Club Universitario de Buenos Aires: el club aristocrático que no acepta a las mujeres como socias Imprimir
Lunes, 05 de Septiembre de 2011 23:25

 

Manuel Alfieri / Tiempo Argentino

Solo las admiten como miembros de segunda y si se divorcian ya no pueden entrar.

Fundado por estudiantes de la UBA hace casi un siglo, se rige con reglas elitistas y conservadoras. Por poco tiempo, Perón logró abrir sus puertas a todos por igual. Sus dirigentes celebraron el golpe del ’55 y varios apoyaron a Videla.

A casi un siglo de su fundación, el Club Universitario de Buenos Aires (CUBA) mantiene las mismas estrictas reglas que en 1918, cuando abría sus puertas. Aunque en ese lapso la Argentina vivió profundas transformaciones sociales, este reducto aristocrático parece haber quedado anclado en la moral conservadora de principios del siglo XX. Sucede que, desde hace más de 93 años, las mujeres no pueden asociarse al CUBA. Apenas se les permite inscribirse como “adherentes”, una figura que, en la práctica, las relega a ser miembros de segunda, ya que no participan en la toma de decisiones, no pueden utilizar la sede social más importante, ni gozan de los beneficios que sí tienen los socios varones.

Los núcleos más duros del club siempre se opusieron a cualquier cambio que propiciara mayor igualdad entre hombres y mujeres. Pero esa posición sexista no tendría explicación si se ignoraran las raíces ideológicas del CUBA, una entidad que se enfrentó al gobierno de Juan Domingo Perón, aplaudió el golpe del ’55 y, a través de sus principales dirigentes, reivindicó el terrorismo de Estado. Esta es la matriz de pensamiento que, por primera vez, Tiempo Argentino deja al desnudo.

El CUBA nació en tiempos de la reforma universitaria, cuando un grupo de estudiantes pugnaba por conformar “una entidad privada en la que los universitarios puedan reunirse al margen de la turbulencia política”, según se lee en el sitio web de la institución.

La idea fue nuclear a las familias más tradicionales en un “club de caballeros”, al mejor estilo inglés, con fuerte contenido machista y donde la mujer tuviera un rol secundario. La tarea resultó exitosa, ya que en los inicios de su historia las damas no participaron de las actividades, y el rugby –deporte masculino por excelencia– se convirtió en uno de sus pilares. Así se relata en el libro Historia del Club Universitario de Buenos Aires, que abarca los primeros 40 años de la institución, sin mencionar a una sola mujer. Según este documento, los 95 socios que fundaron el CUBA el 11 de mayo de 1918 fueron “hombres hechos y derechos”. Y sus personalidades más reconocidas también pertenecieron al género masculino: el fundador del diario Crítica, Natalio Botana; el historiador Félix Luna; el ex presidente de River Plate, Antonio Dávicce; el ex primer mandatario Fernando de la Rúa, y hasta el dramaturgo Eduardo “Tato” Pavlovsky, con reconocida trayectoria como militante de izquierda. Este último, en diálogo con Tiempo, aseguró: “Ellos sostienen que son un club de hombres, y lo dicen con orgullo.”

Con el paso del tiempo, la incidencia de las mujeres fue creciendo, pero sólo en lo deportivo. Nunca pudieron acercarse a los cargos jerárquicos, ni participar de la toma de decisiones: apenas tienen reservadas tareas de administración. Y, como se ve en las fotografías que el club exhibe, tampoco participan de los aniversarios y las reuniones más importantes.

Paradójicamente, el estatuto del CUBA, redactado en 1921, no prohíbe en ningún párrafo la asociación de mujeres. Son las normas internas –nunca escritas– las que determinaron que, a casi 100 años de su fundación, las mujeres sólo pueden ingresar si son esposas o hijas de socios del club. Además, lo hacen bajo la categoría de “adherentes”, por debajo de los “socios activos”, espacio reservado exclusivamente a los hombres.

Las adherentes, por ejemplo, no pueden hacer uso completo de la sede social más importante, ubicada en Viamonte 1560 e inaugurada en 1923 por un representante de la aristocracia: el por entonces presidente Marcelo T. de Alvear. Allí, las damas sólo pueden usar el restaurante y la biblioteca. Los deportes que se practican en el lugar son exclusivos de los caballeros y no hay vestuarios femeninos.

“Las mujeres son adherentes del padre o del marido, no pueden entrar solas. Necesitan ese intermedio. Si no están casadas, tampoco pueden ingresar al club. En caso de entrar como adherentes, pueden hacer uso de todas las sedes, salvo de la de Viamonte”, explicaron telefónicamente desde la administración del CUBA. Ante las reiteradas preguntas de este medio, la telefonista sentenció: “Señor, este es un club de hombres, y punto.”

Pero, según su propio balance de 1995, el CUBA no es precisamente un “club de hombres”. Por aquella época, sobre 18 mil socios, 3053 mujeres mayores de 18 años integraban la institución. Es decir, casi el 20% de los miembros.

Por otra parte, el propio estatuto señala como “socios honorarios” a los decanos de todas las facultades nacionales, a los ministros del Poder Ejecutivo y al presidente de la Nación. Cabe preguntarse, entonces, si la decana de Derecho en la UBA, Mónica Pinto; la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, o la mismísima presidenta Cristina Fernández podrían ser socias de este club. Evidentemente, quienes redactaron ese documento nunca creyeron que una mujer podría llegar a ocupar estos cargos.

“Las mas de 3000 mujeres mayores de 18 años, en su calidad de simples adherentes, experimentan desvalorización, cuando a más de medio siglo de haber obtenido el reconocimiento de su condición de ciudadanas políticas no pueden participar en el club por no admitírseles su ciudadanía societaria.” La frase pertenece al abogado José Osvaldo Casás, uno de los socios de la institución que luchó para lograr una mayor igualdad entre hombres y mujeres del club. En su libro Razones para la plena inserción de la mujer en el Club Universitario de Buenos Aires, de 1996, Casás realizó una presentación ante la Comisión Directiva del CUBA para cambiar las cosas.

Allí, el abogado citó algunos casos concretos de discriminación de género en el club. Por ejemplo, ante el fallecimiento del socio principal, a las adherentes de dicho miembro (esposa o hija) se las habilita a seguir ingresando sólo si la Comisión Directiva otorga un permiso especial. En caso de un divorcio, esta posibilidad no existe: ya no pueden volver a entrar.

Las mujeres tampoco pueden almorzar con invitados en algunas sedes, ni usar canchas de tenis en el horario nocturno, ya que es un privilegio de varones. Y si la adherente comete una falta que mereciera sanción, la pena se impone al caballero.

Estas reglas sexistas llegan incluso a atentar contra los lazos sociales de las mujeres vinculadas al club. El ejemplo más acabado es que, como describe Casás en su libro, si una adherente contrae matrimonio con un hombre que no es socio del CUBA, de inmediato se le veda la entrada.

El mismo abogado solicitó que las damas sean aceptadas plenamente, basándose en legislación antidiscriminatoria y en casos similares al del CUBA. Pero el núcleo más conservador del club se opuso a cualquier cambio. En un comunicado de 1996, la subcomisión de Interpretación y Reglamento del CUBA sentenció: “La Comisión Directiva carece de atribuciones para aceptar como socias plenas a las mujeres.” Casás apeló el fallo y los directivos, una vez más, denegaron la asociación de mujeres. Desde ese momento, desapareció toda oposición organizada al interior del club.

Pero este carácter tradicionalista no se expresa sólo en el sexismo. A pesar de que uno de sus fundadores, el doctor Julio Dellepiane Rawson, aseguraba que el club debía ser “un segundo hogar para quienes han pasado por las universidades del país”, este medio comprobó lo extremadamente difícil y costoso que es ser parte de la institución.

El principal requisito figura en el artículo 31 del estatuto: “Tener título universitario” o “cursar o haber cursado estudios en alguna facultad de estudios superiores dependientes de la Universidad Nacional o reconocida por el Gobierno Nacional”. Los problemas comienzan al no tener familiares socios. En ese caso, la cuota de ingreso es de $ 10.360 para los menores de 23 años y de $ 11.650 para los mayores. Ese monto debe sumarse a la cuota mensual, que ronda los $ 300, y a los $ 20 que cuesta el carnet. Es decir que, para ser parte de este selecto reducto, cualquier universitario común debería abonar más de $ 10.500.

Pero, además, tendría que presentar la solicitud de afiliación “con las firmas de tres ex presidentes o ex vicepresidentes de la comisión directiva del CUBA” y de dos socios con antigüedad mínima de 15 años, quienes “deberán conocer personalmente al aspirante y se harán responsables de las condiciones morales y personales del mismo”. Por último, hay que sortear una entrevista de admisión.

Esta política exclusivista busca mantener a “la gran familia del CUBA”, según se lee en el libro Veinticinco años en la historia del Club Universitario de Buenos Aires 1968-1993. De hecho, entre 1976 y la actualidad el número de miembros nunca superó los 19 mil.

Este elitismo es propio de otros reductos aristocráticos, como el Círculo de Armas, el Jockey Club o el Club del Progreso, donde se brindó con champagne por los períodos más oscuros de la historia local (ver recuadro). El CUBA no fue la excepción y, aunque el acta fundacional aseguraba que “la institución permanecerá desvinculada de todo sectarismo religioso o bandería política”, se opuso a la “dictadura” del peronismo casi tanto como luego reivindicó a la Junta Militar que “defendió a la Nación en la guerra desatada por la agresión subversiva”.

Los roces con Perón comenzaron en 1948, cuando su gobierno no renovó la concesión de un campo deportivo entregado al CUBA por el dictador Agustín P. Justo en los años ’30. Todo empeoró en 1953, año en que el club fue intervenido políticamente. De acuerdo al Decreto 8552, publicado en el Boletín Oficial de mayo de 1953, Perón tomó esa medida con el fin de “estructurar la asociación de manera que el ingreso a la misma esté abierto a todos los estudiantes y universitarios, sin que sea factor excluyente las posibilidades económicas del mismo”. El CUBA no perdonó semejante herejía y denominó a este tramo de su historia como “los años angustiosos”.

En 1955 todo volvió a la normalidad. El capítulo “Después de la tormenta”, del libro Historia del Club Universitario…, narra: “El retorno del CUBA a su viejo cauce se produce como consecuencia del triunfo de la revolución del 16 de septiembre de 1955, que da por tierra con el régimen imperante.” Más adelante, sostiene que el gobierno de los militares Pedro E. Aramburu y Eduardo Lonardi “reparó el abuso cometido en contra del CUBA”.

Años después, directivos del club festejaron el cincuentenario de la institución con representantes del gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía. Y ya durante el “Proceso Militar” –así denominaron a la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla–, el CUBA adquirió, a través de tratativas con el brigadier intendente de Buenos Aires Osvaldo Cacciatore, una nueva sede e incorporó 160 hectáreas de terreno.

Con estos antecedentes, no sorprende que importantes dirigentes del CUBA hayan reivindicado el terrorismo de Estado. El 20 de junio de 1989, los diarios Clarín y La Nación publicaron una solicitada titulada “En reconocimiento y solidaridad”, que recogió la adhesión de 5400 firmantes. El texto decía: “Expresamos nuestro reconocimiento y solidaridad al Teniente General Don Jorge Rafael Videla, quien como Presidente de la República y Comandante en Jefe del Ejército, junto a la totalidad de la Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales, defendieron a la Nación en la guerra desatada por la agresión subversiva y derrotaron a las organizaciones terroristas que pretendieron imponernos un régimen marxista.”

La solicitada contó con la rúbrica de Eduardo Yvorra, actual tesorero de la Comisión Directiva del CUBA; Adolfo Méndez Trongé (hijo), vocal titular; Luis G. Camps, vocal suplente; Gonzalo Alonso, presidente del club entre 1989 y 1993; y Cristian H. Miguens, presidente de 2001 a 2005. Por parte de la Fundación CUBA firmaron Juan Carlos Peña, actual protesorero; Domingo J. Segura Olivera, vocal titular; y José María Zorraquin, miembro iniciador de dicho organismo y pariente de Luis María Zorraquin, actual vicepresidente segundo del club.

A pesar de haber sido fundado por estudiantes de medicina, el CUBA es hoy un cónclave para abogados con gran poderío económico, de ahí que muchos también integren el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, un círculo de probada simpatía por los regímenes de facto. Allí, junto al socio honorario José Alfredo Martínez de Hoz, se encuentra el actual presidente del CUBA, Adrián Felipe Pérès, un importante empresario del petróleo que entre 1968 y 1977 fue asesor de la Secretaría de Energía de la Nación.

Otro miembro de este Colegio es Juan Martín Odriozola, prosecretario de la Comisión Directiva del CUBA. Cristian Miguens, además de firmar la solicitada a favor de Videla, también integra esta cámara de abogados. Fue subsecretario de Asuntos Contradictorios durante la dictadura en la provincia de Buenos Aires, en 1981. Un año más tarde, pasó a ser subsecretario de Asuntos Legislativos. También trabajó en el Senado como asesor letrado del bloque Movimiento Popular Neuquino, que responde a la derecha peronista. Asiduo lector de La Nación, Miguens es propenso a enviar cartas donde, por caso, comparó el matrimonio igualitario con el incesto, señaló la homosexualidad como una causa de expansión del sida y se opuso ferozmente al aborto legal.

Estos hombres son quienes hoy deciden los rumbos del CUBA. Con estos preceptos ideológicos, parece una utopía que algún día las mujeres del club sean tratadas como iguales.  <

La posición del INADI
Distintos dictámenes del Instituto Nacional contra la Discriminación, el Racismo y la Xenofobia (INADI) dan cuenta de casos de sexismo en círculos deportivos de la Argentina.

Uno se refiere a un club de rugby de Mendoza, donde una mujer denunció que las socias femeninas no podían ser elegidas como autoridades de la comisión directiva.

Al igual en que en el CUBA, las damas sólo eran admitidas como “adherentes”, mientras que únicamente los hombres podían votar en las asambleas o ser elegidos como miembros de la comisión directiva. El dictamen 148/08 del INADI destacó que “si bien es cierto que existen ámbitos de clara tradición sexista (machista), el derecho a la igualdad no sólo se integra con la clásica igualdad formal, sino también con la igualdad real de oportunidades (…) En este sentido, las previsiones normativas del estatuto del club de rugby, que limita los derechos de las mujeres sólo por su condición de tales, resulta una conducta discriminatoria que encuadra en la definición del artículo 1 de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer.”

El INADI manifestó, además, su preocupación por la subsistencia de este tipo de prácticas en otros clubes del país.

EL TESTIMONIO DE “TATO” PAVLOVSKY
“No entraban mujeres en ningún momento, salvo las casadas con socios”

Por M. A.
En su juventud, el dramaturgo fue campeón de natación con el CUBA. Se fue antes del golpe. No le extrañó el apoyo del club a la represión.

Eduardo “Tato” Pavlovsky es dramaturgo, director y, como médico, creador del movimiento psicodramático en Latinoamérica. En 1973 fue candidato a diputado por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), pero con la llegada de la dictadura debió exiliarse del país.

Lo que pocos saben es que, en sus años de juventud, fue campeón sudamericano de natación representando al CUBA y conoció, como pocos, los pasillos de este reducto aristocrático y conservador.

–¿Cuándo ingresó al club?
–Tenía once o 12 años. A los 13 fui campeón de natación por primera vez. Ahí empecé a nadar y gané varias medallas, hasta que a los 22 años dejé la natación y también dejé de ir seguido al club. Pero lo recuerdo como un período juvenil muy lindo.
–¿Por qué dejó de ir?
–Era un club un poco elitista en relación a ciertos deportes. Yo gané muchos campeonatos y nunca recibí una nota del CUBA felicitándome. No había estímulos a la natación. El deporte que más valoraban era el rugby.
–¿En qué otras cosas notaba ese elitismo?
–Por lo pronto, no entraban mujeres en ningún momento, salvo las casadas con socios. Pero si te llegabas a separar, la segunda no entraba. Ni siquiera podías mostrarla ni presentarla a los demás. No se notaba rechazo, pero sí un vacío. Era un club bastante endogámico.
–¿Tuvo problemas dentro del CUBA por sus posiciones políticas o ideológicas?
–No. Vos sentías que había una manera de pensar dentro del club que abarcaba diferencias ideológicas muy claras con las cosas que yo pensaba. Muchos de los integrantes eran personajes públicos ligados a la derecha, pero nunca tuve problemas por mi orientación política.
–¿Cuándo pisó el club por última vez?
–Habrá sido en los ’70, antes del golpe. Por esas épocas recuerdo una anécdota muy fea. En el ’77 había vuelto del exilio, aunque después me volvería a ir. Los militares fueron a mi casa y rompieron todo, porque me querían matar, y la policía me había sacado el pasaporte. Resulta que mi pasaporte estaba en Tribunales, donde me había tocado un juez de apellido Lanusse. La palabra “Lanusse” dentro del CUBA significaba mucho, como yo imaginé que significaba “Pavlovsky”. De hecho, un policía me dijo: “Qué suerte tenés, pibe. Te tocó el juez Lanusse.” Pero cuando fui a buscar el pasaporte, Lanusse no me saludó. Ni siquiera habló conmigo. Creo que es porque estábamos mucho más enfrentados de lo que yo creía. Por una cuestión ideológica, claramente. Fue una experiencia muy fea, en una época donde yo estaba aterrado.
–En ese contexto, la solicitada a favor de Jorge Rafael Videla que en 1989 firmaron varios integrantes del CUBA, ¿le sorprende?
–No estaba al tanto de eso, pero no me extraña nada. Es la lógica que siempre reinó en el club.
–¿Qué opina respecto de que las mujeres no puedan asociarse al club?
–Me parece muy mal. Pero conociendo el ambiente, me parece totalmente coherente con una determinada manera de pensar, con una manera de vivir que existe dentro del club. Es un club de hombres y no reniegan de eso. Al contrario, lo dicen con orgullo.