El asalto a la casa de Elián en Miami Imprimir
Viernes, 27 de Agosto de 2010 21:50

Una imagen del Imperio

Carlos Rivero Collado / Kaos en la Red

Ante la negativa de la familia lejana de entregar al niño secuestrado, comandos federales asaltaron su casa, lo rescataron, se lo devolvieron a su padre y, dos meses después, ambos regresaron a Cuba.

(Nota: aunque esta segunda y última parte del secuestro de Elián sigue formando parte de mi novela Danilo, los hechos que se narran, en tiempo presente, no tienen nada de ficticios. Esta vez he creído necesario dejar ciertas expresiones en inglés --traducidas al final del artículo-- para que se vea la vulgaridad con que los agentes de Inmigración asaltaron la casa en la que vivía Elián aquí en Miami. En este hecho repudiable, los principales culpables fueron, por supuesto, los dirigentes de la extrema derecha del exilio de Miami, formado éste, a lo sumo, por un 2% de los cubanos radicados en el sur de la Florida, que presionaron a la familia lejana a mantener secuestrado al niño para usarlo como instrumento de lucha contra el gobierno de Cuba. Que se sepa, es la única vez en la historia que se ha secuestrado a un niño para 'combatir' a un gobierno)

1-. Los dos perros

Son las cuatro de la madrugada del sábado 22 de Abril del año 2,000.

La casa de Lázaro, en un modesto barrio del noroeste de Miami, en la que el niño ha vivido desde su rescate en el mar, parece el cuartel general de la campaña política de un alcalde de pueblo pequeño en vísperas de elecciones, a pesar de que en el intenso ajetreo y el continuo resonar del teléfono está involucrada Janet Reno, Secretaria de Justicia de Estados Unidos.

Durante varias horas, algunas personas prominentes de Miami han estado negociando con la señorita Reno la entrega pacífica del niño a su padre, como determina la ley, pero Lázaro repite lo de “Palo Loca” y exige nuevas condiciones.

En el cuartel local del FBI, al  norte de Miami, hay más de cincuenta agentes de Inmigración en zafarrancho de combate.

A las cuatro y quince, Elián se despierta y se sienta en la sala, junto a Lázaro. El tío-abuelo besa la suave frente cálida de la tierna mercancía que la mar le ha regalado. Tiene junto a él a un producto valioso. Tal vez esté pensando en las ofertas que, quizás, ya le hayan hecho varias agencias de publicidad para utilizar a su sobrino-nieto en los anuncios de la televisión. Siendo, en este momento, el niño más famoso de Estados Unidos, sería, sin dudas, una gran propaganda que apareciera en la pequeña pantalla bebiendo Coca Cola o cepillándose los dientes con Colgate o usando ropa de Macy's o corriendo con tenis Nike o engullendo con fruición y alegría una frita doble de McDonald. Serían ganancias millonarias que llenarían la bolsa vacía del tío abuelo.

Entregarlo en el aeropuerto de Opa Locka sería alejarse de los millones y acercarse a los centavos … al taller de mecánica, la grasa, las tuercas, el sudor, las jornadas de catorce horas, las manos hinchadas y dolidas, la ausencia de derechos laborales, seguro médico y vacaciones... el extremo esfuerzo del que nunca se sale de la pobreza. No, no puede soltar su áurea presea. Por eso grita y gesticula con fiereza. Janet Reno habla sin alzar la voz ni mover las manos. Es una pelea entre un perro que ladra y una perra que muerde.

2-. El ultimátum

Unas treinta personas rodean la casa, entre ellas varios reporteros de televisión. Algo se ha sabido de los diálogos entre la Reno y los negociadores y se presiente un final violento. El ambiente es tenso, expectante, dramático. Las cámaras están listas para ser accionadas en pocos segundos. Los técnicos, que dormían en sillas de extensión y colchones portátiles, se han puesto de pie, pero los timbres de los celulares no dejan dormir a quienes tratan de hacerlo por un breve rato.

A las cuatro y media, Janet Reno vuelve a llamar y da un ultimátum:

--Tienen cinco minutos para salir hacia el aeropuerto de Opa Locka a entregar el niño.

Lázaro pone nuevas condiciones. Es el final.

A las 4:35, la Reno hace una llamada al cuartel del FBI en Miami.

3-. Comienza el asalto

A las 5:12, unos treinta agentes de Inmigración, armados hasta los dientes con los equipos más temibles, saltan de varias camionetas blancas delante de la casa que se halla en el 2329 de la Calle 2 del noroeste de Miami.

--Go, go, go! (1) –gritan los agentes, dándose ánimo unos a otros-- Freeze! Don’t move! Stay back! (2) –le gritan, asimismo, a quienes protestan frente a la casa--.

Los camarógrafos conectan sus equipos y los reporteros llaman a sus centros de trabajo a través de sus celulares. El asalto es fulminante, pero muy indiscreto, o sea en vivo y a todo color. Quienes no lo puedan ver en sus pantallas de televisión ahora, lo verán después, cuando se despierten. Es la noticia del día, del mes, del año en que, de verdad, se despide el milenio.

Ocho agentes saltan la pequeña cerca que separa el jardín de la acera. Varias personas que apoyan el secuestro del niño, o sea su permanencia en Miami, comienzan a gritar y a lanzarles botellas y otros objetos a las camionetas blancas de cristales oscuros y sin placas. Un agente les grita:

--Down or I’ll shoot you all! (3).

Los que protestan, ante el inminente peligro de ser ametrallados por el agente, se lanzan al suelo con las manos en la cabeza.

Lázaro mira a través de las ventanas de la sala hacia fuera y exclama, con voz temblorosa:

--¡Ahí vienen los federales, ahí vienen los federales!

Las puertas de la casa que dan al jardín y al patio de atrás son cerradas con pestillos. Los agentes comienzan a golpearlas, pero nadie responde.

Donato, el pescador que había salvado al niño en alta mar, quien estaba dormido en un sofá, se levanta de súbito cuando oye los gritos, corre a la sala, agarra al niño, va a la habitación principal y se esconde en el closet.

Un amigo de la familia conduce al fotógrafo de la Associated Press, Alan Díaz, al cuarto en que se esconde el niño. El fotógrafo se sitúa detrás de una cortina con la cámara en una mano, listo para tomar una foto digna de un premio.

Además de pistolas, cuchillos y ametralladoras, los agentes tienen cascos, botas metálicas, petos, perneras, chalecos antibalas, lentes blindados ... toda la temible panoplia apropiada para una guerra, no para tomar por asalto una humilde casa de vecindad en la que no hay ni un machete.

4-. Los colmillos

Dos bestias se enfrentan entre sí: el tío-abuelo que comprende el valor comercial del niño que no le pertenece por ley, sangre ni conciencia, y el Imperio que ha resuelto siempre sus disputas no con las palabras, sino los colmillos.

Los agentes derriban la puerta que da al jardín. Donato trata de cerrar la puerta del closet, pero unas cajas grandes y pesadas se lo impiden. El fotógrafo de la AP abre la cortina, mira hacia el closet, y la vuelve a cerrar.

Lázaro, Marisleysis y las personas que dirigían las negociaciones son presas del pánico. El tesoro está a punto de arruinarlos. Donato está sereno, pero el niño grita, lleno de terror al ver a quienes parecen extraterrestres, no agentes de la autoridad. Su tierno rostro se ha desfigurado, como si, de pronto, se le apareciese entre las sombras el perfil de un monstruo escondido. Donato lo abraza. Elián exclama:

--¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué pasa?!

En el cuarto en que Elián se esconde, está también su primito Lázaro, de cinco años de edad, con su madre. Lazarito grita y tiembla también.

Un agente le pone la boca de su ametralladora a Marisleysis en el pecho y le grita:

--Where is the fucking boy?! (4)

--¡No dejen que el niño vea esto, no, no, por favor! ¡Yo se los entrego ahora mismo, pero no dejen que el niño vea esto! –grita Marisleysis--. No, please, don’t let the boy see this! I’ll give you the boy right now! Please ... please! Don’t let the boy see this! –repite la joven, con los brazos en alto--.

Los agentes no la oyen. Oírla sería renunciar al Imperio.

Los agentes corren por toda la vivienda rompiendo muebles, puertas, cuadros, adornos, imágenes religiosas. Un huracán de los que casi todos los años azotan a la Florida o un tornado de las planicies centrales, no lo hubiese hecho mejor. Tienen todas las armas y están en una casa en la que quizás no haya ni una tijera, pero sus rostros no denotan la serenidad del valor, sino el temblor de la cobardía.

--¡No, no, no hagan esto! –insiste Marisleysis--. ¡Yo les entrego el niño ahora mismo, pero que él no los vea!

--Give me the fucking boy or I’ll shoot you! (5) –grita el esbirro y aprieta la boca de su ametralladora en el pecho de la joven--.

Otro agente tiene su pistola, con el disparador hacia atrás, sobre la cabeza de Lázaro, quien ya no tiene el gesto desafiante de cuando alardeaba que no iría a Opa Locka ni a Palo Loca. Su insolencia, culpable de lo que está sucediendo, se ha desvanecido. Ahora tiembla tanto como los agentes. Son tigrecilllos que cuando la cosa es al duro se vuelven mariposas.

5-. La foto del premio

Un agente que usa unos grandes lentes blindados que le cubren casi toda la cara y mira con los ojos muy abiertos, como si estuviese bajo el efecto de una droga tremenda o de un terror aun más tremebundo, le da una patada a la puerta del cuarto principal, el de Lázaro y su esposa, en cuyo closet se hallan Donato y el niño. La puerta, que, como todas las puertas de las casas sencillas de Miami, es de madera mala, casi hueca, rellena por dentro de cartón-tabla, se parte en dos. El agente da un salto y cae en el centro de la habitación. Elián lo mira y da un grito ahogado. Lazarito se pone las manos sobre la cabeza y cierra los ojos.

El agente apunta hacia el closet con su subametralladora Heckler&Koch de nueve milímetros, mira a Donato, con la propia mirada, y repite la misma indecencia en un tono aun más alto y feroz:

--Give me the fucking boy or I’ll shoot you!

El fotógrafo Díaz descorre la cortina y enfoca su cámara hacia este insólito suceso en que un agente con mirada de loco y vestido de cosmonauta, armado hasta los dientes pero temblando, amenaza de muerte a dos seres indefensos que se hallan en un closet con las puertas abiertas. La foto le daría la vuelta al mundo en pocas horas, como una apropiada imagen del gobierno que dice ser campeón mundial de los derechos humanos.

Una agente de rostro muy serio y pelo amarillo, que lleva una enorme pistola al cinto, como las vaqueras de Hollywood, entra en el cuarto con una manta en las manos y, protegida por el agente de la agresiva mirada, le quita el niño a Donato y corre con él hacia la puerta de salida.

Elián no sabe adonde lo conducen estas personas tan extrañas y violentas que esgrimen armas tan terribles. Quizás piense que lo llevan a otro planeta en el que viven gentes de lentes inmensos y ojos de espanto.

La agente del cabello amarillo trata de calmar al niño.

--No tengas miedo. Ahora vas a ir con tu papá –le dice, suavemente, al oído--.

El niño no la entiende. Tiene de su padre un recuerdo amoroso, sereno, tierno, alegre. No puede relacionarlo con estas armas, con estos gritos, con estas gentes, con este miedo, con estas sombras.

--We got him! –gritan varios agentes, que se hallan entre el jardín y las camionetas--. Bingo! Bingo! (6)

La policía local mantiene a raya a quienes protestan. El alcalde Carollo había amenazado con usar a la policía para evitar el asalto a la vivienda, pero, parece que el jefe del cuerpo armado no está de acuerdo con eso o, tal vez, enterado del fulminante asalto, el Alcalde también esté entre los que tiemblan.

Al ver que se llevan al niño, los defensores del secuestro tiran piedras, botellas, latas y palos sobre las camionetas. La policía lanza gases lacrimógenos y apalea a varios de ellos.

La agente que carga al niño entra en una de las camionetas blancas de cristales oscuros y cierra, de un tirón, la puerta. Las cámaras de televisión lo recogen todo como un testimonio vivo de una mortal acción.

El convoy de camionetas avanza por la Calle Segunda hacia el este, con varios agentes federales corriendo al lado de la que lleva a Elián. Algunos tropiezan con los cables de televisión y caen al pavimento.

El asalto ha durado dos minutos y medio.

Un rato después, el convoy llega a Watson Island, una isleta que se halla entre el downtown de Miami y South Beach, junto al McArthur Causeway.

Allí, el niño aborda un helicóptero que lo transporta al aeropuerto de Homestead, adonde toma un avión que lo lleva, en un vuelo de dos horas, a la base aérea Andrews, en los suburbios de Washington. Es primera vez en su vida que monta en avión, pero medio mundo está pendiente de su vuelo. Juan Miguel lo aguarda, después de cinco meses de separación.

6-. Condenamos, por igual, el secuestro y el asalto.

Aun los que hemos defendido con todo ardor el regreso del niño a su padre y a la Patria, condenamos este asalto brutal, innecesario, tan típico del Imperio.

Quizás no sea del todo casual que la propia persona que ordenó la masacre de Waco, Texas, el 19 de Abril de 1993, en que setenta y cuatro seres humanos fueron asesinados, entre ellos doce niños menores de cinco años –quemados vivos, como en Hiroshima, Tokío, Dresde, Vietnam … --, o sea Janet Reno, sea la misma que da ahora la orden para este ataque criminal en que se aterrorizó aun más a un niño pequeño que ya había escalado las más altas cumbres del dolor.

La criminal tozudez del tío-abuelo provocó el asalto brutal, pero había otros métodos. Fueron muchas las ocasiones en que se pudo proceder al arresto de los tres secuestradores –los tíos abuelos Lázaro y Delfín, y la prima segunda Marisleyses--, pero si los gobernantes de este país las hubieran escogido, habrían traicionado la historia del Imperio.

Nadie sabe lo que ha sucedido a partir del instante en que la agente del cabello amarillo y el agente de la terrible mirada entran con el niño al helicóptero de Watson Island, pero a las dos de la tarde, varias fotos muestran a un Eliancito feliz y tranquilo junto a su padre, madrastra y hermanito.

Entre un padre bueno y un hijo tierno, cuando no interviene la intriga maldita, o aun después que se disipa, el vínculo de sangre es muy fuerte, más que el mar inmenso, la zozobra, la cámara de aire, los delfines, el rescate, la casa ajena, Disneyworld, el asalto ... más fuerte que el miedo a las armas y a la muerte. Es poderoso y tenaz como la vida.

7-. El pataleo

Mientras el pueblo de Estados Unidos y muchos otros pueblos del mundo se alegran de la liberacion del niño, cientos de personas se lanzan a las calles de Miami para protestar. Han amenazado con darle candela a la ciudad si el niño es sacado a la fuerza de su casa, pero se limitan a incendiar tres o cuatro llantas viejas, romper algunos cristales y dañar unos cuantos coches que ya habían sido más estropeados por el tiempo.

Esta violencia tan apacible es sofocada unas horas después por la policía. No hay un muerto ni un herido, ni siquiera leve: sólo algunos jalones, arañazos y empujones ... y muchos gritos, hartos, continuos, crispantes, histéricos, interminables gritos. Hay alguna sangre, la de los rasguños, de la que se cubre con curitas de quince centavos.

Unos días después, tratan de interrumpir el tránsito en la autopista del aeropuerto, pero la interrupción se interrumpe cuando los interruptores son interrumpidos por la policía de carreteras.

Convocan, entonces, a una huelga general en todo el condado Dade --Miami metropolitano--, que fracasa porque las pocas personas que la realizan sólo provocan una pérdida similar a lo que un hotel de tercera clase hubiese ganado en un día de escaso turismo.

No son, por supuesto, vietnamitas ni palestinos ni revolucionarios cubanos de los años 50 ... ni Miami es ni podrá ser jamás Numancia. No hay fuego, sino agua, pues la naturaleza los castiga, también, con otro fracaso en forma de aguacero.

La prensa internacional, que había favorecido el regreso del niño a Cuba, condena el asalto, acusando a Janet Reno de haberlo ordenado sin tener en cuenta la seguridad de las personas que se hallaban en la casa –igual que en Waco-- ni la salud mental del afligido niño.

La Reno, por su parte, se defiende arguyendo que la actitud del tío-abuelo al enfrentarse a la ley, o sea al prolongar el secuestro del niño, y las amenazas de los revoltosos, justifican el hecho. No conoce, por supuesto, a ese tipo de “revoltoso”.

8-. Triunfo y regreso

En Cuba hay júbilo general a todo lo largo del archipiélago. Ya el niño está con su padre y el regreso al país es seguro, aunque puede demorarse unos meses más por el nuevo recurso de Lázaro ante la Corte Federal de Apelaciones de Atlanta y su amenaza de que, si éste no es favorable, acudirá también a la Corte Suprema de Justicia, en Washington. ¡No, de ninguna manera la mercancía se le puede ir, definitivamente, de las manos! Eso sería un desaire a los dueños de McDonald, de la Coca Cola, de la Nike, gente buena y del comercio.

Juan Miguel González le pide al tribunal de Atlanta, unos días después de reunirse en Washington con su hijo, que desestime la petición del tío-abuelo para que se le conceda al niño asilo político en Estados Unidos y el tribunal accede el primero de junio.

Al día siguiente, más de medio millón de madres, abuelas y mujeres se manifiestan ante la Sección de Intereses de EU --SINA--, en el malecón habanero, exigiendo el regreso del niño a Cuba.

El 12 de junio, más de cien mil niños hacen lo mismo, enarbolando muchas pancartas que dicen: “¡Devuelvan a Elián!”.

El 15, el tío-abuelo acude, una vez más, al tribunal de Atlanta, impugnando la petición de Juan Miguel.

El 17, más de trescientas mil personas salen a las calles de Camagüey para reclamar el regreso de Elián.

El 20, Juan Miguel solicita del tribunal de Atlanta que desestime el nuevo recurso del tío-abuelo, quien hace frenéticos esfuerzos para no perder su tesoro.

El 23, la Corte de Distrito de Atlanta acepta la petición de Juan Miguel. El interdicto para que el niño permanezca en Estados Unidos vence el día 28, a las 4 de la tarde.

El 26, el tío-abuelo acude a la Corte Suprema de Justicia, en la capital del país. En menos de 48 horas, la apelación es rechazada.

Caso cerrado. Triunfa la justicia, no la estulticia.

Juan Miguel, su esposa, Elián y su hermanito de cinco meses de nacido, salen de Washington en un avión privado y llegan a La Habana.

A las ocho de la noche de hoy, 28 de junio del 2000, Elián baja la escalerilla del avión con un gesto de inmensa alegría, mientras los últimos destellos del crepúsculo desaparecen tras las suaves lomas del poniente.

Con cinco años de edad, su madre se lo había llevado de Cárdenas por la vía clandestina y sin el consentimiento de su padre, en un bote tan maltrecho que no pudo resistir el embate de las olas y en el que murieron o­nce de sus trece tripulantes. Elián había flotado sobre un neumático por dos o tres días, con increíble ecuanimidad, sin miedo, pues de haberlo tenido, se hubiese volcado de seguro, ahogándose ... con un heroísmo no de niño tierno sino de duro guerrero; de odisea homérica, no de simple naufragio.

Cientos de pioneros de la escuela primaria “Marcelo Salado”, de Cárdenas, le dan la bienvenida y, mientras agitan al viento sus pañoletas azules y rojas, gritan:

--¡Elián ... Elián ... Elián!

 

Traducción

 

1-. ¡Vamos, vamos, vamos!

2-. ¡Todo el mundo quieto! ¡Que nadie se mueva! ¡Échense atrás!

3-. ¡Tírense al piso o los mato a todos!

4-. ¡¿Dónde está el maldito niño?! (prefiero traducirlo así; les dejo el fuck a los esbirros)

5-. ¡Dame al maldito niño o te mato!

6-. ¡Ya lo tenemos! ¡Bingo ... bingo!

 

Próximo artículo: ¿Fabrica el Imperio bombas nucleares en una planta secreta de San Francisco?

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