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Martes, 15 de Mayo de 2012 14:41

El Comando Rosa

Están sonando los tambores. Atravesamos la duración. Primer aniversario del Acontecimiento que cambiará —que ya cambió, aunque no sepamos cómo ni en qué sentido— nuestras vidas

Están sonando los tambores. Atravesamos la duración. Primer aniversario del Acontecimiento que cambiará —que ya cambió, aunque no sepamos cómo ni en qué sentido— nuestras vidas. El 15 de mayo del año pasado algo se rompió en el monótono sucederse de las horas. Lo imprevisto tuvo lugar. La irrupción de la novedad. Aún no sabemos muy bien cuál, pero el Comando Rosa se sabe arrastrado por ella. Estuvo entonces allí, en la Plaza. Combatiendo la heteronorma. Deseando con más intensidad que nunca la insurrección de los cuerpos. Gozando del instante de la anomalía. Sentimos cómo el Acontecimiento nos penetraba. Percibimos en nuestros cuerpos que el 15M había supuesto una quiebra en el Ser, la irrupción sorprendente del afuera, un desplazamiento del horizonte ontológico en el interior del cual las subjetividades se conforman. Sin duda, se cargaba y aún se carga, como con un cadáver atado a la espalda, con muchas componentes antiguas. Gran parte de los rasgos que caracterizan la expresividad disconforme están más cerca de las viejas exigencias políticas que de modalidades fieles a lo que quiera que sea eso que ha irrumpido. El 15M se presenta apenas sí como un indicio de lo que será, como anuncio o promesa.  Se precisa de la consolidación del Acontecimiento para que la novedad que ha surgido prenda en lo real, para que la potencia sedimente como producción objetiva de nuevas condiciones de vida y resistencia. Éste es el segundo asalto. El que ha comenzado el día 12 y no ha anunciado su clausura.

La consolidación de lo que ha emergido tendrá que enfrentarse a las fuerzas de la reacción que tratan de minimizar los efectos de lo ocurrido. No sólo nos enfrentamos a la insistencia de una clase burguesa dispuesta a despojarnos de todo, sino también a funestas inercias que recorren por dentro el movimiento. La homofobia, al igual que el machismo y la xenofobia o el racismo, nos atraviesan permitiendo la reproducción de relaciones jerárquicas de dominación. Las segmentaciones de raza, sexo u orientación del deseo son dispositivos esenciales para la reproducción de la dominación de clase, dinámicas a través de las cuales dividir a la plebe anónima que todas somos. Dejar en un segundo plano la lucha contra estos códigos que estructuran el sociussegún asimetrías funcionales a las formas de explotación supondría el agotamiento anticipado de la capacidad transformadora, además del peligro de quedar instalados en una línea de descenso a los infiernos al seguir reproduciendo los dispositivos de discriminación. La producción de nuevos escenarios y el afianzamiento de los procesos de autovalorización de la potencia subversiva demandan una reapertura constante de las dinámicas de manera que éstas estén en condiciones de eludir tanto las tendencias al centrifugado de las singularidades como la constitución, aunque sólo fuera implícita, de normatividades excluyentes. Las exigencias de los agenciamientos colectivos periféricos tienen que articularse de modo que lleguen a ocupar el centro de la escena política, un centro que esté en todas partes, pues los márgenes son hoy, una vez más, el núcleo desde el que iniciar un proceso de constitución asentado sobre la innovación radical, el lugar sin lugar desde el que recomponer la proyección del común —tierra de nadie. 

Por ello El Comando Rosa declara: somos nosotras —las maricas, las trans, las bollos— el 99 %. La heterosexualidad normativa es sólo el 1%: un modelo imposible, el lugar de una identidad que ya nadie ocupa y que, sin embargo, sigue estructurando nuestros cuerpos, rompiendo nuestras vidas. No se trata simplemente de que ya nadie folle según la norma. Eso nunca ha ocurrido. La heterosexualidad natural, genitalizada, tierna y reproductiva fue siempre sólo un mito. Ocurre que ahora lo sabemos. Tenemos perfecta constancia. Ya ni siquiera nadie se cree que alguien sea tan idiota como para pretender cumplir con la norma. Dios-Hétero ha muerto. La postura del misionero se hace aburrida. El placer siempre se encuentra un poco más allá. En otra parte. En el espacio de una perversión que ya no es tal, puesto que no se define por negación/transgresión respecto de ningún modelo, sino, al contrario, como afirmación pura, construcción autónoma, como dinámica productiva. El placer sexual es una de nuestras mayores creaciones colectivas. No pensamos dejar que nos la arrebaten. Sólo el 1% es normal. El otro 99 somos unas raras.
 
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