Venezuela: El racismo en las caricaturas: entre el ocultamiento democrático y la redención revolucionaria Imprimir
Jueves, 05 de Abril de 2012 11:15

caricatura weil copy EDO: “Están criminalizando el humor gráfico de Weil” 

Antulio Rosales 

¿Es racismo o no es racismo la expresión gráfica de Weil en el diario Tal Cual? Esa es una pregunta que a mi juicio llega tarde a una discusión urgente que debe estar viva en Venezuela hoy.

Lamentablemente, es una discusión que –como todas- ha tomado un matiz polarizado y ramplón en la actualidad. Es una discusión que paradójicamente esconde y devela las cosas que están en pugna, esconde el profundo y latente racismo de esta sociedad y devela el problema de la libertad de expresión en Venezuela: una libertad acuartelada por medios públicos y privados que responden a intereses partidistas miopes y mediocres.

Y esto hay que discutirlo en Venezuela. Más allá de tratar de imponer visiones liberales del norte anglo, a veces excesivamente púdicas sobre la expresión en el ámbito público –o el llamado lenguaje políticamente correcto, para mencionar su etiqueta más conocida-, esta discusión es muy necesaria. ¿Cuántas veces los medios de comunicación públicos y privados se refieren a las personas por sus características físicas, atributos que no necesariamente los deben calificar, o nacionalidades, orígenes? A diario.

¿Cuántas veces se hace de manera peyorativa u ofensiva? Mucho más de lo que deberían.

La caricatura de Roberto Weil, en efecto muestra con sarcasmo el término acuñado por el movimiento afrovenezolano para *insurgir *frente a siglos de racismo. Término además, que ha sido defendido parcialmente por el gobierno, y es referido por el caricaturista de la misma forma como el término colonial busca denigrar: mostrándolo como sucio y malo. Más racista es, en realidad, la respuesta del director del diario, Teodoro Petkoff, quien defiende el conocimiento popular del racismo latente, el racismo introyectado por una sociedad que se dice “mestiza”, por ende, democrática, y que desestima las discriminaciones, negaciones y vejaciones que han sufrido históricamente diversos grupos sociales. Teodoro respondió así: “Afrodescendiente es una palabra creada en Estados Unidos ya que allá decir negro es un agraviante. Estamos en un país donde las parejas se llaman mi negro, mi negra y de eso se burló Weil”. Ese racismo soterrado, que florece en su propia negación lo comparte Teodoro con quienes creen en el término *negro* con cariño y *negro *despectivo**. Como lo plantea Monagreda: “el racismo en nuestro país rara vez necesita mostrarse; es un racismo silencioso, invisible, solapado que opera bajo formas sutiles y cotidianas pero igualmente efectivas, pues garantiza que cada quien ocupe ‘el lugar que le corresponde’ sin mayor confrontación” (http://www.celarg.org.ve/Espanol/PDF/133-160-Construyendo_nuevas-Monagreda.pdf).

Es ese racismo el que comparte Teodoro Petkoff con Hugo Chávez cuando éste se refiere a cuanto niño encuentra en cualquier barrio, a Aristóbulo Istúriz o a Antonia Muñoz de la misma ‘cariñosa’ manera; es el racismo que comparte también Jorge Luis García Carneiro cuando popularizó la imagen bandera de la Misión Negra Hipólita que irónicamente visibilizaba una herencia histórica importante, pero la naturalizaba, la romantizaba y, más aún, la re-semantizaba en la actualidad.

Este racismo latente es el que está detrás del paternalismo colonizador del término “nuestros indios” que cariñosamente asume el Gobierno Bolivariano para visibilizar los pueblos indígenas, incorporarlos, cooptarlos y decidir qué tipo de desarrollo y organización política es mejor para ellos.

La caricatura de Weil era tan racista como son los encartados de Ciudad CCS, o de Correos del Orinoco. Hace unos meses, pude observar cómo el diario de la Alcaldía del Municipio Bolivariano Libertador publicó un encartado gráfico en el que mostraba el “drama” de la clase media y alta por la escasez de toallas sanitarias, pañales y otros artículos de higiene personal. Todas las imágenes se referían a personajes eurovenezolanos, en su mayoría mujeres histéricas que "exageraban el problema" y los *culitos blancos* de los niños sin pañales eran convenientemente comparados con los del grupo opositor JAVU. No hubo LOPNA que defendiera a esos niños. Además del componente machista de la gráfica y la básica ridiculización del otro, había una idea no dicha: un “nosotros” y unas “nuestras mujeres” sacrificadas que no se quejan, que se la calan sin pañales, ni toallas sanitarias; o que “históricamente” han tenido problemas para acceder a esos artículos y al final no es tan grave. No sé si los caricaturistas han lavado un pañal de tela en su vida, o si Ernesto Villegas sabe lo que es no llegar a fin de mes sin esos artículos para defender tan sacrificado argumento.

El punto acá es que esos mismos defensores de “nuestro pueblo” suscriben códigos que asignan los puestos que nos corresponden y no siempre lo hacen acorde con una visión revolucionaria o descolonizadora. Y lo hacen desde su puesto de comunicadores, defendiendo la libertad que se les garantiza para expresarse, para denigrar al otro y exaltar románticamente a un “nosotros” que no *insurge* sino que es redimido. Esa es la misma libertad que le confiere la Fiscalía General de la República a Mario Silva para opinar prolíficamente sobre quien quiera, cada vez que alguien solicita abrirle una investigación.

A mi me tomó llegar a un país lejano, cercano al polo norte, para reconocerme afrodescendiente, para estar orgulloso de una herencia oculta, silenciada por los libros, negada por la religión hegemónica.

Afortunadamente, ya no se puede sostener la idea del mestizaje democrático que se levantó en Venezuela durante el puntofijismo. Ahora estamos a tiempo de generar las bases de una discusión basada en el respeto y reconocimiento de la diversidad. Para ello, hay que llevar la discusión a otros lados y romper con el libreto planteado desde la democracia ciega y la salvación chavista.

Antulio Rosales

Última actualización el Lunes, 09 de Abril de 2012 15:05