La presidenta de la FALGBT, Maria Rachid, narra el camino que llevo al matrimonio igualitario Imprimir
Domingo, 18 de Julio de 2010 22:12

Soledad Vallejos / Página 12

Supo articular la demanda de las minorías sexuales con el discurso político. Dio el debate, discutió con altura con quien le pusieran enfrente del micrófono. Aquí repasa la historia de una epopeya que, confiesa, fue más corta de lo que imaginó.

“La senadora Negre de Alonso ayudó un montón”

Desde la militancia, como dirigente, con espíritu agitador, María Rachid fue la cara visible del reclamo por la igualdad. Supo articular la demanda de las minorías sexuales con el discurso político. Dio el debate, discutió con altura con quien le pusieran enfrente del micrófono. Aquí repasa la historia de una epopeya que, confiesa, fue más corta de lo que imaginó.

A María Rachid siempre le gustó la política, y también ser un poco peleadora. Si había que pagar un precio por esos vicios, los pagaba, y por eso se convirtió en una de las dos primeras lesbianas argentinas conocidas por su activismo (la otra era, no casualmente, su pareja, Claudia Castrosín Verdú). Cuando empezó “en la militancia”, recuerda en el atardecer del jueves histórico, sólo unas horas después de que el Congreso convirtiera en ley el matrimonio igualitario, todo era muy distinto. Hace menos de diez años, durante los debates en la Legislatura porteña por la unión civil, las demás activistas “se tapaban la cara con las banderas que habían llevado al recinto, para no salir en ningún medio”. Por eso hace un rato se asustó terriblemente cuando vio que las cámaras de televisión entraban sin más en un salón repleto de jóvenes militantes llegados al primer Congreso Nacional de la Federación Argentina LGBT. “Llamé urgente a Belén (Ponce), la secretaria de Juventud, le dije ‘pregunten a la gente, porque hay gente que no va a querer que la estén grabando de un medio, salir en la prensa’. ¿Entendés? Hace algunos años, cuando yo empecé en la militancia, vos prendías una cámara y la gente se esfumaba.” Ahora tiene 35.

–¿Cómo que se esfumaba?

–Prendías una cámara y, de 150 personas, se quedaban cinco sentadas nomás. Entonces Belén preguntó. Y no se levantó nadie. No hubo nadie que dijera “yo no puedo salir”. Fijate cómo cambia radicalmente. Yo estaba sorprendida, porque dije: “¿Cómo no van a avisar que en este tipo de evento de gays, lesbianas, bisexuales, no se puede entrar con cámaras?”. Es un código que teníamos los activistas de una generación: si vos prendías una cámara o sacabas una foto, antes tenías que preguntar. Entonces se ponían de este lado los que podían salir, de este lado los que no. Instalaban la cámara y de un lado quedaban cinco y del otro 50. Y hoy nos miraron con cara de qué estás preguntando. Fijate cómo cambian las cosas tan rápido. Belén, que tiene 22, hasta se asombró de que le pidiera que preguntara. Y yo le decía: “Mirá, en nuestra época no se podía hacer esto sin preguntar porque te mataban...”.

–Quedó antigua.

–¡Sí! –responde entre risas, a sólo ocho años de aquel debate porteño que parece tan distante y fue un hito que, esta semana, resultaba inevitable recordar–. En esa oportunidad nosotras nos incorporamos desde La Fulana. Me acuerdo de que en el momento en que se aprobó, se aprobó con muchísimo esfuerzo, por más que hubo un margen muy amplio de aprobación. Los diez legisladores que votaban en contra se tenían que quedar a dar el quórum porque si no no se aprobaba. Más o menos como pasó esta semana. Si los diez que estaban en contra no se quedaban, no se aprobaba. Y a los 10 que estaban en contra había que perseguirlos al baño, al kiosco...

–¿Y de dónde aprendieron esa estrategia?

–Surgió. Decíamos: “Este se va y perdemos la ley, así que hay que perseguirlo”. Las activistas de La Fulana acompañábamos a las legisladoras, y los miembros de la CHA, a los varones, hasta la puerta del baño. Nos dividimos eso así, naturalmente. Ibamos al baño, nos quedábamos en la puerta del baño, esperábamos que saliera y la acompañábamos al recinto. ¡Y que no se fuera para otro lado!

–¿No les decían nada?

–Es que en ese momento le tenían mucho miedo a la gente. En ese momento, por ejemplo, no se podía ni entrar con nada a la Legislatura, porque dos días antes había habido conflicto con los trabajadores del subte. Pasaba también lo de Brukman, estaban los piqueteros, 2001 estaba muy cerca. Era un momento político y social muy particular y muy importante, que fue el momento de fervor popular, donde había una movilización muy fuerte de la sociedad civil. En ese contexto en que las reivindicaciones sociales tenían mucho lugar en la política, muy oportunamente la Comunidad Homosexual Argentina plantea la ley de unión civil, apartándose un poco del centro de atención de las organizaciones que era trabajar la represión policial y lo cultural. Nosotras entendimos que el reclamo por los derechos nos involucraba, que nos interesaba, y por eso nos acercamos.

No se metan con el matrimonio

“Articular” repite Rachid una y otra vez, como si fuera el talismán que abre todas las puertas: articulando con ATTA (Asociación Travesti Transexual Argentina), surgió la idea de sumar a una organización santafesina, Vox, de la que conocían al activista Esteban Paulón. Propiciaron reuniones, compartieron información, imaginaban futuros en común que pudieran leerse en lo que se había conseguido.

–Nos parecía que había sido muy difícil conseguir la aprobación de la unión civil. Ese día teníamos el corazón en la garganta como tuvimos el jueves a la madrugada, pero después de que salió creíamos que tenía que venir una unión civil nacional. Imposible pensar en matrimonio. La igualdad era imposible, había que buscar lo posible, lo que se pudiera. Pero una unión civil nacional iba a requerir de un esfuerzo mucho mayor, porque si había costado tanto en la ciudad de Buenos Aires...

–¿De qué año está hablando?

–En 2004 lo empezamos a charlar. En 2005 se aprueba la ley de matrimonio en España. Nosotras, con Claudia, estábamos yendo a hablar de unión civil en la televisión. Nosotras decíamos unión civil, pero los medios confundían unión civil, matrimonio, decían se casaron. En algunos programas se confundía todo. Y en un debate un sacerdote me dice: “Nosotros no tenemos problemas en que ustedes se junten y tengan algunos derechos y deberes, herencia, y que le pongan el nombre que quieran. Pero con el matrimonio no se metan, porque el matrimonio es sagrado”. Yo me quedé pensando. Digo: si esta gente no quiere que nos metamos con el matrimonio, es porque el matrimonio toca un nervio fundamental de la sociedad.

De ahí a identificar ese nervio con la idea que se tiene de la igualdad hubo un paso. Alcanzó un contacto fluido con las organizaciones españolas para comprender que el reclamo debía ser ése, porque solamente plantar y lograr esa institución marcaba la diferencia entre el ghetto y la dignidad social. La Federación Argentina LGBT era una realidad a la que sólo le faltaba la personería jurídica, pero sus tres organizaciones fundadoras habían elaborado un proyecto de ley de matrimonio, que consiguió ingresar al Congreso gracias al entonces diputado Eduardo Di Pollina (PS). Poco después, a la Federación se habían sumado Nexo (a la que pertenece el abogado Gustavo López) y la Fundación Buenos Aires Sida (donde militan Alex Freyre y su marido, José María Di Bello); en cuestión de meses habían conseguido la personería jurídica.

–En poco tiempo, pasé a colaborar con el Inadi. Poco después, llegamos a tener una entrevista con Aníbal Fernández, que en ese momento era ministro de Justicia, y nos dijo que él estaba de acuerdo con el matrimonio pero tenía dudas con la adopción. Le dimos argumentos; dijo: “La verdad, tenés razón”. Así fue, así de sencillo. Y después dijo públicamente que estaba de acuerdo. En Diputados, Vilma Ibarra ya había comenzado a impulsar el proyecto.

–¿La aprobación le parecía muy lejana en ese momento?

–Sí, me parecía que iba a costar algunos años. No sé si imaginé mucho más que cuatro o cinco, pero me parecía lejano en ese momento. Muchas veces nos decían “hay que generar consensos”, y yo creía en nuestra capacidad de generarlos. Teníamos que saber en qué situación estábamos. Entonces, hicimos una primera encuesta y dio mucho mejor de lo que pensábamos: teníamos ya el 63 por ciento de apoyo, era 2008.

–En los últimos meses de 2009 se aceleraron los tiempos.

–Sí, porque (la diputada) Vilma (Ibarra) estaba por dejar la Comisión de Legislación General o eso parecía, y Silvia (Augsburger, la socialista fundamental para el proceso) estaba por terminar su mandato. Así que dijimos “bueno, intentémoslo antes de que también cambie la composición de la Cámara”. Y cuando empezamos a ver, parecía que había posibilidad de sacar un dictamen. “Bueno, un dictamen ya es un avance importantísimo”, decíamos y nos decían. Yo, cuando me decían eso, me imaginaba el dictamen pegado en la pared de mi casa... y decía es un logro, pero qué hago con eso. Lo empezamos a trabajar, y cuando estábamos por obtenerlo se cayó el quórum en la comisión (en noviembre de 2009). Estábamos abatidos por eso y apareció el primer amparo, el de Gabriela Seijas por el pedido de Alex (Freyre) y José María (Di Bello). Poco después me dijeron que Mauricio Macri no iba a dar orden de apelar, no lo podíamos creer. Finalmente se confirmó.

–Cuando ese 1º de diciembre ellos no pudieron casarse, ustedes convirtieron la protesta en una especie de celebración. La gente, por las calles, corría para saludar a los chicos que iban en el camión bailando y con música hacia la Jefatura de Gobierno.

–Nosotros estábamos convencidos de que había que convencer a la gente de que esto salía. Si convencíamos a la gente de que esto salía, la gente iba a estar más de acuerdo todavía. Finalmente ese casamiento no pudo hacerse en la Ciudad pero pasó lo de Tierra del Fuego. También llegó el fallo de Elena Liberatori (sobre Damián Bernath y Jorge Salazar, el primer matrimonio celebrado en Buenos Aires), el tercer juez dijo que sí... iba creciendo. Nosotros sabíamos que íbamos a intentar todo por lograr la igualdad. Todo era una posibilidad y las cosas empezaban a darse.

Cuando el tema se empezó a instalar mucho más fuertemente, empezaron a surgir apoyos que no nos imaginábamos que ibamos a tener.

–¿En qué momento pasó del “no es tan imposible” al “es posible”?

–Cuando estábamos en medio del tratamiento en Diputados, me dije que era posible pero que era muy difícil: estábamos discutiendo en Diputados y llama Morales para decir que él estaba a favor y que lo incluyéramos entre los apoyos. El mismo llamó. También apareció un senador de Chaco, que no lo conocía nadie de la Federación, diciendo que él quería acompañar toda la movida. Y escribió una tal (Elena) Corregido, que decía que ella también. Yo pensaba “éstos deben ser los tres únicos senadores que tenemos en el Senado...” Morales, Corregido y Bancalani. (N. de R: en la votación del miércoles, Corregido mantuvo su posición inicial; Morales votó a favor tras desechar el intento de estampar modificaciones; Bancalani, a dos semanas de la votación, revirtió su posición y pasó a oponerse).

–¿En el último año creció mucho la Federación?

–Sí, al ver que un reclamo se va concretando y va siendo posible, entusiasma muchísimo. Como que le puso las pilas a mucha gente. Incluso diría que en los últimos meses (la senadora Liliana Teresita) Negre de Alonso ayudó un montón, porque las audiencias públicas en las provincias generaron reacción por parte de la comunidad LGBT, la gente se organizó para hacer algo, para hablar y hoy son organizaciones que están participando en la Federación. También sirvió para articular en todo el país con organizaciones de estudiantes, gremios, trabajadores, derechos humanos, que jamás se habían contactado con una organización de diversidad sexual, que veían las marchas y escuchaban las barbaridades que se decían en las marchas y se enojaban y buscaban en Internet dónde había una organización de diversidad sexual para colaborar. Fue un fortalecimiento importante.


Biografía de una agitadora

Soledad Vallejos / Página 12

–¿Políticamente, partidariamente, de dónde viene?

–En realidad, yo me afilié a los 18 años al Partido Justicialista (sonríe). Y cuento por qué. Si lo va a poner, lo tiene que poner entero. Yo viví toda mi infancia en San Isidro. Lo más a la izquierda que había en San Isidro cuando yo era chica era el Partido Justicialista. Es más, me acuerdo de la campaña de Menem: en esa época, si ese morocho patilludo desastroso llegaba a ganar, todos los de San Isidro se iban a otro país y a otro lugar porque era el fin del mundo. Mi papá y mi mamá tenían un pensamiento más de izquierda. Para lo que era San Isidro, era de izquierda mi papá. Ahora no sabría decir, pero yo consideraba que ellos eran diferentes al resto de lo que había en San Isidro. Entonces yo escuchaba esos argumentos, escuchaba lo que decían mis compañeros de colegio sobre Menem, sobre las Madres de Plaza de Mayo, y a mí me generaba una repulsión y una bronca. Y también escuchaba que, para los padres de mis compañeros, lo repulsivo era el Partido Justicialista. ¡Entonces yo a los 18 me afilié al Partido Justicialista!

–Peleadora.

–Me afilié inmediatamente (ríe). Después nunca volví, nunca me llegó nada. No sé si habrá figurado que yo estaba afiliada.

–¿Sus padres sabían que había hecho eso?

–Sí. De hecho, gran parte de la familia de mi papá viene del Partido Justicialista...

–En la audiencia en Resistencia, Liliana Teresita Negre de Alonso refirió que alguien de su familia había hecho política en San Luis.

–Sí, mi tío era gobernador de San Luis antes de Rodríguez Saá: Elías Adre. (N. de R: Adre fue elegido en 1973, durante la primavera camporista.) También mi papá fue funcionario de Menem en la primera presidencia, después, en la segunda no sé...

–¿No sabe por qué?

–Porque después no hablamos más. Pero insisto con que el PJ era lo más a la izquierda que había en ese momento ahí. Los partidos de izquierda no existían en San Isidro, por lo menos yo no los había visto nunca, ni sabía de qué se trataba. Después, me fui a vivir a Estados Unidos, cuando vuelvo me asumo como lesbiana y conozco a una trotskista (sonríe), dije “uy, ¡había cosas más a la izquierda de peronismo!”. Y aprendí un montón de cosas que no había conocido.

Rachid es capaz de ignorar la insistencia de los dos celulares que, silenciados, vibran cada dos minutos sobre la mesa, pero el televisor encendido en un rincón es un imán imposible. En un canal de noticias repiten en continuado escenas de la sesión, el show de la tarde en la Plaza Congreso, la vigilia callejera en una noche helada. En la tele, por enésima vez a lo largo del día, Negre lagrimea porque sugieren que sus ideas son autoritarias.

–¿Había ido a Estados Unidos a estudiar?

–Sí. Allá estudié muchas cosas, porque en realidad yo estaba estudiando Derecho acá y se podía hacer un intercambio de un año con otro país. Fui, pero como Derecho no tiene sentido que estudiara allá, elegí un montón de cosas: sociología, filosofía, estudios de la mujer, estudios queer, economía... Y me asumí como lesbiana estando allá, y cuando volví conocí las organizaciones de gays y lesbianas, a una mujer en particular con la que tuve una historia, y todas más relacionadas al trotskismo, al socialismo... un mundo desconocido.

–En Estados Unidos, lo queer ya era una categoría chic y académica. Acá todavía no...

–Allá, la directora de residentes era una mujer bisexual que vivía con su pareja en la universidad, hacían charlas sobre homofobia todo el tiempo en la universidad. Yo no sabía ni de qué estaban hablando. “¿Qué es esto?”, me decía. Entonces cuando vuelvo me contacto con este montón de personas que tienen un montón de ideas que yo nunca había conocido y me parece interesantes, y aprendí un montón de cosas de la izquierda que no conocía. En la época del 2001, yo tenía 25 años, 24. Hacía 3 años que había venido de Estados Unidos y me metí en la militancia de las asambleas... yo ahí militaba en el movimiento de mujeres y en el movimiento feminista, el movimiento LGBT un poco, y cuando surgieron las asambleas medio que dejé todo y me metí con las asambleas porque me pareció que era interesante.

Tan convencida lo hizo que, para su sorpresa, el Partido Obrero la convocó para sumarla como extrapartidaria en las elecciones de 2003. María, de hecho, fue candidata a vicejefa de Gobierno. Todavía se sorprende cuando lo recuerda. “Guardé la boleta, los afiches, la foto de una pintada con mi apellido en la calle, todo. Mi mamá me decía: ‘hija, te vas a quemar para toda la vida’ (se ríe). Y eso un poco me incentivaba, decía: ‘Fantástico, si mamá dice eso, es porque hay que estar ahí’. Yo no siento que me haya quemado, fue una linda experiencia. Si volviera a ocurrir un momento como ése, la verdad que volvería a elegir estar en el mismo lugar.”