"Hasta a las ratas las trataban mejor que a nosotros" Imprimir
Domingo, 24 de Enero de 2010 22:54

M. Centenera/ T. Deiros - Copenhague - Diario Público

Ex preso de Guantánamo. Sami el Hajj intenta llevar a Bush ante los tribunales.

Los seis años y medio que Sami el Hajj (Jartum, 1969) pasó en Guantánamo tienen un eco: el del ruido que hace el bastón con el que camina. Tiene sólo 40 años y ya dos vidas detrás: la del camarógrafo de Al Yazira que fue y la del preso enterrado en vida que le condenaron a ser. El verano pasado, menos de un año después de su liberación, fundó el Centro de Justicia para Guantánamo, cuyo fin es ofrecer apoyo a otros ex presos de este penal. El Hajj aspira también a que George Bush y sus colaboradores respondan ante un tribunal por "sus crímenes".»

¿Por qué le detuvieron?

En octubre de 2001 fui enviado por Al Yazira a Afganistán para cubrir la invasión norteamericana. Allí informamos de muchas matanzas de inocentes. Cuando cayó el Gobierno de los talibanes, nosotros habíamos vuelto a Pakistán, así que tuvimos que pedir otro visado para cruzar de nuevo la frontera y llegar a Kandahar. El 15 de diciembre de 2001, los servicios de inteligencia paquistaníes me retuvieron en el paso fronterizo, tras comunicarme que tenían orden de detenerme.

¿De qué le acusaron?

Estaban buscando al cámara de Al Yazira que había entrevistado a Bin Laden junto con el periodista Taysir Alouni. Este cámara también se llama Sami, pero es marroquí. En realidad, los servicios secretos paquistaníes sabían muy bien que no se trataba de la misma persona; nuestro nombre de pila era el mismo, pero el resto de datos no coincidían. Aun así, me entregaron a los americanos.

¿Qué sucedió después?

Estuve detenido en Pakistán 23 días, después me llevaron a la cárcel secreta de Bagram, en Afganistán. Allí empezaron las torturas: unos encapuchados me golpearon en las rodillas. Estábamos desnudos, al aire libre en enero, y esposados. No nos daban comida ni medicinas. Tampoco nos permitían hablar, ni rezar, y ni siquiera nos dejaban ponernos de pie. Nos pegaban, nos insultaban y tiraban el Corán al retrete.

¿Cómo trató de defender su inocencia?

En mi interrogatorio les dije que no había entrevistado a Bin Laden pero que de haberlo hecho sólo hubiese cumplido con mi deber profesional. Entonces se comprometieron a liberarme, pero después me preguntaron qué iba a contar de lo que había visto; yo les respondí que contaría la verdad.

¿Los americanos intentaron que colaborara con ellos?

Después de Bagram, me llevaron a Kandahar. Allí me dijeron que para conseguir mi liberación tendría que trabajar con ellos como espía [dentro de Al Yazira]: yo me negué. Llegaron a prometerme el pasaporte norteamericano si colaboraba con ellos. También me ofrecieron dinero.

¿Cómo llegó a Guantánamo

En junio de 2002 me llevaron a Guantánamo. Los presos no teníamos derecho a nada, hasta a las ratas se las trataba mejor. Te encerraban en aislamiento en celdas gélidas, a veces durante 40 días. En las celdas, diminutas, tenías que comer, dormir y hacer tus necesidades. Sólo nos dejaban tomar dos duchas por semana, con agua helada y durante tres minutos. Tampoco podíamos salir al aire libre más que diez minutos dos veces por semana.

¿Las torturas siguieron en Guantánamo?

Sí. Lo que el mundo vio en Abu Ghraib, sucedía también en Guantánamo. No se detenían ante nada, te hacían de todo, incluidas torturas sexuales. En una ocasión me metieron la cabeza en un cubo y la mantuvieron sumergida unos minutos. Además, no sólo torturaban los militares, incluso los médicos les ayudaban. A pesar de todo, tengo suerte por haber vuelto a ver a mi hijo. Otros, como el doctor yemení Ayman Butarfi, que ha perdido la razón, o mi compatriota sudanés Ibrahim Osman Ibrahim, siguen allí. La mayoría son inocentes, y en Guantánamo han muerto seis presos.

¿Tenían contacto con sus familias?

No me permitieron ningún tipo de comunicación durante nueve meses. Después, pude recibir algunas cartas de la familia por mediación de la Cruz Roja.

¿Cuándo empezaron sus huelgas de hambre?

En enero de 2007 estuve en huelga de hambre durante 30 días, pero al final me alimentaron a la fuerza con una sonda. El problema es que, después de estar muchos días sin comer, el estómago se reduce y no tolera más que un vaso de agua. Sin embargo, ellos me hicieron beber el equivalente de 24 vasos, que después vomité. Pero, gracias a Dios, aguanté 480 días así hasta mi liberación.

¿Cómo logró sobrevivir?

Cuando supe que mis colegas periodistas conocían mi caso, eso me dio fuerzas para seguir. Mientras estaba allí me decía también que como periodista era una buena oportunidad ver las cosas desde dentro. Durante esos seis años, recogí las historias de 800 presos; unos venían de Bosnia, otros de África, de Indonesia, de Georgia, de diferentes países.

¿Qué condiciones le pusieron para liberarle?

Me dijeron que no podría salir de Sudán [tras su liberación, fue devuelto a su país natal], me prohibieron que hablara de las torturas en Bagram y Guantánamo. También me prohibieron volver a ejercer el periodismo.

¿Confía usted en Obama?

Incluso con Obama en el poder, EEUU mantiene a más de 200 personas en Guantánamo. Obama no ha cumplido sus promesas de llevar a los tribunales a los culpables de torturas. Si fuese coherente, devolvería el Nobel.

Usted quiere que se juzgue a Bush y a Musharraf.

Sí. No será fácil abrir una causa contra gente como Tony Blair, Bush o Musharraf, pero lo estamos intentando. Crímenes contra la humanidad como los de Guantánamo no deben repetirse.