Todo Ejército es un crimen contra la humanidad Imprimir
Lunes, 18 de Abril de 2011 01:10

 

Manuel de la Tienda / El Surco

Todo Ejército es enemigo de la libertad y de la humanidad, comenzando por la condición autoritaria del mismo, tanto en su estructura interna como por su función específica en la sociedad. 

El  Estado de Chile fue el que más gastó comprando armas en toda Sudamérica durante el período 2006-2010 1. Indudablemente se trata de un dato pasmoso, sobre todo si pensamos que esa “inversión” incide en el aumento de nuestra directa coerción, en tanto el Ejército es una de las principales herramientas de control que poseen los Estados. Ahora bien, si miramos algo más allá de nuestro horizonte inmediato, entenderemos que aunque este país fuera quien menos gaste en dicho aspecto, el problema, es decir el Ejército mismo, seguiría existiendo. Indudablemente no es lo igual un poderoso y dotado cuerpo militar que uno carente de armas, entrenamiento y tecnología de guerra, de muerte; como tampoco es exactamente lo mismo un Ejército al servicio de un Estado o un tirano, que un Ejército “popular” o autodenominado “revolucionario”.

Hay diferencias importantes, sobre todo políticas y económicas, sin embargo, para nosotros, todo Ejército profesional, ya se diga nacional, fascista o popular, es una maquinaria liberticida, una institución innecesaria.

Todo Ejército es enemigo de la libertad y de la humanidad, comenzando por la condición autoritaria del mismo, tanto en su estructura interna como por su función específica en la sociedad. Salvo detalles, todo Ejército se caracteriza por ser un cuerpo armado estructurado de forma jerárquica y orientado a cumplir funciones coercitivas. Ya sean estas para “salvaguardar” un territorio en caso de agresión externa, o bien para controlar una zona o una población específica. En tiempos “tranquilos”, o de guerra e incluso durante las llamadas “misiones de paz”, la lógica de su accionar es la misma. En todo momento el Ejército funciona bajo una razón autoritaria, opresiva diríamos, pues en todas estas situaciones se ejerce (o se busca ejercer) control mediante la fuerza, y con ella la violencia, que a su vez puede manifestarse de forma solapada o abierta, dependiendo el caso. El solo hecho de constituirse en un lugar, aunque sea sin disparar un tiro, pero en condición de amenaza, ya es todo un caso de imposición violenta, en el vulgar sentido de la palabra.

La existencia de los ejércitos es justificada generalmente al ser presentada como una institución “defensiva”, construida para proteger a la población civil.

Sin embargo esto es un contrasentido por cuanto toda fuerza armada se orienta a imponer determinados designios, bajo fuego u amenaza, y sin importar la legitimidad de las causas que dice proteger. En la misma línea y tal vez con mayor insistencia se señala que el Ejército es el garante y protector de la nación (la que se identifica con el Estado), es decir, cumple una función nacionalista. Pero esta creencia olvida un gran detalle: nadie elije donde nacer. Por esta y otras razones nos oponemos al nacionalismo, pues como en este particular caso, resulta un tanto absurdo matarse por algo que solo la casualidad determinó. Por lo mismo, un cuerpo armado constituido para salvaguardar el nacionalismo, resulta ser la sublimación del mismo desatino.

Otro argumento utilizado para legitimar instituciones como estas tiene que ver con la supuesta realización profesional que miles de jóvenes pueden alcanzar en su interior, “logros” (capacitación técnica, culminación de estudios secundarios), que por cuestiones económicas la mayor de las veces, no pueden concretar de otra forma. Pero este aspecto no obedece a la estructura propia del Ejército, es decir, le fue agregada precisamente para persuadir a la juventud (y a sus familiares) de que la carrera militar puede facilitarles en parte el porvenir, dado que ciertamente el “desarrollo profesional” facilita las capacidades de competencia laboral dentro del actual sistema social. Pero decimos que esta situación es accesoria pues el Ejército perfectamente puede desarrollar sus funciones sin prestar mayor atención al progreso de las capacidades laborales de sus miembros (que muchas veces ni siquiera son “como le pintan”).

Lo mismo se puede decir de las actividades humanitarias que en ocasiones –como catástrofes naturales- desarrollan las fuerzas armadas. Para ayudar a la gente no se requiere cargar un fusil, recibir entrenamiento de guerra, o estar condicionado para obedecer sin criterio propio. Decíamos más arriba que la propia estructura del Ejército es autoritaria pues la disciplina –coercitiva- y la obediencia indiscutida se proyectan desde el primer general hasta el último soldado raso. No importa el criterio individual, cumplir órdenes está por sobre todo ejercicio de raciocinio autónomo.

Enemigo da la libertad y del criterio propio,  el Ejército suprime la iniciativa individual y castra la capacidad creadora. Hace, como hemos dicho, de la obediencia ciega la más significativa de sus máximas. Y hasta las últimas consecuencias. Hace unos años por ejemplo, en el otoño del 2005, 45 soldados murieron en las cercanías del volcán Antuco porque obedecieron a un malnacido comandante que sin importar la falta de vestimenta adecuada, forzó a marchar bajo la nieve a esos muchachos. Y sin ir más lejos, por la misma obediencia ciega miles de hombres y mujeres padecieron la tortura y la muerte en manos del Ejército en la última dictadura.

Esto, ciertamente, no sólo se dio en la región chilena. Es justo señalar que varios conscriptos se negaron a incurrir en los horrores mencionados y que hoy otros harían lo propio, pero en este caso las instituciones -y su legitimidad- no se hunden o salvan por los individuos que le componen, que por cierto miles de ellos pueden ser “buenos y solidarios”, sino por la estructura de su funcionamiento y por los fines que persigue.  Estructura y fines que, como hemos dicho, están lejos de ser benéficas para la paz y la libertad. El Ejército está hecho para someter a quienes le componen y a la sociedad en la que se encuentra inserto.

Desde hace unos años en esta región se ha decidido que el servicio militar es principalmente voluntario, y esto entre otras explicaciones se debe a que ya no es necesario obligar a miles de jóvenes a vestir uniforme, pues escogen ese camino por propia voluntad e impulsados por sus sinceras razones o porque no tienen otra salida. De igual forma, hay miles de soldados que, como la infinitud de las mayorías “civiles”, jamás llegan a cuestionar la lógica de la obediencia y creen de buena fe que cumpliendo con el deber militar ayudan a los suyos y a su patria.

Nosotros y nosotras decimos que todo Ejército es un ataque a la libertad individual y colectiva. Impide el pensamiento propio, defiende fronteras artificiales y colabora con la creación de una sociedad de autómatas y siervos voluntarios. Por ello y por otras varias razones, hay que fomentar su desaparición.

Por cierto, hoy muchos jóvenes ni siquiera son “llamados” para cumplir con el servicio militar, como otrora cuando era francamente obligatorio, pero eso no nos exime de plantarle cara a esa bestia de guerra y muerte. Aún sin pasar por sus filas y padecer de su rutina de obediencia, las fuerzas armadas están allí, impunes, amenazantes, listas para reprimirnos, listas para coordinar guerras absurdas contra quienes la casualidad no los hizo nacer en el suelo en que habitamos.

Al Ejército hay que evadirlo, combatirlo, destruirlo, hay que señalar sus vicios, su naturaleza opresiva. Se puede ser solidario sin aprender a matar, y el desarrollo individual no está en los cuarteles. Pues, aunque a la tropa la vistan de humanitaria, tropa queda. Nos más cuarteles, si a la paz y a la libertad, todo Ejército es un crimen contra la humanidad.