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El Último Mohicano Imprimir E-mail
Domingo, 24 de Julio de 2011 20:52

Camilo de los Milagros
Alguna vez oí decir que Alfonso Cano comparó las FARC con “Los Últimos Mohicanos” de América.

En broma o en serio quizá, el máximo líder político de la guerrilla más vieja de este continente que alguna vez fuera subversivo, aludía a la novela de James Fenimore Cooper sobre aquellos indios de los Bosques Orientales de Norteamérica que poco a poco se quedan aislados, atacados y perseguidos hasta su desaparición.

La actual disyuntiva de la guerrilla colombiana se convierte en una sátira cruel y sanguinaria confirmando las palabras de Cano: efectivamente, después de soportar durante una década la que bien puede tenerse como la ofensiva militar más devastadora que conociera América Latina en un siglo, el intelectual Cano que un tiempo fuera vigoroso líder estudiantil y luego hombre cercano a los insurgentes de Marquetalia, el intransigente comandante barbudo – “terrorista filósofo” lo llamaba Uribe – a sus 60 años se queda sólo frente a un ejército de campesinos rebeldes, como el Último Mohicano de las cordilleras y selvas del Sur. Nadie cree, nadie quiere creer ya, en tal presagio de revolución. Al tanto, las FARC, cometiendo errores tras otros, se enclaustran a sí mismas política y militarmente en lo profundo del monte. No es difícil presentir su destino.

“Negocia o lo aniquilamos” fue la promesa de Santos, amenaza infructuosa contra la insurgencia repetida por todos los gobiernos anteriores, que la oligarquía no ha podido cumplir desde el lejano 9 de Abril de 1948 debido a sus propias limitaciones. Una, la renuencia de los terratenientes y grandes capitalistas colombianos a hacer concesiones de ningún tipo a los grupos guerrilleros. Otra, la imposibilidad de acabar a la brava con las guerrillas, que crecen espontáneamente, naturalmente, en el miserable campo colombiano.

El inconveniente fundamental de Cano y su movimiento es el rezago teórico tremendo de la izquierda (en este caso la izquierda en armas) incapaz de comprender los nuevos fenómenos que enrarecen el mundo y la sociedad. Hace décadas Colombia dejó de ser un país rural y campesino, argumento poderoso contra el esquema guerrillero usado por las FARC, para citar sólo un ejemplo. Con viejas tácticas contrainsurgentes el Estado Colombiano apoyado por los EU lleva años secándole el agua a pez, desalojando vastas áreas rurales a fuerza de masacres, desplazamientos y fumigaciones. Las guerrillas, ahogadas en el aislamiento, se quedan lentamente sin base. Debe estar escrito en algún manual de la CIA, porque es la misma táctica usada en las “Aldeas Estratégicas” del Vietnam o la actual “Operación Cacería Verde” contra los maoístas en India.

La encrucijada de Cano será escueta y precipitada: aceptar una “negociación” que realmente es capitulación o negarse a negociar, empecinado en resistir en contra de todo y de todos. Una campaña quijotesca, descabellada si se tiene en cuenta que la victoria cada día está más lejos.

En el primer caso creo que pasaría lo de siempre, el incumplimiento de las clases dominantes a sus promesas y el asesinato de los líderes insurgentes desmovilizados. Así llevaron al matadero a Rafael Uribe Uribe a principios del XX, Guadalupe Salcedo en los 50, a los hermanos Calvo en los 80, a Pizarro Leon-gómez en los 90…

En el segundo caso a Cano le espera otra muerte probable, pero en combate. Escribir esto en Colombia puede costarle la vida o la libertad a cualquiera, sin embargo es una verdad de a puño imposible de eludir, una evidencia innegable aun para quienes no simpatizamos con las FARC: la intransigencia de Cano, su renuencia a entregarse a la aristocracia más rancia y criminal de América, esa testarudez de guerrillero vencido aunque invencible igual a la de su mentor Tirofijo, que anhelaba la victoria o la muerte como el Ché Guevara, constituyen sin duda el arma más poderosa de esta guerra. La más poderosa claro, porque pueden matarse guerrilleros, aplastarse rebeliones enteras y aun así, sentenciaba Gillo Pontecorvo en Queimada, convertidos en mitos se hacen inmortales. Si Alfonso Cano elige morir de pié será una leyenda más de la revolución – ¿fracasada? ¿Derrotada? ¿Inconclusa? – latinoamericana. Una leyenda invicta como Camilo Torres y Sandino. La última leyenda, la que cerraría el convulsionado siglo XX. Puede que el Presidente Santos lo intuya, por eso busca negociar innecesariamente con una guerrilla casi derrotada: para arrebatarle hasta el último trozo de dignidad, para desarmarla además moralmente.

Cano el intransigente, con fama de íntegro y rígido, guerrillero sagaz, conoce bien su disyuntiva. También puede – todo es posible al fin y al cabo – que se muera de viejo peleando en las montañas colombianas, como Tirofijo, como Jacobo Arenas, como el español Manuel Pérez. De viejo y con la moral intacta: la muerte más improbable pero increíblemente frecuente en nuestro país, para un comandante guerrillero.

 
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