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El fruto prohibido Imprimir E-mail
Martes, 17 de Marzo de 2009 04:19

La Semana

Ateo, anarquista y hedonista, el polémico Michel Onfray es el filósofo de moda en Francia y Europa. Dos de sus libros más importantes ya están en Colombia.

El ‘Antimanual de filosofía’ es un acercamiento políticamente incorrecto a la disciplina. El ´Tratado de ateología´ es una dura crítica al cristianismo, el judaísmo y el islamismo

Onfray usa el pensamiento como estrategia. Sabe que el intelectual debe ser ante todo un agudo crítico de la sociedad. Y Onfray, además de crítico, es un provocador, como la serpiente que invita a Eva a comer
el fruto prohibido del árbol del conocimiento.

Doctor en filosofía y profesor durante más de 20 años, ha publicado 30 libros en los que plantea una ética atea y cínica. En 2002 decidió abandonar la carrera académica y fundar una universidad popular en la ciudad
francesa de Caen. Allí filosofa en pantuflas y todos los martes les habla a unas 600 personas. No cobra matrícula ni ofrece un título. Una emisora pública transmite sus clases y una casa disquera se puso en la tarea de editar 144 horas de discursos filosóficos. Dice que pertenece al ala izquierda de la filosofía y su pensamiento político se ocupa del anarquismo y el individualismo libertario. Pero también es un pensador del cuerpo, un filósofo del hedonismo, de los sentidos y del amor.

Dos de sus obras más importantes están recién desempacadas en las librerías colombianas: el Tratado de ateología (Anagrama) y el Antimanual de filosofía (Edaf). Ambos fueron éxitos editoriales sin precedentes para una disciplina con tan pocos seguidores como la filosofía. El Tratado, que es su obra más reciente, vendió más de 200.000 ejemplares y generó una fuerte polémica en los círculos intelectuales franceses.

Si algo demostró es que el interés por las cuestiones religiosas crece todos los días. Y el Antimanual, que en principio estaba escrito para los estudiantes del bachillerato francés, terminó vendiendo más de 500.000 copias.

Un ateo en positivo

Para Onfray el ateísmo tiene un fin práctico. Contrario a lo que decían los filósofos del siglo XIX, este pensador del siglo XXI sabe que Dios no ha muerto. De hecho, la historia de los últimos años demuestra que
sigue más vivo que nunca. Basta encender el televisor para darse cuenta del retorno de lo religioso: muertos por unas caricaturas de Mahoma, polémicas sobre el velo islámico en las escuelas, Ben Laden predicando, Bush rezando... Es necesario reafirmar un ateísmo radical y sólido porque Dios no ha demostrado ser un buen pacifista.

Por eso el primer momento de la ateología debe ser una deconstrucción de los tres monoteísmos: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, a los que Onfray ataca sin cuartel. Es preciso sacar a flote lo que está en la base de estas religiones: el odio impuesto por los clérigos. Odio a la inteligencia y preferencia por la sumisión; odio a la vida y culto a la "pulsión muerte"; odio a este mundo, desvalorizado por el más allá; odio al cuerpo y preferencia por el alma; odio a las mujeres en nombre del Ángel.

Pero también es urgente una deconstrucción del cristianismo, la religión más extendida en Occidente. Hay que observar cómo se construyó y se instaló, y hay que desmantelar su ficción. Jesús, sostiene Onfray, nació de la histeria colectiva de una época nihilista, muy similar a la sociedad actual. El Mesías es el símbolo de una época plagada de sectas proféticas y apocalípticas.

La tercera etapa es la deconstrucción de las teocracias. Lo primero es poner en evidencia cómo los sacerdotes de todas las religiones ejercen un poder proveniente de un Dios que -vaya curiosidad- no habla. Es necesario denunciar cómo éstos ordenan lo que los demás deben hacer, pensar, sentir y vivir. Y en este punto hay que detenerse a observar con especial cuidado lo que Onfray llama la panacea de las teocracias: la democracia occidental. Pues ésta, que se basa en la quimera del poder el pueblo y en la pretendida soberanía de los ciudadanos, no es más que una nueva versión de los valores cristianos. Mientras, en contrapartida, aparece la paranoia del hiperterrorismo universal acompañada del vacío de la sociedad de masas.

En lugar del rabino, el sacerdote, el ayatola o el imán, hay que seguir al filósofo.
A la teología hay que anteponer el sentido del humor, el materialismo y la sensualidad. Lo que hay que fundar, para Onfray, es una nueva moral sin Dios; una moral poscristiana, en la que el cuerpo deje de ser un
castigo y la tierra un valle de lágrimas. Donde el otro no se piense como un enemigo al que hay que reducir, sino como la oportunidad para establecer una relación. Hay que intentar el paraíso no como una ficción en el cielo sino como el ideal de la razón en la Tierra.

El filósofo que ríe

Y si el Tratado es una crítica aguda a la religión y la sociedad, el Antimanual de filosofía. Lecciones socráticas y alternativas es una celebración del pensamiento. El objetivo es "descifrar el terreno recargado y enmarañado de la filosofía" ¿Cómo? Con preguntas audaces y políticamente incorrectas: ¿Por qué las escuelas están construidas como las cárceles? o ¿has comido ya carne humana? o ¿por qué puedes comprar
libremente hachís en Ámsterdam y no en tu colegio?

Todas preguntas que, en principio, no parecen filosóficas. Y, sin embargo, cuestiones que abren las puertas a antiguos problemas filosóficos: la libertad, la muerte, la conciencia, la razón, el hombre. Onfray no separa los temas filosóficos 'nobles' de los 'innobles'. Para él, como para cualquier buen maestro de filosofía, lo que existe es el tratamiento filosófico de cualquier tema, pues la filosofía no está para alejarse del mundo sino, por el contrario, para resolver los problemas éticos de la vida diaria.

Quizás una de las características más interesantes del libro es que amplía el abanico de filósofos y les da un lugar protagónico a los que han sido enmascarados, marginados y ocultados por la tradición. Pensadores subversivos como los cínicos de la antigüedad, los hedonistas cireranos, los materialistas, los libertarios del siglo XVIII o los inspiradores de mayo del 68. Onfray tiene claro que la filosofía oficial, la que se enseña en las universidades, está compuesta de "pensamientos cuya carga explosiva, real en su época, se ha desactivado". Es preciso entonces rescatar del polvo de las bibliotecas aquellos pensamientos que todavía conservan su dinamita metafísica, política y ética.

Pero el Antimanual tiene un objetivo más profundo: buscar un sentido para la vida más allá de obsesiones modernas como el dinero, la apariencia física, la fama y el poder. Si para algo está la filosofía es para cuestionar, para inquietar, para poner en duda las verdades aceptadas por instituciones sociales como la familia, el Estado, la escuela, la empresa. El pensamiento ayuda a alterar un poco las órdenes social, moral y espiritual. 

Lejos de una visión triste de la filosofía -cuyo elenco está compuesto en su mayor parte por personajes grises y ligeramente siniestros-, Onfray rescata la filosofía que sabe vivir, reír, comer y beber. Pues hay un placer sutil en probar el fruto prohibido, ese que nace del árbol del conocimiento.

Artículo publicado en Abril del 2006

 
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