La mujer como piedra de tope: una mirada frente al fracaso del feminismo[1] Imprimir
Lunes, 21 de Junio de 2010 04:08

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Francisca Barrientos / Disidencia Sexual de Chile

Durante años se ha supuesto -sin hacer demasiadas preguntas- que existiría un punto de unión indivisible entre el feminismo y las mujeres, o más bien entre las prácticas y las políticas feministas y el hecho de ser mujer.

Tal como si ambas categorías, sobre todo la de mujer, existieran más allá de todas las demás estructuras que nombran, norman y jerarquizan el mundo.

Sin embargo, sabemos que para el caso específico de las identidades y las estructuras sexo-genéricas,  aquello que observamos como cierto e irreductible, es decir, como lo natural, es en realidad una construcción simbólica muy bien articulada, generada y reforzada por tecnologías biopolíticas y de control. Éstas actúan atravesando todos los cuerpos y las estructuras simbólicas que encuentran a su paso.

Bajo esta lógica, es decir, siguiendo la idea de la supuesta existencia suprema e inmaculada de la identidad mujer o de lo femenino como constante que atraviesa la vida y los cuerpos de todas las mujeres (más allá de la raza, las condiciones geográficas, las condiciones económicas, las identificaciones sexuales y todo lo que pueda ayudar a definir a una persona) surge un asunto clave que marca el punto en el cual es posible evidenciar el fracaso del feminismo como crítica anti-normativa y como herramienta de disolución de los discursos hegemónicos.

¿Por qué el feminismo tiene que ser un asunto exclusivo de “las mujeres” si no son ellas las únicas que se encuentran afectadas por los duros embates y las nefastas estructuras de le heterosexualidad obligatoria?. ¿Por qué las mujeres pueden decidir cuáles son los cuerpos que el feminismo debe aceptar en sus filas, o cuáles son los cuerpos por los que se debe luchar?.

La existencia de una política feminista que se proyecte como un asunto exclusivamente de la mujer o las mujeres es el gran fracaso del feminismo como arma política de lucha. Es necesario pensar en torno a la necesidad de generar una refundación de lo que se entiende por feminismo.

Es urgente crear un nuevo feminismo que funcione bajo la lógica de códigos postidentitarios, críticos y deconstructivos, que  se muestren abiertos a entender que no es posible fundar un sujeto político a partir de un asunto biológico y excluyente: las bio-mujeres.

Mujeres, margen y devenir identitario

 

En Los movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan, un capitulo del texto Borderlands/La Frontera, Gloria Anzaldúa dice algo que, en el marco del análisis de esta necesidad de refundar el feminismo, me hace muchísimo sentido: Anzaldúa asegura que, “If a woman rebels she is a mujer mala”[2].

Claramente al leer a Anzaldua habrá quienes lleguen a reconocer que esta frase es simplemente maravillosa y , que sin importar cuantas veces lleguemos a ella, siempre logrará captarnos y movernos a querer alcanzar esa maldad. Sin embargo, creo que a la maldad de esta chicana le falta un pequeño impulso más para poder dejarnos ver todo su potencial político y de transformación estructural. Falta que la mujer se situé en oposición a las estructuras que la norman, es decir, que -tal como ha propuesto Valeria Flores[3]- se atreva a escribir contra sí misma.

Si una mujer se rebela contra las normas que se condensan sobre su imagen y frente al deber-ser-mujer, que la fijan en el horizonte identitario, se vuelve una mujer mala. Deviene así en un sujeto que puede ser leído como error o como fallo, pero jamás se articula como una negación del sistema. Muy por el contrario, se vuelve  una pieza clave en esta eficiente creación naturalizante que es el género como motor de las identidades que se van imprimiendo sobre los cuerpos.

Las identidades sexuales son siempre estructuras discursivas que se crean performativamente a través de códigos y articulaciones simbólicas, que cobran vida en nuestros cuerpos y que se instalan mostrándose ante nosotros como agentes de lo natural.

Ocurre generalmente que las mujeres malas -las putas, las perras, etc- no se nombran a sí mismas desde la maldad, sino que son supeditadas a ella a partir de la imagen que otros establecen sobre sus acciones. Lo mismo ocurre con otras identidades de margen que también son nombradas desde fuera, perdiendo así su potencial disruptivo, o transando con la norma una integración que podemos llamar viciosa, que las normaliza en su orilla patologizante: pienso por ejemplo en lo LGBT.

Así, sin quererlo las “mujeres malas” y las chingadas de las que da cuenta Anzaldua, vienen a reforzar la norma de los cuerpos toda vez que ocupan una posición de opuesto-radical: son el lado oscuro del espejo identitario. Ellas,  al ser puestas por otros fuera de los márgenes de lo que las mujeres supuestamente son o debieran ser, refuerzan la existencia de los roles y las políticas de sujeción.

Para posicionarse políticamente más allá de la frontera identitaria y volverse un monstruo sexo disidente que  se ubique -discursivamente- fuera del género, es decir, más allá de la heteronorma, hace falta dar otro paso. Hay que apropiarse del lenguaje y enunciar nuestras disconformidades. No basta con rebelarse para que nos digan que somos mujeres malas, es necesario y urgente renunciar al hecho mismo de ser mujer.

El gran problema de la mujer mala de Gloria Anzaldúa es que pese a que se ha rebelado contra su cultura paterna sigue siendo mujer, continúa reconociéndose en función de esos supuestos iguales que le ha impuesto el sistema identitario: sigue mirando al mundo en términos binarios. Mientras que, en oposición a lo anterior, justamente lo que hace falta es que deje de identificarse como mujer. Es decir, que deje de intentar construirse políticamente a partir de una estructura discursiva y simbólica, la cual existe solo a partir de la presencia de un opuesto masculino y natural… lo mismo pasa con las feministas.

Es necesario que la mujer renuncie a su signo, pero no que lo haga desde una perspectiva restrictiva como han propuesto algunas feministas clásicas y las lesbianas-feministas radicales de las que nos habla Sheila Jeffreys en su Herejía Lesbiana[4], sino que es necesario que lo haga desde una posición más experimental y lúdica. Desde una mirada que asuma la profundidad del devenir como nos lo refiere Itziar Ziga en su Devenir Perra[5], o al estilo de de las masculinidades femeninas de Judith Halberstam[6].

En otras palabras, lo que hace falta es que ella, cuerpo abyecto y mente corrupta, se decida a poner en cuestión el discurso totalizante y supuestamente natural que la que la ha posicionado como mujer y/o como mujer mala, impulsándola a mirarse bajo ciertos códigos específicos que la mantienen con la vista fijada a fuego  sobre el discurso binario.

Para refundar al feminismo es necesario lograr que las estructuras  se quiebren y que se muestren sus fallas, pero eso solo podrá lograrse excediendo los discursos que les han dado sentido. Hackeando el género y subvirtiendo los códigos, articulando nuevas tecnologías que sean flexibles e intercambiables,  y de las cuales -finalmente- cada cual pueda echar mano en relación al lugar en que lo sitúen sus propias necesidades e intereses políticos.

Hubo un tiempo en que fue políticamente potente fijar nuestra mirada en relación de tensión y lucha  que las mujeres feministas establecieron con lo masculino, para así poder construirse a sí mismas. Esa parte de la historia política de la lucha feminista no se pueden negar, está claro.

Sin embargo, tampoco podemos dejar de lado que esa misma historia nos dice que el sujeto mujer, y la idea misma de la existencia de las mujeres, siempre fue por ahí creando conflictos y echando sombras sobre identidades de otras bio-mujeres que se encontraban más difusas, que se situaban en los márgenes o que estaban atravesadas por temas que no afectaban al supuesto “común” de las mujeres. Estoy pensando, por ejemplo, en las lesbianas, en las feministas negras, en las chicanas migrantes, en las prostitutas, en las mujeres que trabajan en la industria del porno y, por supuesto también, en las perras malas que disfrutan llamándose zorras y cantan -al ritmo punk de las Vulpes- que prefieren follar con ejecutivos[7].

Pero ha llegado el tiempo de remover las estructuras y liberar a la mujer de su pesada existencia. Es urgente quebrar con los binarios, puesto que están siendo más que nunca potentes estructuras de control y normalización que van institucionalizando unos cuerpos por sobre otros, corriéndose así el peligro de que las luchas y las reivindicaciones se integren también en la norma y pierdan su potencial de quiebre.

¿Por qué seguir creyendo que las identidades tradicionales y el género son elementos importantes para posicionarnos políticamente, si ya hemos escuchado hasta el cansancio -de la mano de Judith Butler- que el género y el sexo son siempre una copia sin original; y que ambos se constituyen como el resultado de una serie de actos performativos y autopoyéticos que se refuerzan en lo cotidiano y adquieren existencia únicamente a partir de la enunciación de una norma?.

¿Por qué insistir en la necesidad esencial de que sean solo las mujeres las llamadas a acercarse al feminismo si observamos en lo cotidiano que los discursos que fundan la diferencia de género están sobrepasados y se desbordan a cada instante, si brota vida en los márgenes, que es donde supuestamente solo habita la nada?

Siguiendo estas preguntas, y a la luz de las políticas postidentitarias y de la disidencia sexual, es necesario poner en cuestión la idea de que existe un sujeto unívoco e indivisible. Uno que es por derecho el único actor político posible para el feminismo, puesto que éste se trata de un asunto que termina por normalizar las prácticas políticas, limitando tremendamente su potencial disruptivo, y  naturalizando aquello frente a lo que el feminismo debiese pararse desde una mirada crítica: las estructuras sexo-genéricas y las posiciones identitarias rígidas que atraviesan a los cuerpos y los fijan impidiendo su devenir.

Es necesario que nos posicionemos desde más alla de las fronteras y que desde allí intentemos identificar las estructuras que sistemáticamente son impresas sobre los cuerpos y que resultan en la creación performativa de aquello que ha sido designado bajo el signo mujer. Tenemos que mirar hacia los márgenes y saltar hacia el abismo, porque allí habitan las figuras que quiebran las normas de la identidad, los sujetos que no se adecuan o que no se reconocen a sí mismos según las estructuras que norman a los cuerpos y los posicionan  entre lo blanco y lo negro que plantea la heteronorma.

Pocas cosas existen que sean más excluyentes y normativas que los movimientos sociales y políticos que se definen a sí mismos como movimientos o espacios de mujeres. Puesto que esa misma definición identitaria que, supuestamente une y congrega a quienes participan de ellos permitiéndoles reconocer a sus pares, los aleja de otros actores sociales que son igualmente fundamentales para los cambios.

¿Por qué aún hoy un asunto “biológico” es lo que abre o cierra las puertas a los actores validados del feminismo?

Mientras el feminismo sea un asunto exclusivamente de mujeres o de bio-mujeres, nunca habrá de alcanzar todo su potencial de transformación social. Así las mujeres son la piedra de tope del feminismo, son el signo que ha de condenarlo al fracaso.

Hay que contaminar el género para dejar en evidencia que su retórica es pura ficción. Es urgente gritarle al mundo que las mujeres no existen y que el sistema identitario caerá solamente tras la conjunción posidentitaria de las voces disidentes y los cuerpos abyectos. Pero ese grito lo tienen que lanzar las propias bio-mujeres en gesto de renuncia.

Es necesario ampliar las bases desde las que es posible acceder a la política feminista y comprender que es tiempo de refundarlas. Mejor aún, es tiempo de asumir el fracaso de las políticas feministas que se han fundado en la existencia y en el reconocimiento de las mujeres como pilares de la lucha identitaria, el feminismo debe volverse mutante y abyecto.

El feminismo está llamado a ser sucio: debe ser en sí mismo una perra mala y aullarle su afán deconstructivo al mundo: tiene que ampliarse  políticamente para que se le vayan sumando otros cuerpos desde los márgenes para que, tal como ha dicho mi amiga Chucha O’laucha “nunca más las tetas de una bio-mujer sean más feministas que las tetas siliconadas de las trans”.

Finalmente, hay que decirlo, a diferencia de lo que fue profetizado en el último discurso de Salvador Allende, no va a ser la izquierda tradicional la que va a abrir las grandes alamedas. Eso sólo puede lograrlo el feminismo postidentitario y disidente. Debemos seguir adelante, porque las alamedas se van a abrir, pero por ellas no pasarán jámas ni los hombres ni las mujeres.

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[1] Texto presentado en el Segundo Circuito de Disidencia Sexual: “Por un Feminismo sin Mujeres”, organizado por Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual (CUDS) y realizado en Santiago de Chile entre los días 1 y 11 de Junio de 2010.

 

[2] Anzaldúa, Gloria, Los movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan, en: Bell Hooks, et all. Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Madrid, Traficantes de sueños, 2004. p.73

[3] Flores, Valeria, Escribir contra sí misma: una micro-tecnología de subjetivación política. Texto presentado en el I Coloquio Latinoamericano sobre “Pensamiento y Praxis Feminista” realizado en el Museo Roca, Ciudad de Buenos Aires - 24, 25 y 26 de junio de 2009 - Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación y Acción en Sexualidad, Género y Cultura (GLEFAS) y el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires

[4] Jeffreys, Sheila, La herejia lesbiana, Barcelona, Cátedra, 1996.

[5] Ziga, Itziar, Devenir Perra, Barcelona, Melusina, 2009

[6] Halberstam Judith, Masculinidad femenina, Madrid, Egales, 2008.

[7] La cancion de las vulpes se llamó Me gusta ser una zorra y salió al aire por primera vez en la Televsión Española en el año 1983.