el que ha cometido Chávez con los vascos, Santos, Lobo, Becerra y más.

Juzguemos a Chávez por sus aciertos y errores, por sus lealtades y veleidades, y los primeros, camaradas, son muchos más que los segundos.

No caigamos, insisto, en la trampa de los capitalistas, sobre todo de los canallas sionistas que dominan una gran parte de los medios de difusión masiva del mundo y poseen inmensos recursos económicos, y andan por ahí comprando a todo el que necesite y quiera venderse … sobre todo si es de izquierda. ¡Mucho cuidado con eso!

Chávez, por su parte, tiene que comprender que un gobernante no puede comportarse como actor de comedia ni payaso de circo, sino con seriedad y en absoluta congruencia con sus principios.

Chávez debe entender, además, que Santos es un enemigo mucho más peligroso que Uribe. Uribe era Bush, Santos es Obama. Aquél le podía meter un estacazo en el medio de la cabeza; éste le envenena el café sin que se dé cuenta.

 

Veamos, entonces, la muerte de un venezolano que nunca entregó un camarada a sus enemigos.

DESPUÉS DE BREVE AGONíA, FALLECE EL LIBERTADOR

El Diario de la Historia, Santa Marta, República de Nueva Granada, 17 de diciembre de 1830. A la una de la tarde de hoy falleció el Padre de la Patria, generalísimo Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, en la quinta San Pedro Alejandrino, cercana a esta ciudad. Tenía 47 años y varias enfermedades le aquejaban desde hacía algún tiempo, entre ellas la tuberculosis pulmonar que, finalmente, le segó la vida mucho antes de la vejez.

Le acompañaron en su momento final, el general Mariano Montilla, gobernador de Cartagena; el general José Laurencio Silva, jefe de la caballería colombiana en la Batalla de Ayacucho; don Joaquín Mier y Benítez, Lucas Meléndez, José María Molina, Soledad Juan Glen, Julio Portocarrero, Belford Wilson, Manuel Ujueta, José de la Cruz Paredes, Luis Perú de La Croix y, además, su sobrino Fernando Bolívar, su médico de cabecera Alejandro Próspero Révérend, su edecán Andrés Ibarra y su mayordomo José Palacios.

El ocaso del héroe

Después que el Congreso de Colombia lo relevara de su cargo de Presidente, nombrando a Joaquín Mosquera, el pasado 7 de mayo, El Libertador salió de Bogotá dos días después, rumbo al Magdalena.

Cansado de recelos y conjuras y presintiendo, quizás, que ya se acercaba esa sombra en que la vida desaparece, quería pasar sus últimos años –pensaba aún en años, no en meses-- lejos de las disputas, en Europa, en Londres tal vez, allá en las brumas lejanas del olvido adonde no llegarían los deslumbrantes rayos del sol que, en ambos trópicos, habían sido testigos de su flamígera espada y sus encendidos sueños.

Su salida abrupta de Bogotá había sido una fuga, a pesar de que todo el pueblo aún lo quería y lo hubiese apoyado si, rechazando las ambiciones de los miembros del Congreso, hubiese impuesto su voluntad. Pero él no podía hacer eso. Su dictadura había sido legal, como las de Cincinato, Sila y César, con el beneplácito del pueblo y el Congreso, que ahora lo deslegalizaba.

¿Cómo podía continuar? ¿Romper las leyes que él mismo había creado? ¿Ser un liberticida adonde había sido un libertador? ¿Ser hijo díscolo en la patria de la que era padre sereno? ¡No! La fuerza sólo es justa cuando defiende un principio no cuando sólo se defiende a sí misma. Fuerza sin ley es barbarie; fuerza con ley es avance.

Huía, más que de la decisión del Congreso, de las intrigas de los envidiosos; no del fuego enemigo, sino de la traición amiga; no de los realistas, sino de los propios combatientes de la libertad que le habían sajado el cuerpo con más heridas que las que nunca pudo hacerle el imperio español.

En ese íntimo dualismo de mente y cuerpo, idea y carne, sangre y pensamiento, sus desengaños empeoraron sus males físicos y aprontaron su muerte. Si la infamia y la ingratitud de los que todo se lo debían no le hubiera hecho sufrir tanto, quizás se habría sanado de enfermedades de las que muchas otras personas se curan. Cuando la mente sufre, la carne paga.

La costa y el sol

Al llegar a Cartagena, un rayo moral le pega en medio del pecho: se entera de que su leal y bravo amigo, Antonio José de Sucre, el Gran Mariscal de Ayacucho, había sido asesinado en la cobarde emboscada de Berruecos, en el Departamento de Pasto, cuando iba de Bogotá a Quito, por orden de los propios jefes que le debían la jefatura. Lo que no pudieron hacer cien cañones y decenas de miles de realistas, lo hizo una infame y cobarde recua de traidores.

--Se ha derramado la sangre de Abel –murmuró, casi a punto de desmayarse--.

Unos días después, recibió una noticia muy distinta: el general Rafael Urdaneta había depuesto al presidente Mosquera y reclamaba su regreso a Bogotá.

Muy grave tenía que sentirse el hombre al que nunca el poder le fue extraño para negarse a aquel reclamo que, más que de Urdaneta, era del pueblo colombiano que había rechazado la decisión del Congreso de echar a un lado a quien había creado a la patria que de no existir no habría habido Congreso.

El Libertador presintió que aquel largo viaje que acababa de dar por el Magdalena rumbo a la costa, en sentido contrario al que había hecho diez años antes para ganar batallas y liberar naciones, no tenía regreso. Iba a morir y lo sabía ... lo sentía. Le envió un mensaje al general Urdaneta, rehusando lo que nunca había rechazado, el poder.

Un arado en el mar

Estuvo varios meses en Cartagena y Barranquilla, esperando en vano el barco que el general Montilla le había ofrecido para viajar a Europa, consciente, quizás, que lo que quería el Gobernador era que se acercara al poder no que se le alejara. Entonces, el 29 de noviembre, zarpó en el bergantín Manuel y arribó a Santa Marta al anochecer del día primero de este mes.

El suave mar verdiazul y las brillantes cumbres nevadas de la sierra que se perfilaban sobre un nítido cielo intensamente azul, hacían agudo contraste con el semblante grisáceo, demacrado, hundido, inmóvil, del moribundo.

No era el héroe de cien batallas el que llegaba a la asoleada ciudad de la costa, sino una sombra. Un cadáver que aún podía mover un poco sus huesos cubiertos de magra piel: un esqueleto con ropas.

Hubo que llevarlo en un asiento de manos a la casa ajena en la que pernoctaría varias veces hasta que un gachupín sensible, Joaquín Mier y Benítez, hijo de la buena España no de su infame imperio, lo llevó a su quinta cercana a Santa Marta para que los sanos aires del mar pudieran aliviar en algo sus dolencias: tuberculosis, reuma, úlceras, nervios, tisis.

Se sintió un poco mejor unos días después y salió a caminar, lentamente, por los jardines, entre laureles, ceibas y tamarindos, y a percibir el olor a caña que salía de un ingenio cercano, y a ron, de una antigua destilería. Fue un paseo corto y cuando aún ardía en la piel el intenso sol tropical, regresó a su habitación temblando de frío y se cubrió con una manta de lana hasta el cuello.

Lo seguía atendiendo el propio médico que lo recibió al llegar a Santa Marta, el francés Révérend.

Una mañana, El Libertador lo miró, movió la cabeza, bajó la vista hasta el piso y, en broma, murmuró:

--De joven renuncié a la religión y ahora me cura un reverendo.

¡Vámonos, vámonos!

Otro día, cuando ya casi no podía levantarse del lecho, le hizo una señal para que se le acercara y, con la voz muy débil y áspera, le dijo:

--¿Qué vino usted a buscar a este país, doctor Révérend?

--La libertad, mi general.

--¿Y la encontró?

--Sí, señor.

--Tuvo más suerte que yo.

La fiebre le subía por las noches, tosía con fuertes dolores en el pecho y la espalda, esputando, a veces, coágulos de sangre. Sudaba mucho y deliraba a menudo.

Un día antes de morir, tomó por un brazo a Palacios, su fiel mayordomo que había estado con él en el fango y el agua bajo un puente bogotano aquella noche en que estuvieron a punto de asesinarlo en el Palacio San Carlos, abrió bien los ojos y dijo:

--¡Vámonos, vámonos, esta gente no nos quiere aquí! Llévenme el equipaje a bordo de la fragata. ¡Vámonos!

Aún le quedaba un soplo de vida para dictarle su proclama final a uno de aquellos leales que se mantuvieron a su lado hasta el momento decisivo, que concluye así:

--Colombianos: mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, bajaré tranquilo al sepulcro ☼

 

Próximo tema de El Diario de la Historia:

Masacre en Wounded Knee (29 de diciembre de 1890)

 

 
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