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Si a la Vida, Si a la Muerte Imprimir E-mail
Miércoles, 20 de Junio de 2012 15:56

Gastón Albertini

¿Me voy a morir doctor? Me preguntó mientras secaba las asustadas lágrimas que se deslizaban desde sus ojos amarillentos. Aunque la posición le impedía ver el color alquitranado de su orina o reconocer el nauseabundo olor que inundaba su ropa interior, ya sentía el profundo desasosiego... ¿Me voy a morir doctor? Me preguntó mientras secaba las asustadas lágrimas que se deslizaban desde sus ojos amarillentos. Aunque la posición le impedía ver el color alquitranado de su orina o reconocer el nauseabundo olor que inundaba su ropa interior, ya sentía el profundo desasosiego del que avizora la posibilidad cercana del final. -No te preocupes…- pude responderle, maldiciendo la capacidad que da la medicina de predecir el desenlace de estos cuadros sépticos, que sin embargo nos mezquina la virtud de olvidar dolorosos recuerdos como éste.

Mi grado de Residente de primer año me impidió acompañar a Florencia más allá de la puerta de entrada a los quirófanos. Sólo pude encontrar en mi congestionada lista de obligaciones asistenciales, unos escasos veinte minutos para acompañar a Ana, su madre, en la agónica espera, incapaz de brindarle una respuesta acerca del resultado de la cirugía. Sin embargo lo suficientemente paciente para escuchar su arrepentimiento por estar ausente ante la decisión desesperada de su hija, de someterse a un aborto en las paupérrimas condiciones que condenan a una mujer de su baja condición económica.

Florencia de quince años murió en quirófano. Y yo nunca pude anular de mis sueños y recuerdos esa mi primera experiencia, parte de una larga lista de muertes provocadas por la crueldad de una prohibición elitista e irreverente.

“Sí a la vida”,  dicen los cínicos. “Sí a la vida”,  dicen los ignorantes. “Sí a la vida”,  dicen los curas pederastas, los empresarios de la moral y la riqueza, los sacerdotes y militares golpistas, los políticos títeres… y muchos ni siquiera se detienen a interpretar esta expresión tan comercializada como abstracta. “Sí a la vida… ¿de quién?” diría Florencia…

Está claro que la institución eclesiástica se ha ido, a través de los siglos, alejando (por lo menos en lo pragmático) de las decisiones del Estado. Si  tomamos al Estado burgués como ente que se separa del pueblo para devenir mediador en la lucha de clases y analizamos la mutación de los medios represivos y de explotación a través de los años, podemos entender el reemplazo de la Iglesia como actor directo del control popular por otros esquemas más eficientes (como la burocratización de los sindicatos, por ejemplo). A pesar de su lugar preponderante dentro del esquema de dominación, y considerando la utilización cíclica de las estructuras religiosas por parte de la clase explotadora reemplazando al ejército y la policía en tiempos de “paz” (teniendo en cuenta la concepción marxista de que la paz es un período de entreguerras en donde la clase explotada acepta su lugar de subordinación) y apoyando la acción militar en tiempos de represión directa, ha habido siempre una especie de puja interna entre los poderes gubernamentales, sobretodo en actuales gobiernos de “centroizquierda”, en donde la Iglesia se ha visto amenguada, por lo menos en lo que a toma unilateral de decisiones se refiere. A pesar de la existencia de un importante lobby por parte de las estructuras religiosas, la Institución ha perdido (o cedido) algunos pilares secundarios dentro de su construcción dogmática. Son algunos ejemplos las sanciones de las leyes de divorcio, de matrimonio igualitario, algunas normas de salud reproductiva, etc. El aborto sería uno de los bastiones más importantes a defender dentro de esta estructura que se va destruyendo y necesita mutar para mantenerse en pie dentro del ejército capitalista.

Es histórico el uso político de los signos y símbolos con el fin de crear una opinión pública afín a los proyectos respaldados por la hegemonía mediática. El manejo apropiado de una expresión determinada, más allá de carecer de fundamentos válidos, posibilita utilizarla como justificación para las más aberrantes acciones. Estos conceptos se pueden aplicar claramente al uso de la expresión “Si a la vida”, con el fin de atraer adeptos en contra de la legalización del aborto. Profundizando en su análisis, podemos ver que en este caso “la vida” se refiere al producto de la concepción y no a las mujeres víctimas de los abortos clandestinos. Llegamos entonces a un punto de reflexión del cual se desprenden diversas perspectivas desde dónde analizar el tema. Una de ellas, la más común, es el punto de vista filosófico. Desde allí se discuten conceptos como “en qué momento se considera al producto de la fecundación un ser humano”, y las respuestas varían según su ámbito de procedencia (embriología, neurofisiología, religión, etc.) todas tan válidas como discutibles. Otro punto de vista sería el moral, desde el cual se plantea el derecho de la mujer a decidir sobre el futuro de su embarazo, por ejemplo. Aquí también varían las respuestas según su origen. En el campo de discusión filosófico-moral, la iglesia se ve autorizada a formar un poderoso bloque discursivo de oposición dada la aceptación de “la palabra de Dios” por parte de las grandes masas. Pero existe un campo en donde ésta se ve anulada completamente (si se confía en las estadísticas, claro). Es el campo Sanitario. Son reales e impactantes los índices de mortalidad materna por abortos clandestinos en el mundo, así como su drástica reducción en los países donde la práctica es legal, y sobretodo el hecho estadístico del no aumento de los índices de abortos en estos países (tomando en cuenta que las cifras oficiales reflejan la totalidad de los casos, lo que no sucede en los países donde éstos son ilegales). Es un ejemplo paradigmático el caso rumano: el presidente rumano Nicolae Ceausescu, impuso la ilegalización del aborto en el año 1966 con el fin de lograr un crecimiento en la fuerza de trabajo con el fin de acrecentar la producción industrial. En el primer año se duplicó el número de nacimientos. No obstante, durante la década posterior, se notó un paulatino descenso hasta niveles semejantes a los anteriores a la sanción de la ley proscriptiva y sobre todo un aumento tal de las muertes maternas por aborto séptico, que Rumania se convirtió en el país europeo con mayor registro de morbimortalidad por esta causa, llegando a superar en DIEZ veces la media del continente. Veinte por ciento de las mujeres en edad reproductiva quedaron infértiles. Otros datos de importancia fueron la triplicación de la mortalidad infantil, número de abandonos de recién nacidos y de niños viviendo en las calles, debido a la saturación de los orfanatos. Este ejemplo nos muestra las consecuencias reales de la ilegalización del aborto en sociedades carentes de una educación sexual apropiada. Debemos entonces hacer una distinción entre los conceptos “estar a favor del aborto” y “estar a favor de la LEGALIZACIÓN del aborto”. Como ya señalamos, el primero apunta a una discusión filosófico-moral mientras que el segundo refiere a una MEDIDA SANITARIA DE URGENCIA frente a una educación sexual paupérrima en la población general, y hasta que la misma llegue a significar por si sola la reducción a cero del número de abortos. Para reforzar lo dicho es importante mencionar que la experiencia en los países con aborto legal afirma que esta práctica no se convierte en un método anticonceptivo.

 
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