Fallece en París la antropóloga Anne Chapman Imprimir
Jueves, 17 de Junio de 2010 01:18

Vos el Soberano / Riima Web / Página 12

La reconocida antropóloga franco-estadunidense, Anne Chapman, quien descubrió en México su pasión por los grupos indígenas americanos, dedicándose lo mismo al estudio de las etnias de Los Altos de Chiapas que de la Patagonia, falleció el fin de semana en París, a los 88 años de edad.

El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dio a conocer el suceso, el cual lamentó “profundamente”.

Chapman formó parte en la década de los años 40 de la primera generación de  egresados de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y recibió cátedra de maestros como Paul Kirchhoff, Wigberto Jiménez Moreno, Alfonso Villa Rojas y Miguel Covarrubias.

Chapman, —quien develó los secretos de culturas hoy día extintas como la selk’nam, de Tierra de Fuego—, durante una visita a México en 2007, relató que una de las principales lecciones que recibió en la ENAH fue de parte de su profesor Alfonso Villa Rojas.

“El siempre insistía en que debíamos crear lazos de amistad”, palabras que resonaron en la mente de la entonces estudiante, cuya pronunciada conciencia política era excepcional.

Sobre su vocación por la antropología, Anne Chapman, nacida en Los Ángeles, California, en 1922 y radicada en Niza, Francia, en los últimos años, recordó que ésta surgió “en México motivada por el deseo de aprender el español y de acercarme a la cultura de este país”.

Aún como estudiante de la ENAH, profundizó en el conocimiento de los grupos tzotziles y tzeltales de Chiapas. En esa misma época, los años 40 del siglo pasado, y junto con un equipo del entonces Instituto Nacional Indigenista, abordó los problemas de salud de las poblaciones nativas de la costa chiapaneca.

Este compromiso con la mejora en la calidad de vida de los indígenas americanos, fue una constante en su trayectoria, inclusive cuando denunció a fines de los 50, las condiciones de marginalidad de los tolupanes, en Honduras.

“En ese entonces, cuando estudiaba en la ENAH, me parecía que la mayoría de los etnólogos en esta parte del mundo se concentraban en los Estados Unidos, México, Guatemala y Brasil. Así que me interesó hacer un trabajo en Honduras, en particular a través del estudio del grupo de los lencas, recordando al profesor Kirchhoff (Gustav Robert) y los problemas de la frontera sur de Mesoamérica”.

Discípula de Claude Lévi-Strauss, de quien le asombraba “su habilidad para aportar un sentido suplementario y analítico de los temas de una vasta conglomeración de mitos americanos”.

Anne Chapman, durante años investigadora del Centro de Investigaciones Científicas de Francia y del Museo del Hombre de París, destacó la importancia que puede tener un sólo informante para rescatar parte del legado de una cultura.

“Durante los años 60 trabajé con los últimos cuatro selk’nam. Lola Kiepja, la última mujer que había compartido las tradiciones de la etnia, me ayudó a situar los mitos e identificar los personajes, aunque anteriormente los había recogido el célebre antropólogo Martín Gusinde, en los años veinte”.

“*Esto es un ejemplo de la gran importancia que puede tener una sola persona; hay que conocerla y trabajar con ella, porque ellos reconocen la importancia de lo que están contando”, refirió en una entrevista.*

Chapman también investigó con acuciosidad los rituales, mitos, tradiciones y formas de organización de los yámana y los haush, etnias patagónicas.

A manera de homenaje, en 2007, el INAH, el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, y la Universidad Nacional Autónoma de México, editaron el libro “Etnografía de los confines. Andanzas de Anne Chapman”, el cual se presentó en septiembre de ese año durante la XIX Feria del Libro de Antropología e Historia, evento al que acudió la destacada antropóloga.

En esa ocasión, Chapman dio una muestra más de su generosidad al donar alrededor de 150 volúmenes a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, 20 de ellos de su autoría, por mencionar sólo algunos títulos: Los hijos de la muerte, Los hijos del copal y la candela, La tierra de los antiguos haush, Los selk’nam: la vida de los onas; Lom, amor y venganza. Mitos de los yámana de Tierra de Fuego.

En uno de los ensayos que integran Etnografía de los confines. Andanzas de Anne Chapman, la antropóloga Soledad González Montes refiere que en “Llanto por los indios de Tierra de Fuego”, se encuentran “unas de las páginas más conmovedoras que conozco, ella, Anne Chapman, ha volcado toda su indignación y todo su dolor por la barbarie repetida en este planeta trágico”.

Además de la obra escrita, Chapman dejó como legado varios documentales que fueron premiados, fotografías y discos compactos que recuperan los rostros, así como los rezos, cantos, mitos y otros géneros de la tradición oral de las etnias que estudió, en éstos, como ella mismo dijo:

“Si los jóvenes quisieran volver los ojos hacia el pasado de sus mayores, podrían encontrar sus voces y su memoria”.


La última selk’nam

Sonia Santoro / Página 12 - Reportaje realizado el 30/01/2004

Anne Chapman viajó por primera vez a Tierra del Fuego en 1964, cuando supo que allí vivía la última mujer que había compartido las tradiciones de los selk’nam, Lola Kiepja. Entre las dos fueron los cantos registrados en el grabador de la francesa, el primer vínculo que habilitó la confianza y develó los últimos secretos de esa cultura exterminada.

Durante 40 años, Anne Chapman viajó de Europa al extremo sur americano para estudiar a las últimas etnias que lo habitaron: los selk’nam y los yaganes. No era lo que más le interesaba, pero se encontró con la evidencia de los últimos testimonios directos de esa cultura y nadie más que los recogiera. La paciencia y la dedicación de esta etnóloga norteamericana le han permitido reconstruir la vida de esos pueblos, que fueron arrasados por la “invasión blanca” con una velocidad aterradora, a través de las dos informantes de sus campañas, Lola Kiepja y Angela Loij, las últimas selk’nam.
–¿Cómo llega de París a Tierra del Fuego?
–Eso fue en 1964, yo tenía amistad con la arqueóloga Anette Lamins-Emperaire, que había trabajado en Tierra del Fuego. Ella me contó sobre una mujer que, según ella, era la última de los onas. Y eso me interesó: la última persona en tan importante cultura merece conocerla. Yo estaba con el grupo de Lévi-Strauss trabajando en Honduras, y él me dio permiso de variar mi trabajo de campo. Así que fui con su grupo como asistente. Ella iba a hacer un reconocimiento en la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Ya a fines de año iban a ver el Lago Fagnano, en la sección argentina de Tierra del Fuego, donde había una especie de reserva, aunque quedaban pocos y Lola vivía allí. Ella me recibió con mucha amabilidad porque estaba sola. El puestero le daba carne, leña, no tenía compañía. Así empezó la cosa. Yo la empecé a grabar y le gustó mucho oír su propia voz cantando. Así, yo grabé algunos cantos de ella y luego tuve que volver a Honduras. Y cuando volví a París, le mostré a un musicólogo y a él le interesó mucho. Bueno, yo tenía interés de todas maneras, así que volví.
–¿Lola era la última selk’nam?
–Sí, era la última que había vivido la vida de ellos. Había otros que sabían mucho, pero la vida se había acabado en parte por las grandes epidemias de la época. Luego yo volví en el ‘66, sobre todo para seguir las grabaciones de los cantos, que era lo más fácil para mí; como yo no podía hablar, yo no podía profundizar su pensamiento. Luego, desgraciadamente, ella falleció en octubre del ‘66. Como sus cantos tienen palabras en selk’nam, en ona, yo no lo pude traducir, así que volví al otro año para traducirlo con Angela Loij, otra selk’nam que sabía algo de castellano. Y hablando con Angela me di cuenta de que ella sabía mucho también. Así que así siguió durante tantos años, pero con idas y vueltas.
–¿Por qué se les dice onas?
–Esa es la palabra en yagan que designaba a los selk’nam, que fue conocida por Thomas Bridges, el misionero que más quedó con los yaganes.Yo sostengo que quiere decir “gente del norte” o “país del norte”. Lola, por ejemplo, que tenía poco contacto con los yaganes, creía que ona era una palabra inglesa.
–¿Cuántos llegaron a ser los selk’nam y los yaganes?
–No se sabe cuántos eran. Pero digamos que los selk’nam eran 3500 o 4000 (antes de 1880), según Martin Gusinde. Es difícil saber porque vivían dispersos en pequeños grupos. Casi toda la Isla Grande era habitada por los selk’nam, un poco por los haush en la península y un poco por los yaganes en el Canal de Beagle. Y los yaganes se cree que eran menos, unos 3000, ahí por 1860. Esto antes de que empezó el desastre.
–Hábleme del desastre.
–En esa época empezó la ocupación de su terreno y murieron casi todos en unos 20 y 25 años. Porque los agentes de las grandes estancias que venían de Punta Arenas protegían sus rebaños de ovejas y los selk’nam a veces los atacaban y les mataban a los animales, más de lo que necesitaban para comer, como para controlar esta invasión. Y los estancieros no tenían piedad, salían con sus tropillas de administradores y mataban hombre y mujer, lo que sea. Luego, los misioneros persuadieron de que no los mataran, que los iban a mandar a las misiones que ellos iban a establecer en la Isla Dawson, en el Estrecho de Magallanes y en Candelaria, en Río Grande. Así que muchos se salvaron de esa manera, pero algunos otros no estaban de acuerdo con ir a la misión. Y no es que los trataban mal, pero luego se supo que murieron muchos en las misiones por las enfermedades contagiosas para las que ellos no tenían remedios ni doctores.
–¿Cuántos años tenía Lola cuando la conoció?
–No se sabe; yo digo 85 o 90. Ella estaba muy despierta.
–¿Cómo la recibió?
–Cuando uno va como yo, que tiene paciencia y quiere saber lo que cuenta, les gusta eso porque tienen un público que realmente les interesa. Y uno siempre tiene que pagarles algo porque toma su tiempo.
Chapman, investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y del Museo del Hombre de París, es autora de importantes libros sobre los selk’nam y los yaganes, y los tolupan de Honduras, sobre los que también dirigió documentales y editó discos para perpetuar los testimonios orales y visuales de esos pueblos. Uno de sus libros fundamentales es Los selk’nam. La vida de los onas. Y pronto publicará The Native People of Cape Horn Before and After Darwin: cuatro siglos de historia enfocados en los yaganes.
Chapman partió de los trabajos del etnólogo austríaco Martin Gusinde, que estuvo en la Isla Grande de Tierra del Fuego a principio de los años ‘20 y es el referente en la materia. Pero, a diferencia de él, sus principales informantes fueron mujeres. Con ellas pudo reconstruir la forma de vida de ese pueblo, sus concepciones culturales e ideológicas basadas en una vida espiritual sorprendentemente rica en comparación con los escasos recursos materiales y tecnológicos que poseían. Y ahondar sobre el hain: la ceremonia de iniciación masculina en la que los hombresencarnan distintos espíritus, disfrazándose y pintándose el cuerpo entero, y que es también un ritual sobre las relaciones de poder hombre/mujer.
–El hecho de que sus fuentes hayan sido principalmente mujeres, ¿aportó alguna perspectiva distinta?
–Eso es cierto. Gusinde no podía trabajar bien con las mujeres selk’nam porque los hombres eran muy celosos, en el sentido de que no querían que Gusinde revelara el secreto. El secreto de los hombres era que las figuras con máscaras (del hain) eran seres humanos y no espíritus como les hacían creer a las mujeres. Pero el secreto era, en realidad, que las mujeres sabían. Porque yo tuve informantes mujeres que Gusinde no tuvo. Angela sobre todo me reveló, sin decirlo abiertamente, que las mujeres sabían. Entonces, el secreto era de ellas porque no podían revelar a los hombres que sabían.
–¿Qué es el hain?
–Yo digo que el hain es como el teatro, nadie nunca ha dicho eso, pero yo lo digo porque es evidente que las mujeres estaban un poco actuando. Y, en ese sentido, se divertían. Porque sabían muy bien que los hombres eran estos espíritus.
–¿Qué objeto tenía?
–El objeto era entrenar a los jóvenes para la caza. Porque la caza de guanaco era difícil y había que salir al campo con los más experimentados, con los hombres mayores y entrenar a los jóvenes sobre cómo cazar, cómo aguantar el frío, cómo aguantar el hambre, cómo saber recibir a los guanacos. Y acentuaba eso el objeto de dar miedo a las mujeres, de mantenerlas en su lugar. Pero también las mujeres se divertían bastante con eso.
–¿En qué consistía?
–Había muchas figuras. Una se llama shoort. Ellos castigaban a las mujeres, eran muy bravos. Iban al campamento donde estaban las mujeres y si tenían noticias de una mujer que no apreciaba a su marido, que no era sumisa –era un patriarcado–, le pegaban, le tiraban sus chozas. No las mataban, pero ellas no tenían derecho a mirarles cuando pasaban. No se olvide de que ellos eran espíritus para las mujeres, estaban todos pintados de rojo y blanco en general. El hain duraba meses y había muchos personajes. También estaba Kulan. No sé por qué Gusinde no tiene fotos de ella y es una de las más interesantes, porque en una sociedad patriarcal donde trataban de controlar a las mujeres era una mujer que hacía el amor con cualquiera. Y otro personaje era el marido cornudo que estaba celoso y miraba las chozas preguntando: “¿Con quién está Kulan, con quién está haciendo el amor?”. Se paraba arriba de la choza y hacía brincos de enojo. Pura comedia. Y luego, a veces frente a la choza, Kulan se reunía con un círculo de hombres pretendientes, amantes, y luego ella tomaba uno por uno, eso es lo que dicen, y hacían no sé qué escena sexual. Esa era la idea. Pura comedia.
–¿Cómo era la vida de las mujeres?
–Bueno, hacían el trabajo que siempre hacen las mujeres. Y lo más difícil, lo más arduo, era llevar todo el cargamento en sus espaldas cuando iban de un campamento a otro. Todas esas pieles de guanaco que usaban en sus carpas, todo eso lo cargaba la mujer. Lola se quejaba de que tenía tanto frío en las manos, le dolían; pasaron tantos años e igual se acordaba de eso.