La hegemonía genital del feminismo de (sólo) mujeres[1] Imprimir
mujeres
Lunes, 24 de Septiembre de 2012 16:08

 Cristián Cabello

¿Cómo la genitalidad toma un rol protagónico en la definición de una comunidad política? ¿Cómo es que la posesión de un sexo se vuelve relevante para una emancipación política de ciertos cuerpos?

¿Cómo la genitalidad toma un rol protagónico en la definición de una comunidad política? ¿Cómo es que la posesión de un sexo se vuelve relevante para una emancipación política de ciertos cuerpos? Pensando en la insistencia por el sexo, pesando en la obsesión por una figura, recuerdo la conversación que tuve con Paula, una activista transexual. Recuerdo la conversación sobre las operaciones, sobre la insistencia en la genitalidad, sobre las reasignaciones de sexo, esa posibilidad de ser “más mujer”. Vivía con un genital que le avergonzaba, pero que en realidad le era algo inútil. Conversamos sobre el pene, el genital que se olvida, o que se quiere olvidar, la erección que duele. Insisto otra vez, el genital inútil, un sexo que parece sin función ¿Pensamos en cómo se llega a querer cambiar el sexo? ¿Cómo se llega a transformar un pene inutilizado en una vagina? Que no se ocupaba, que dolía en la erección, que me da vergüenza y que parece no ser relevante para la definición afirmativa de este sujeto. De inmediato me identifiqué, me parecía una experiencia próxima. Me hizo pensar en los momentos de suspensos de mi genitalidad “masculina”, de sus usos no-tan-masculinos, de que su ausencia de uso me acercaba a esa experiencia trans, de lo que ocurre cuando estos genitales no cumplen el uso masculino que se espera. El ideal, la idea de genital, se enfrenta a su invertida experiencia. Paula y yo, supimos que la duda y la identificación habían quedado en este cuerpo.

Los ideales de la genitalidad quedan a veces corroídos por la experiencia, hay dudas en la experiencia de la identidad y la apariencia no deja reconocer la complejidad y/o fracasos de la sexualidad ideal del cuerpo ¿Por qué el feminismo en Chile ha vuelto a reposicionar la biología y la genitalidad para definir una experiencia política?

Feminismo e identidad

Pocos son los espacios feministas o quizás múltiples pero marginales. El feminismo en Chile parece dedicado a construir una defensa en torno al concepto central de su política: la mujer. Digo protección, porque se defiende este cuerpo, se protege, se reconoce como un único cuerpo valido, pero siempre cuidando que este cuerpo no desborde. El feminismo también no parece proponer una mirada feminista, una subjetividad política desde una diferencia sexual, sino que reitera tecnologías afirmativas del lienzo y la denuncia, que no proponen otros modos sino “masculinos” y regulativos de participar en la política. Y lo más grave es considerar que estamos frente a una política sólo de mujeres, lo que significa y entrega a las mujeres un lugar “digno” de la política –son dueñas de un espacio simbólico-político–, pero se trata de un espacios aparte, demasiado distinto y que mantiene a las mujeres en un espacio secundario de la política. Hay que negarse a que feminismo se traduzca sólo como una política de mujeres diversas.

Ocurre que en la política feminista, la enunciación pública del feminismo en Chile parece demasiado tabú, clausurada en su imaginario demasiado politizado, quizás demasiado extraño. “Es un tema de mujeres”, dicen quienes administran el feminismo, o incluso el ciudadano “común”, frente a una posición política que es mucho más compleja. Igualar o confundir feminismo con mujeres significa restar el potencial político de esta narrativa. Otra cuestión distinta es hablar de una política de mujeres.

¿Pero el feminismo es sólo un asunto de mujeres y entre mujeres? ¿Nos permite generar esta visión política una radicalidad e incidencia problemática del feminismo en la política masculina, una problemática que interrogue los valores dominantes y que no apruebe la dominación del género? No debemos confundir las políticas de mujeres (estilo Servicio Nacional de la Mujer) con el potencial político del feminismo ¿Es un asunto sólo de mujeres el cuestionar la imposición y subyugación cultural en torno a un sexo? ¿Es un diálogo que interesa sólo a las mujeres luchar para que no sean obligadas a ser madres, como ocurre en Chile ante la imposibilidad del abortar?

Que el feminismo esté condenado a una exclusión pública-política, que sea imposible reconocerlo y legitimarlo como un potencial político, se debe a que esta política sigue anclada en conceptos naturalistas y biologicistas de la identidad, se debe a que feminismo se entiende como una política de la identidad de las mujeres. Me parece insólito que la política homosexual liberal gestionada por Fundación Iguales haya logrado posicionar y legitimar positivamente una identidad homosexual, una identidad que 12 años atrás era castigada y penalizada como sodomía; un movimiento homosexual que lleva tan sólo 20 años, a diferencia del feminismo en Chile que lleva casi un siglo ¿Por qué el cuerpo del homosexual que se quiere casar pesa y es más reconocido que el cuerpo de esa mujer feminista que acusa violencia contra la mujer? ¿Por qué hay una escisión si ambos constituyen una “misma” lucha, en tanto abordan una política sexual?

El cansancio del género

Sucede que el cuerpo se cansa. Se cansa porque reconoce que es imposible alcanzar ese ideal de género, o porque en su cansancio reconoce la fractura al género. El cuerpo no puede reducirse a un genital. De algún modo las mismas organizadoras del encuentro feminista excluyente (frente al cual surge esta reflexión) están reduciendo al sexo, a un solo sexo, una política feminista. Un sexo ordenado, un sexo fijo, que no está en acción, que no dialoga con prótesis, que es célibe o tan sólo onanista; lo que sí, un sexo –otra vez– sin uso porque está dedicado a ofrecerse como un emblema y escudo identitario-biológico de una política.

Pienso también en el cansancio como aquello que no suele pensarse ni enunciarse como una cuestión política en relación al cuerpo: a quienes leemos a Foucault obviamente nos interesa el cuerpo como centro de disciplinamiento, como lugar de modelación, incluso como activista de política sexual alguna vez –o aún de modo estratégico– me interesó destacar un sexo, un género, una conducta, un modo de expresarse, un modo de exhibir el cuerpo que parecía reprimido, una promesa de libertad. En política sexual, o en cualquier otra política referida al cuerpo y sus marcas, lo que se supone y lo que articula la política es visibilizar una parte del cuerpo, o visibilizar ese fragmento del cuerpo que se mantendría escondido, hay una énfasis en promover la aparición del cuerpo en el escenario mediático, suponiendo además que el cuerpo debe estar siempre atento y pendiente de lo que ocurra, rindiendo en un cien por ciento. Un cuerpo siempre transparente ante la luz, un cuerpo que no conoce la noche y su dormir. Así, es el cuerpo del feminismo mujerista, un cuerpo “verdadero”, una verdad.

Trabajar para permitir el ingreso del cuerpo en la política, a sus marcos de visibilidad, supone la producción y construcción de un cuerpo siempre atento y “siempre visible” ¿Debe el cuerpo siempre visible constituirse como un paradigma de una política sexual? ¿Deben nuestros cuerpos estar siempre visibles, para así, por contraposición, producir desde su autoridad transparente cuerpos más invisibles? Sucede que el cuerpo se cansa y esto no se suele decir. En política, y en el feminismo más aún, debemos reconocer que el cuerpo se cansa y que habita ya su tedio. Este cansancio no significa inercia política, sino que constituye de ver de otro modo el cuerpo en la política. De otro modo, el cuerpo termina por pesar. Cuando el cuerpo afirma cansancio o admite que pesa produce un gesto político de desencaje de la naturalidad del cuerpo en el sistema, es un gesto de “localización” donde el cuerpo señala una diferencia monstruosa e insana ante la buena vida que produce el capitalismo. La teórica y bióloga feminista, Donna Haraway, señala como ejemplo el caso de una feminista que es alérgica a las cebollas, donde un cuerpo de modo irresistible demuestra un gesto de incomodidad, un cansancio a la norma alimenticia de cadenas de comida (el cansancio como posibilidad de resistencia):

“Ser alérgico a las cebollas –dice Haraway– es un asunto nimio, aunque irritante para la tentación erudita de olvidar la propia complicidad con los aparatos de la exclusión, constitutivos de lo que puede ser considerado conocimiento. La fiebre, el sarpullido y la náusea pueden ser útiles para desarrollar una apreciación adecuada de los conocimientos situados” (Haraway, 2004:57).

El mismo cansancio del cuerpo surge cuando podemos enseñar la teoría del panóptico de Foucault –que en su modo didáctico, propio de una enseñanza precaria y resumida– pareciera que construye e imagina a un cuerpo siempre vigilado y siempre vigilante, donde la incesante máquina de control no deja de articularse sobre el cuerpo. Desde esta perspectiva el cuerpo estaría siempre trabajando y siempre produciendo sentido. Sin embargo, el cuerpo se cansa, la materia descansa en algún momento, lo que no significa que deja de producir sentidos. Se trata de una suspensión de un régimen de visibilidad del cuerpo. El cansancio del cuerpo es aquello que la política no deja exhibir en su estética comunicacional del cuerpo de “la política”, el cansancio es la muestra de la debilidad ¿Acaso el cuerpo no se cansa de afirmarse en la política? ¿El cuerpo no debe fallar en su constante potencial de acción ante la exigencia de una forma política? El miedo de la política feminista es mostrar un cuerpo débil en lo biológico.

El feminismo no es un asunto sólo de mujeres

Muchas de las respuestas a la decisión del Encuentro Feminista 2012 de excluir feministas por revisiones de genitales, respuestas o escrituras espontáneas nos permiten reconocer este cansancio o crítica a la acomodación de la figura binómicas del género. Me impresiona cómo esta exclusión ha hecho surgir una crítica y alegatos varios sobre el estatuto del feminismo, mujeres feministas que declaran que esto ya no es asunto de si entran hombres o no, sino de cómo el feminismo “en vez de continuar con la fragmentación, debería cuestionarse la mirada del orden natural del movimiento feminista que se trata de legitimar por la memoria y por el siempre ha sido así” (Coty Cristi)[2].

El peso de la historia, los cuerpos sufrientes, el testimonio del llanto, la coherencia histórica, todos estos son conceptos políticos que recorren este feminismo mujerista donde la interpretación testimonial de la historia parece condenar producciones feministas que buscan no estar basadas por determinismos histórico-sociales. Al generar una política centrada en la identidad y la naturaleza biológica del cuerpo comenzamos a legitimar una política donde ciertas identidades tendrán más peso que otras, donde surgen las jerarquías entre los sujetos que luchan por la visibilidad (sin cuestionarse el cómo aparecen), donde la identidad mujer, será más relevante que ser travesti, inmigrante o articularse en la imprecisa categoría feminista. Es así que la política feminista mujerista en Chile como “posición se sustenta en una interpretación esencialista de la identidad y adopta una predisposición positivista y empírica que tienda a privilegiar la apariencia [de ser mujer] sobre la interpretación” de este género (Rosler, 2007:254).

Lo que se clausura es la voz, ciertos cuerpos –y no otros– pueden hablar de feminismo y en representación del feminismo. Esta disputa más que ubicarse en torno a la biología, es por una disputa por la palabra, por qué  cuerpo es digno de tomar la palabra, ya que la palabra feminista se toma como una descripción objetiva, pero no como un cuestionamiento. No hay que creer que “cuestionar significa ‘desacreditar’ (en lugar de, por ejemplo, ‘revitalizar) y [además] que nunca se le da juego intelectual al estatus de la pregunta misma” (Butler,2006:253). Debemos recordar el potencial crítico de la pregunta y su relación emancipadora con cuerpos excluidos del marco público, como el “¿Dónde están?” que nos demuestra que no todo es afirmación en política o cómo el cuestionamiento radical que hacen circular los estudiantes y que es imposible de reducir en un rígido petitorio. Y sólo a partir del cuestionamiento aparecerá esa multiplicidad de voces diversas que generan un feminismo más crítico y menos cómodo a la democracia elitista nacional. Pero el feminismo en Chile, queda claro, no valora el cuestionamiento como trabajo político.

Es esta radicalidad escritural, un desacomodo en las ideas del género, la que ha surgido a partir de un debate que ya hace aparecer diferencias de carácter epistémico respecto al feminismo en Chile. Tamara Gajardo, señaló frente a la repuesta de las Organizadoras del Encuentro Feminista 2012:

“Creo que la discusión no estará completa sin la participación directa de compañeros "bio-hombres" como ustedes definen, que pueden ser, dentro de la practica de la deconstrucción que estamos intencionando, personas que tampoco quieren ser definidas desde un binomio biológico. Personas para las que la deconstrucción de la masculinidad es también subversión necesaria y feminismo radical. Podríamos partir por no funcionar desde la categoría hombre-mujer”[3].

Un feminismo de la competencia

¿Criticar la estructura hombre-mujer (que no significa anularlo como idealiza el queer) es demasiado para la política feminista? Lo que sí sé, es que esto aparece como demasiado amenazante para las perspectivas de género que abundan e imperan en los feminismos tradicionales chilenos (tanto en la academia como en el activismo institucionalizado). Sorprende cómo el feminismo —tanto académico como activista– son reticentes (y esta es la gran clausura del encuentro feminista) a críticas y discursos relacionadas con visiones políticas queer o feministas contemporáneas o incluso post-porno. Hay un rechazo a un teoría que asume el cuerpo de modo reflexivo, que asume que lo importante no es sólo la mujer, porque la mujer es también un espacio en relación con la clase, la raza, las normas heterosexuales, las tecnologías de la información y porque está en relación con otros cuerpos (trans, masculinos, etc.). Insisto: en Chile hay un rechazo endógeno por parte del feminismo a la reflexión de nuevas corrientes feministas que vienen a criticar las categorías de género y la naturaleza del “ser” mujer. En los centros de estudios de género estas teorías siguen siendo marginales y problemáticas, sino ausentes o didácticas. Las representantes del feminismo en Chile, no parecen mostrar flexibilidad a estas teorías o propuestas políticas que llevan ya casi 10 años instalándose y dispersándose por Chile. La teoría postfeminista o las localizaciones de lo queer se rebelan como saberes indómitos e incómodos porque no cooperan con una comprensión objetivista y naturalista de la sexualidad, sino que más bien permiten reconocer zonas de otredades, territorios invisibles a las lecturas hegemónicas del cuerpo.

¿Parece una teoría política demasiada ajena? ¿Por qué se excluye de parte del feminismo esta reflexión? Recuerdo el documental de la chilena Cecilia Barriga titulado “5000 feminismos” (exhibido en un visionado organizado por la CUDS en enero de 2012) sobre unas jornadas feministas realizadas en la ciudad de Granada en España durante 2009. Recuerdo una de las primeras intervenciones donde una feminista ya de edad, entre ironía y duda, se preguntaba qué era eso del queer. Todo el auditorio se rió. Había muchas queer en ese encuentro, pero también el feminismo tradicional no excluía la discusión sino que visibilizaba sus complicaciones y dudas frente a este extraño término. Pero no se excluía. Se asumía como parte esa complejidad del movimiento feminista.

¿Pero por qué en Chile existe un rechazo a una comprensión post-identitaria y no-biológica del feminismo? Sin duda hay un miedo, un miedo porque hay un orden natural de la política trastocado. El feminismo que excluye de sus territorios cuerpos biológicamente no-femeninos, está buscando construir un ideal de política de mujeres, porque según el orden “natural” de la política, y en concordancia con lo que pensaban revolucionarios anti-feministas en Francia durante el siglo XVIII, “lo único que es más horrible que un hombre que imita a la mujer, es una mujer que imita un hombre” (Fraisse, 1991:23). El que un hombre se inserte en el feminismo parece sin duda confuso, sino horrible, para una política que reconoce y legitima la creación de una naturaleza biológica.

Me parece más relevante que atestiguar una verdad de un cuerpo “natural”, es necesario para el feminismo “poner en duda la capacidad que pueda tener la imagen de un campo visual de expresar experiencias vividas, costumbres, tradiciones o historias” (Rosler, 2007:250). Es decir reconocer el potencial político y expresivo de un feminismo que genera discusiones y debates, que desorienta el orden normativo de lo que se debe hacer con los cuerpos y lo que no. Es potencialmente más radical a nivel político esa mujer que afirma –como ha sucedido de modo espontáneo en la discusión entorno a las exclusiones del Encuentro Feminista 2012– “no soy mujer”, “no me considero mujer” o “la categoría mujer no me representa políticamente”. ¿Qué le ocurre al feminismo biologicista cuando hay mujeres que reconocen lo despolitizado y normativo de categorías sexuales?

Al excluir de un encuentro feminista según rasgos biológicos o prejuicios culturales, al discriminar científicamente a pesar de que se trata de bio-hombres que reconocen la importancia del feminismo (la biología no determina al género, sino que este se construye y desarticula en la vida), lo que se produce es un feminismo que desea cuidar el cuerpo de las mujeres. Otra vez una lógica del cuidado, que imposibilita crear un feminismo diverso o múltiple; otra vez, un feminismo que decae en lo maternal.

Debemos dudar cuando la política ocupa identidades y cuerpos para significar un territorio verdadero y auténtico de la experiencia, porque este uso rígido y positivo del cuerpo servirá incluso como imagen corporal de un margen-hegemónico. Debemos dudar de este cuerpo ―político usado por una política populista o incluso liberal, más aún en una política feminista Latinoamérica, donde se insiste en “emblematizar este cuerpo de experiencias como la única verdad (…) viene a confirmar el estereotipo primitivista de una ‘otredad’ que sólo  cobra vida a través de los afectos y sentimientos” (Richard, 2008: 49).

El feminismo no es un asunto sólo de mujeres, es también un asunto de clase, historia, cultura, raza y tecnología. El movimiento feminista no debe caer en la trampa de la democracia liberal de adecuar a cada sujeto sus espacios políticos, creyendo que toda lucha va por separado, el feminismo debe involucrarse y confundirse con otros cuerpos, pero no de un modo identitario. Esta competencia absurda entre identidades –que la decisión excluyente del feminismo chileno legitima– sólo hace reconocer que la política sexual no sólo se ha individualizado: “sino que también se ha mercantilizado. La analogía del mercado omnipresente en el liberalismo, se ha aplicado al concepto de ciudadanía produciendo expectativas de que los ciudadanos deberían competir por el acceso a la representación de sus intereses e identidades” (Jenson y Phillips, 1999:104). Los homosexuales, las mujeres, los estudiantes, todos los excluidos transitan por territorios separados, cada uno lucha por sus intereses, esta es la trampa liberal de una política identitaria. Más aún, el movimiento feminista al declarar su rechazo y ostracismo a todo lo tenga un genital masculino, cae en el juego de construir una política ciudadana basada en la competencia entre los cuerpos, desea declarar (aunque no sea su intención) una competencia entre los “más” y los “menos” discriminados, tratando de demostrar de modo oscuro que las mujeres son la fracción más discriminada.

Finalmente, ¿por qué el feminismo siente esa responsabilidad y apego moralista con la idea de la “mujer”? La gran contradicción para el feminismo mujerista es que lo que termina por defender no es el cuerpo de las mujeres, sino una idea de la mujer, algo mucho más racional y que un feminismo tradicional consideraría demasiado masculino, porque se mueve en el mundo patriarcal de “las ideas”. Cuando me refiero a esto, recalco que la responsabilidad funciona como un ideal normativo sobre una idea restringida de la mujer, una responsabilidad con las mujeres que impide expresar otros modos y expresiones del género, una responsabilidad que es histórica e histérica con una historia feminista. Sin embargo, ya no existe un modo único de concebir unas “ideas” sobre la mujer, menos un solo imaginario del feminismo. Efectivamente la palabra política “mujer” ya no permite hacer visible la diversidad de cuerpos, ni menos la diversidad de experiencias, “mujer” es ahora una idea normativa. No así el feminismo. Descubrimos la insistenciaidea-lista de un feminismo mujerista que supuestamente anhela encontrar el cuerpo, pero que se dedica sólo a mantener fija una idea de “mujer”. Como señala la filósofa feminista Catherine Malabou:

“la mirada fija de la idea no sería sólo una mirada sino que enteramente un proceso de fijación, una vista captada en el devenir de aquel que piensa, vista que lo paralizaría momentáneamente en una identidad sin remitirle al mismo tiempo la imagen de sí mismo” (Malabou, 2010:76).

Es absurdo, entonces, el trabajo de la política que mantiene sus límites y se rige por una idea de la mujer, una idea biológica y que no se corresponde ni con experiencias feministas ni menos con la experiencia de multitud de mujeres. Más que trabajar para comprender qué es ser mujer, debe trabajarse políticamente en el feminismo reconociendo las porosidades con otros cuerpos.

BIBLIOGRAFÍA

BUTLER, Judith (2006) Deshacer el género. Buenos Aires, Editorial Paidòs.

FRAISSE, Geneviève (1991) La musa de la razón. La democracia excluyente y la diferencia de los sexos. Madrid. Ediciones Cátedra.

JENSON, Jane y Susan D. Phillips (1999) “De la estabilidad al cambio en el derecho de ciudadanía canadiense”. En GARCÍA, Soledad y Steven Lukes (comps.) Ciudadanía: justicia social, identidad y participación. Madrid. Siglo XXI,. Págs. 93-124.

HARAWAY, Donna (2004)Testigo_Modesto@Segundo_Milenio. HombreHembra©_Conoce

_Oncoratón®. Barcelona. Editorial UOC.

MALABOU, Catherine (2010) La plasticidad en espera. Santigo de Chile. Editorial Palinodia

RICHARD, Nelly (2008) Feminismo, género y diferencia(s). Santiago: Editorial Palinodia.

ROSLER, Martha (2007) Imágenes públicas. La función política de la imagen. Barcelona. Editorial Gustavo Pili.



[1] Este breve escrito surge a partir de la decisión del Encuentro Nacional por la Diversidad Feminista 2012 de excluir de su realización la participación e ingreso de bio-hombres feministas. Este texto surge con el deseo de reflexionar desde la experiencia de un activista de la CUDS.

[2] Comentario recogido en Facebook de Coty Cristi, joven activista feminista.

[3] Respuesta en redes sociales al comunicado de las Organizadoras del Encuentro Nacional Feminista 2012, una respuesta que sólo se trafica en espacios ciber-activistas

 

*Cristián Cabello es Periodista y estudiante Magíster en Comunicación Política (U. de Chile). Del mismo modo, es Activista de la Coordinadora Universitaria por la Disidencia Sexual (CUDS).


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