La Corte que corteja al crimen Imprimir
Sábado, 02 de Julio de 2011 03:16
La Corte que sólo corta lo que los imperios quieren que corte.La Corte que sólo corta lo que los imperios quieren que corte

Carllos Rivero Collado

La Corte Penal Internacional dicta orden de detención contra el presidente Muamar el-Gadafi, “legalizando” una posible invasión terrestre de la OTAN. El Diario de la Historia: Sucre libera a Perú.

1-. El derecho de las bestias

No es suficiente que los gobiernos imperialistas de Washington, Londres y París asesinen, en Libia, a cientos, o quizás miles, de seres humanos en la calle o en sus hogares y centros de trabajo; ni que arrasen cientos de edificios y viviendas en Trípoli y otras ciudades del oeste del país; ni que destruyan los equipos de guerra con los que el gobierno se enfrenta a una guerra planeada, provocada y perpetrada por esos propios gobiernos, con la complicidad de algunos traidores a su patria disfrazados de patriotas; ni que asesinen al hijo menor ni a los tres nietos del presidente Gadafi.

No, ninguno de esos crímenes de guerra y lesa humanidad son suficientes para estos tres imperios, que lo son porque dos de ellos tienen colonias en varios continentes que debían ser libres, y el tercero forma un inmenso imperio que está integrado por todos los territorios que no pertenecían a las trece colonias originales. La sed de sangre es en sus gobiernos tan insaciable como en los vampiros.

El Fiscal de la Corte Penal logró, este lunes 27, que se dicte auto de detención contra Gadafi, su hijo, Seif al-Islam, y el jefe de Inteligencia Abdullah al-Sanoussi. Se les acusa de matar  a manifestantes 'pacíficos' que, en la segunda mitad de febrero de este año, protestaban contra el gobierno en Bengazi y otras ciudades del este del país; de bombardear procesiones funerales y de usar francotiradores para matar  a los fieles que salían de las mezquitas. No aclara la Corte si esos francotiradores hicieron eso porque eran fanáticos de otras religiones … o ateos.

El Fiscal se llama Luis Moreno Ocampo, pero no es moreno ni es del campo, o sea que hasta en su nombre hay engaño. Diré algo más sobre este acicalado galán que parece un actor dramático de aquellas buenas películas argentinas de los años 40 y 50, no un jurisconsulto.

El domingo 16, el presidente Gadafi había dado una prueba más de su deseo de lograr un acuerdo pacífico, haciéndole una importante concesión a los líderes de la Unión Africana que se reunían en Pretoria, en cuanto a no tener una actuación directa en las conversaciones de paz. Se supone que si Gadafi tuviese la intención incambiable de mantenerse en el poder, lo más lógico es que quisiera tomar parte en esas negociaciones.

A esta concesión, la mayor que hasta ahora ha hecho Gadafi, los imperios respondieron con mayores bombardeos masivos a Trípoli y sus alrededores, y, unas horas después la Corte Penal dictó el auto de detención contra Gadafi que pone fin a todos los esfuerzos de paz porque, como han dicho los rebeldes, apoyados por los imperios, “no se negocia con un criminal de guerra ni con un fugitivo de la ley internacional”.

A la gestión de la paz opusieron la fuerza de las bestias.

2-. Protestas pacíficas con cañones, fusiles y cohetes

Todas las evidencias señalan que se trató de un levantamiento armado de combatientes que disponían de las armas más modernas y poderosas, pero la prensa capitalista insiste en que eran manifestaciones pacíficas y que las tropas de Gadafi dispararon contra ciudadanos desarmados, dolientes que asístian a los entierros, niños que jugaban en los parques, amas de casa que aseaban sus hogares y pobres viejitas que le cosían los huecos de los pantalones a sus depauperados nietos.

Esa versión, creada por los sionistas y otras bandas malditas, ha sido publicada mil veces por la falsa prensa de casi todo el mundo y ha logrado confundir a algunos camaradas de la izquierda que han creído, de buena fe, en esas patrañas.

Como se sabe, en marzo de este año Gadafi estuvo a tan sólo unas horas de vencer al reducto rebelde de Bengazi y reunificar al país; pero fue, entonces, cuando los poderosos aviones de la OTAN empezaron a bombardear las concentraciones de tropas y los vehículos artillados y de transporte del gobierno obligándolos a retirarse de la segunda ciudad del país que, desde entonces, se convirtió en el cuartel general de la rebelión y sede de un supuesto gobierno provisional que cuenta con el apoyo del Imperio y sus dos grandes secuaces.

(¿Por qué entonces los imperios no hacen lo mismo en Siria, a cuyo gobierno la prensa capitalista acusa de perpetrar numerosas masacres de la población civil, mayores aun que las de Gadafi, según ella? ¿Por qué no lo invaden o hacen zonas de exclusión aérea o la Corte no dicta una orden de detención contra el presidente Bashar al-Assad? Pues por una razón tan sencilla como poderosa: Siria no tiene petróleo y Libia posee la mayor reserva petrolífera de África y una de las mayores del mundo: 88,000 millones de barriles. La extracción del petróleo de Libia es la más económica del mundo y el producto se vende, por supuesto, a los mismos precios de mercado que el de los demás países. La inversión es mínima y la ganancia, máxima. El Imperio no podía estar ausente de ese gran negocio, como no pudo dejar de robarle, en su momento, sus riquezas a Francia, México, España, Filipinas y a muchos países del mundo subdesarrollado al que ha explotado, sin cansancio, por más de siglo y medio)

A partir de la batalla de Bengazi, decidida por la OTAN, los rebeldes han ido avanzando a medida que los aviones de los imperios han perpetrado miles de bombardeos sobre las fuerzas leales, llegando a destruir una parte del propio complejo de edificios que forma la residencia de Gadafi y las oficinas del gobierno. Hace apenas dos semanas, un bombardeo a una zona residencial asesinó a varios niños pequeños.

Este martes, aviones de la Francia del reaccionario Sarcozy dejaron caer en paracaídas numerosos pertrechos de guerra a los rebeldes que están en las montañas del sur del paií y tratan de ocupar los pueblos cercanos.

Los imperios no cesarán hasta matar o apresar a Gadafi, así tengan que asesinar a miles de civiles inocentes. Lo han hecho muchas veces por muchos siglos, lo siguen haciendo en el Oriente Medio. No sería, después de todo, nada nuevo.

La suerte de Gadafi está echada, pues hasta los gobernantes y líderes revolucionarios de fama mundial que hace unos meses  condenaban los bombardeos imperialistas, ya no han vuelto a mencionar a Libia.  Tendríamos  que recordar a Martí cuando dijo "ver en calma un crimen, es cometerlo".

3-. El Tribunal de los Ciegos

Desde el fin de la Primera Guerra Mundial varios gobiernos trataron de crear un tribunal internacional que juzgase, extraterritorialmente, los crímenes de guerra y de lesa humanidad, pero ni siquiera se pudo lograr en la Sociedad de las Naciones ni en la Organización de Naciones Unidas.

Finalmente, delegados de 120 países se reunieron en Roma y, el 17 de julio de 1998, suscribieron un convenio que dio origen a la Corte Penal Internacional (International Criminal Court, ICC). Este acuerdo es conocido como Estatuto de Roma.

Entró en vigor el 1 de julio del 2002 y la Corte dio inicio a sus funciones aquel propio día en La Haya, Holanda, por lo que se le llama, también, Corte Penal de La Haya.

Los cuatro crímenes que juzga la Corte son Crímenes de Genocidio, Crímenes de Guerra, Crímenes de Lesa Humanidad y Crímenes de Agresión. Estos son considerados como Crímenes de Jurisdicción Mundial.

No pueden ser juzgados por la Corte los crímenes de este tipo cometidos antes de la entrada en vigor del Estatuto de Roma, en julio del 2002.

El gobierno de Estados Unidos, consciente de que ha sido por muchos años el mayor violador de esos cuatro grandes crímenes, no sólo no forma parte de la comunidad de naciones que aceptan la legalidad de la Corte, sino que la ha combatido activamente, negándole ayuda militar a varios de los países miembros de la misma.

Se sabe, sin embargo, que, a través de los fondos secretos de la CIA y otros organismos terroristas, ha hecho grandes aportes económicos a la Corte cuando le ha convenido, como en este caso en que gestiona el apresamiento de Gadafi, abriendo el camino para una invasión terrestre de las tropas de la OTAN.

El 2 de agosto del 2,002, el Congreso de Estados Unidos aprobó el Acta de Protección de los Soldados “Americanos” (“American” Servicemembers Protection Act, ASPA) Esta ley le prohíbe al gobierno federal de EU y a los gobiernos de los Estados y condados de todo el país cualquier colaboración con la Corte y a entregar a cualquier soldado que sea solicitado por la misma y esté acusado por los crímenes mencionados.

En pocas palabras: el gobierno imperialista de Estados Unidos, que ha perpetrado los mayores crímenes de genocidio, agresión, guerra y lesa humanidad no sólo de la historia contemporánea, sino de toda la historia humana, incluyendo acciones macroterroristas con bombas nucleares, le niega a la Corte de La Haya cualquier poder en este país, sin embargo promueve y aplaude que haya dictado orden de detención contra Gadafi por supuestos crímenes que, de ser ciertos, no serían ni la trillonésima parte de los perpetrados por el Imperio.

Tal es la indignidad de esta Corte de mercenarios que reciben mucho dinero, en secreto, de Washington, pero aceptan que su gobierno no reconozca la juridicidad de la Corte para que pueda juzgarlo por los propios terribles crímenes.

Los miembros de la Corte, sobre todo su fiscal, tienen mil ojos para ver los “crímenes” de Gadafi, pero son ciegos y no pueden ver los de las potencias capitalistas que hoy matan al pueblo de Libia, como ayer asesinaron a tantos otros pueblos.

4. ¿Jurista o mercenario?

Luis Moreno Ocampo nació en Buenos Aires en 1952 y se graduó de abogado en la propia ciudad en 1978. En 1985, se destacó como procurador-asistente en el famoso Juicio de las Juntas, en el que se juzgó por genocidio a nueve de los más importantes jefes militares de Argentina, en su mayoría antiguos alumnos de la Escuela de las Américas --School of the Americas, Fort Benning, Georgia--, meca mundial de la tortura. Cinco de ellos fueron condenados, incluyendo tres jefes de Estado.

La actuación de Moreno Ocampo fue brillante y justa, y mereció el aplauso del mundo entero, pero cometió el grave error posterior de procesar a los jefes militares que gobernaban el país durante la Guerra de Las Malvinas, como si hubieran sido ellos los culpables de esa guerra, y no el Imperio Británico, asistido por el Imperio yanqui. A quienes había que procesar era a Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero, por supuesto, Ocampo no podía hacerlo porque no tenía, como ahora, juridicidad internacional. No hubo tal invasión argentina a Las Malvinas, los invasores eran los británicos, aparte de que los gorilas usaran el hecho para desviar sus terribles culpas y lograr el apoyo del país.

Después Ocampo realizó diversas actividades muy distintas a las anteriores, pues se convirtió en defensor nada menos que de Domingo Cavallo, el brazo ultrareaccionario de Menem, traidor al Movimiento Justicialista y a la digna memoria de Perón y Evita. Defendió, además, a un cura al que acusaban de abusar sexualmente de varios niños: una defensa canalla para un delito infame.

Ocampo se entregó, entonces, a diversas actividades que pueden haber sido el comienzo de su relación con el Imperio, lo que ha provocado que hoy este actuando como su agente, a pesar de que el Imperio no acepta el Estatuto de Roma. ¿Tiene el Imperio derecho a imponerle a Gadafi un estatuto en el que no cree?

A partir de entonces, Ocampo fue profesor visitante de las universidades de Stanford y Harvard, y  consultor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo. Se cree que ya desde esa época, ha servido más a los intereses del Imperio y el capitalismo, que a los de la ley.

Si fuera "un cruzado del derecho internacional", como se le ha llamado, no hubiese aceptado que, como Fiscal de la Corte de La Haya desde su creación en el 2,002, no tuviese el poder para lograr órdenes de detención contra los dos mayores guerreristas del mundo en estos nueve años, George Bush y Barack Obama. Un jurista de honor se hubiera negado a formar parte de una Corte antigenocida en la que no se pueda juzgar, precisamente, a los grandes genocidas

SUCRE LIBERA A PERU

El Diario de la Historia, Quinua, Perú, 9 de diciembre de 1824. Menos de 6,000 soldados republicanos del Ejército Unido Libertador que tenían una sola pieza de artillería, al mando del general Antonio José de Sucre y Alcalá, derrotaron hoy por la tarde a 9,400 soldados realistas que tenían o­nce piezas de artillería, dirigidos por el Virrey de Perú, general José de La Serna, en un valle que se encuentra junto a las laderas del Cerro Condorcanqui, a mitad de camino entre Lima y Cuzco, próximo a la villa de Ayacucho.

El ejército realista ha tenido unos dos mil muertos y heridos. Las bajas republicanas no llegan a la mitad.

Han caído prisioneros el Virrey, 15 generales, 68 coroneles y teniente-coroneles y 484 oficiales.

Con este gran triunfo, que asegura la independencia de Perú, se pone fin al Imperio Español en América del Sur.

El escenario de esta batalla definitiva es conocido con el nombre de Ayacucho, que en lengua quechua significa Rincón de los Muertos.

En la tarde de ayer, el joven general Jose María Córdoba, al frente de varios batallones, escaló las faldas del Condorcanqui y tomó prisionero al Virrey. Otros informes que llegan a esta villa afirman que fue el general La Mar quien apresó al Virrey, después de perseguirlo por las cañadas del cerro.

El comandante Mediavilla, ayudante de campo del general Jerónimo Valdés, se presentó ante el general Sucre para anunciarle la rendición del ejército realista. El general Valdés dirigió el ala derecha de la formación realista en la batalla de hoy.

Al anochecer, había tantos prisioneros como soldados para cuidarlos.

El hecho insólito

Por primera vez, quizás en la historia de la humanidad, los soldados enemigos cruzaron filas, ayer por la mañana, antes de la batalla, para fraternizar con el mayor afecto y alegría, como si hubiesen venido a una fiesta, no una matanza. Familiares cercanos y amigos íntimos, unos realistas, otros republicanos, se abrazaron y cambiaron frases amables. El cariño o­ndeaba más alto que las banderas. Como si no entendiesen lo que iban a hacer o, tal vez, como, si con pleno juicio y estoica actitud, le estuviesen diciendo al porvenir, o sea a la historia, que los imperios, las repúblicas, las banderas, la gloria, las medallas y los gobiernos nada significan ante la esencia del ser humano y que éste no se libera cuando mata a quien lo oprime, sino sólo cuando es libre su conciencia.

La batalla

Al concluir el sensible encuentro, los soldados regresaron a sus posiciones. Los realistas, a un extremo del valle y en las laderas del cerro. Los republicanos, en el centro del valle. De frente, sin odio, como los principios.

El virrey La Serna estaba en una cresta del cerro; Sucre, en el llano, en un lugar llamado La Sabaneta.

El ejército realista estaba situado de esta forma: al centro, el general Antonio Monet, al frente de cinco batallones; a la izquierda, el general Alfredo González Villalobos, al mando de otros cinco batallones; a la derecha, el general Jerónimo Valdés, con cuatro batallones. Entre Monet y Villalobos, estaba el general Feraz, al frente de la caballería. Delante de la primera línea y entre ellas, había o­nce piezas de artillería.

El ejército republicano quedaba de esta forma; a la derecha, el general José María Córdoba, al mando de cuatro batallones; al centro, el general Miller, al frente de dos regimientos de caballería, apoyado por otro regimiento de caballería al mando del general José Laurencio Silva; a la izquierda, el general La Mar, con cuatro batallones; detrás del centro, se hallaba la reserva, dirigida por el general Jacinto Lara, comandando tres batallones. Había una sola pieza de artillería.

En total, según se cree, el virrey La Serna tenía unos 9,400 hombres; Sucre, unos 5,700, o sea el 60% de la fuerza enemiga. El coraje hacía la diferencia.

La batalla comenzó cuando el general Valdés arremetió, con gran vigor, contra la izquierda republicana, defendida por el general La Mar, mientras los batallones de Monet y Villalobos avanzaban contra el centro y la derecha de Sucre. El avance realista fue impetuoso. Los republicanos retrocedieron. Hubo pánico momentáneo. Si el avance realista se mantenía con igual ímpetu, como había desigualdad numérica, en hombres y cañones, la causa republicana estaba perdida. Perú se mantendría como colonia y el Imperio Español podría, entonces, atacar a Bolívar, el héroe máximo de la libertad. El momento era crucial, terminante. No se vislumbraba el sol de la libertad sino el crepúsculo de la opresión. Había que hacer algo ... y rápido.

Sucre reaccionó al instante. Los republicanos respondieron al fiero ataque realista con una furia mayor, entrando en batalla hasta la reserva del general Lara y todas las demás fuerzas.

Quien más se distinguió en el contraataque fue el general José María Córdoba, un joven de 25 años. La orden de Sucre a Córdoba era que destruyera el centro enemigo. Al propio tiempo, reforzó con la reserva a la izquierda dirigida por La Mar.

El general Silva, gravemente herido, muerto su caballo, seguía peleando, en una mano la espada, en la otra el revólver.

El general Córdoba se bajó del caballo y mató con su espada al pobre animal, mientras le ordenaba a sus hombres que apuraran el avance, diciéndoles:

--Soldados, no quiero medios para escapar y sólo conservo mi espada para vencer. ¡Adelante! ¡A paso de vencedores!

De seguido, sus hombres arremetieron con furia contra los batallones del general Villalobos y los pusieron en fuga. Monet trató de socorrerlos, pero también tuvo que huir, gravemente herido. El pánico se apoderó, entonces, de los realistas. El general Canterac, jefe de la reserva realista, trató de hacer un último esfuerzo, pero fracasó. Los realistas se dieron, todos a un tiempo, a la fuga.

Fue en ese momento que el general Córdoba –o, según otros informes, el general La Mar-- se lanzó con todo ímpetu sobre sus enemigos que huían por faldas, cañadas, vericuetos y riscos, y tomó por asalto la posición del general La Serna, haciendo prisionero al Virrey y a varios oficiales de su estado mayor.

La batalla había sido breve, pero feroz.

El coraje inicial de los realistas se convirtió en pánico y trataron de huir, pero los republicanos les cortaron la retirada. Tenían que morir o rendirse. Y se rindieron en masa, después de haber perdido más de la quinta parte de su ejército, entre muertos y heridos, un alto precio en sangre para imponer un imperio cuyos monarcas y cortesanos se hallan a doce mil kilómetros de distancia, en el suave resguardo peninsular de sus palacios y sitios de recreo. Muy pocos soldados realistas se salvaron de la tumba, el hospital o la breve prisión a la intemperie.

El puente de plata

Leal a su fama, el general Sucre le propuso a los realistas un tratado de paz que es un monumento a la nobleza del alma humana y que, por falta de espacio, no podemos analizar en esta crónica. Jamás un vencedor ha sido tan magnánimo con el vencido. De ser firmado hoy, Perú se despertará mañana con el sol de la libertad, y todos los vencidos saldrán en libertad, sus propiedades serán respetadas y protegidas sus familias, podrán vivir en Perú en las mismas condiciones que los peruanos o marcharse a España o a cualquier otro país con la plena ayuda del nuevo gobierno, y muchas otras ventajas.

--Es digno de la generosidad americana –ha declarado, hace unos momentos, el general Antonio José de Sucre—conceder algunos honores a los soldados vencidos

Se cree que El Libertador, generalísimo Simón Bolívar, ascienda al general Sucre al grado de Mariscal después de este decisivo combate que pone fin al Imperio Español en América del Sur